El presidente Rodrigo Chaves, en su conferencia de prensa de los miércoles, convirtió una pregunta en un gesto de irrespeto y burla, refiriéndose con desdén a los agricultores por los tractores y vehículos en los que marcharon esta semana por la democracia.
“¿Y por qué no decomisamos esos, por cierto, lujosísimos tractores y el montón de Hilux, Toyotas, Prados?”, dijo al ministro de Seguridad Pública. “Lujosísimos”, afirmó.
Es fácil hablar de lujos cuando se desconoce lo que cuesta producir comida en este país.
Crecí en la zona norte de Cartago, en tierra agrícola, orgulloso hijo y nieto de productores, criado en una casa donde no se hablaba de bonos ni de dádivas; se hablaba de cosechas, de si la lluvia llegaría a tiempo o si el precio de los productos alcanzaría al menos para cubrir los costos.
En el campo, los tractores y los vehículos con cajón no representan riqueza; son herramientas de trabajo, son lo que permite sembrar, transportar, recoger y llevar al mercado lo que todos, incluso usted señor presidente, pone en su mesa cada día.
La agricultura nunca ha sido un oficio barato, es una de las actividades más costosas y menos remuneradas del país. Los agricultores se endeudan para comprar un tractor o una Hilux, no por ostentación, sino por los caminos rurales, llenos de barro y huecos que impiden transitar en sedanes. Y sí, presidente, esos vehículos se pagan con sudor, con préstamos y con años de sacrificio.
Mientras usted hacía ese comentario, el Banco Central informaba que la producción agropecuaria cayó un 1,9%, las lluvias fuera de temporada, el aumento de los costos de los insumos, la apreciación del colón y las importaciones desmedidas están asfixiando al productor nacional. El banano, la piña, la papa, el plátano, la cebolla y tantas otras cosechas han sufrido pérdidas.
La respuesta del Gobierno ha sido mínima: no hay apoyo técnico, ni alivio financiero, ni una política pública coherente y cuando se actúa, se hace para importar lo que podríamos producir aquí, debilitando aún más a quienes todavía creen en la tierra.
Por eso marcharon los agricultores, no por capricho ni rebeldía. Marcharon porque ya no pueden más y su respuesta, presidente, no fue empatía ni diálogo, fue burla y desprecio.
Sus palabras no mostraron firmeza, sino soberbia, reflejando la incomodidad de quien no soporta que un sector se le enfrente con dignidad.
Los tractores que vio en las calles no son símbolos de lujo, son símbolos de esfuerzo, representan el trabajo de quienes hacen posible que el país coma.
Y sí, --reitero-- defiendo al agricultor porque soy hijo de uno.
Qué tristeza y que pena, presidente, que pese más la vanidad que el respeto por el trabajo del campo, mientras usted mide el valor de un vehículo por su marca, los agricultores miden el valor de la tierra por lo que produce.
Y la tierra, señor presidente, no se doblega ante el poder.
Este artículo representa el criterio de quien lo firma. Los artículos de opinión publicados no reflejan necesariamente la posición editorial de este medio. Delfino.CR es un medio independiente, abierto a la opinión de sus lectores. Si desea publicar en Teclado Abierto, consulte nuestra guía para averiguar cómo hacerlo.




