Cuando la verdad titubea, lo que está en juego no es el crédito: es la memoria.
Hay imágenes que no solo registran un instante, sino que le cambian el pulso a una época. Una de ellas, inolvidable para cualquiera que la haya visto, es la foto de Phan Thi Kim Phuc —quien recientemente visitó Costa Rica— corriendo desnuda por la carretera de Trảng Bàng, envuelta en gritos y napalm. Medio siglo después, esa fotografía vuelve a temblar: no por lo que muestra, sino por lo que ya no sabemos con certeza.
El documental The Stringer, recientemente estrenado en Netxflix pregunta si la captura que el mundo atribuye a Nick Ut fue, en realidad, tomada por Nguyen Thanh Nghe, un fotógrafo vietnamita anónimo, sin crédito, sin Pulitzer, sin historia oficial. La investigación concluye que sí, pero deja el veredicto final abierto y, más importante, genera algunas reflexiones que van mucho más allá de quién apretó el obturador.
1. Quién firma la historia
La autoría no es solo un nombre: es el modo en que decidimos quién es recordado y quién es olvidado. Durante décadas la narrativa oficial se sostuvo sobre la figura heroica de Ut: el fotógrafo que hizo la imagen y luego ayudó a la niña a sobrevivir. El documental, sin negarle humanidad ni mérito, nos obliga a mirar a quienes quizá estuvieron justo a su lado, tomando el mismo riesgo pero sin la misma página en la historia. La pregunta no es solo “¿quién tomó la foto?”, sino “¿quién tuvo derecho a ser visto?”.
2. El crédito como poder
En periodismo, firmar una historia es una forma de soberanía. Los stringers —freelancers locales, muchas veces sin salario fijo, sin seguro y sin nombre en los cables— construyeron gran parte del archivo visual del siglo XX, pero casi nunca aparecen en los libros. La posibilidad de que la foto más famosa de la guerra de Vietnam haya sido obra de uno de ellos pone en entredicho toda una estructura jerárquica: la mirada occidental como canon y la mirada local como nota al pie. No es solo una disputa fotográfica. Es una disputa de centralidad simbólica.
3. La fragilidad de la memoria
Las imágenes icónicas siempre cargan un relato que las sostiene. Durante 50 años, el relato sobre “Napalm Girl” fue claro, cerrado, nítido.
Ahora, al vacilar la autoría, vacila también la memoria y aunque incomode, es necesario. No es la primera vez que se plantea esta pregunta: ¿cuánta verdad podemos perder sin que la imagen sacrifique su poder? ¿Debe corregirse el pasado aunque eso erosione los mitos que usamos para entenderlo? Ojo, el docu no cuestiona la foto pero sí nos recuerda que incluso las certezas más sagradas requieren vigilar su propia verdad. Quis custodiet ipsos custodes?
4. El canon visual y sus silencios
Más allá de la disputa laboral, el documental revela algo menos evidente y más incómodo: la guerra no solo se combate en los cuerpos, también en las imágenes que el mundo decide conservar. No todas las miradas pesan igual. Incluso en un país devastado como Vietnam, la historia visual quedó moldeada por las agencias internacionales, sus editores, sus centros de validación. La foto de Kim Phuc no se volvió icónica solo porque fuera poderosa, sino porque los ojos que la seleccionaron, distribuyeron y premiaron tenían acceso a los mecanismos globales de legitimación.
Esa reflexión no debe pasar desapercibida: la memoria no siempre premia la mejor fotografía, sino la mirada que logra entrar al circuito correcto. Amén de que esta imagen en particular sea excepcional y su impacto incuestionable esta conversación siempre debe de estar sobre la mesa. Miles de imágenes tomadas por fotógrafos locales nunca salieron del cuarto oscuro; otras circularon sin nombre; otras se perdieron en el caos.
The Stringer nos recuerda que a veces incluso la verdad más brutal necesita permiso para existir.
5. La ética de la duda
En un mundo que exige certezas inmediatas, este caso nos recuerda algo esencial: la duda también puede ser un acto moral. AP investigó y decidió mantener el crédito. World Press Photo hizo lo propio y ante la incertidumbre, optó por retirar la atribución exclusiva. El documental no cierra la discusión: la amplifica.
El documental, que sobra decir les dejo recomendado, consigue así devolvernos a lo esencial del periodismo: buscar, incomodar, verificar, abrir luz donde antes hubiera comodidad.
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The Stringer no es un juicio: es un espejo. Invita a ver la foto otra vez, pero ahora con todos sus bordes: los visibles y los invisibles. Invita a preguntarse qué otras historias creemos conocer y en cuántas de ellas los protagonistas nunca tuvieron nombre.
La foto de Kim Phuc sigue siendo una verdad incontestable sobre la guerra. Lo que cambia es lo que ahora podemos ver a través de ella: la autoría como poder, la memoria como disputa, la dignidad como pregunta abierta. En una era en la que muchos fabrican certezas a conveniencia y se resisten a cuestionar sus sesgos y prejuicios tal vez la forma más honesta de acercarse a la verdad sea admitir que aún la estamos buscando.




