En su primer mes de vuelta en la Casa Blanca el presidente Donald Trump ha puesto patas arriba toda lógica posible sobre la forma en que se manejan las relaciones internacionales y su supuesto orden mundial. La estrategia de Trump, en cuanto al manejo de priorizar los intereses estadounidenses sobre cualquier amenaza, ha evidenciado su forma de ejecutar una agenda política que básicamente no respeta, ni le importa, el supuesto orden internacional y sus normas.
En solo un mes Trump ha iniciado una campaña de chantaje arancelario (de al menos el 25%) a México y Canadá con la excusa de ser los principales responsables de que en Estados Unidos haya una epidemia de fentalino y una crisis migratoria. Trump justifica estos aranceles culpando a México de no hacer nada para evitar que dichas drogas entren a su país, y ahora parece ser que finalmente dichos aranceles entrarán en vigor el próximo 4 de marzo, tras vencerse el plazo de la prórroga de un mes que prometió tras conversar con la presidenta de México, Claudia Sheinbaum, y el primer ministro canadiense, Justin Trudeau.
La política del chantaje de Trump no tiene como objetivo primordial gravar a todos los productos extranjeros que entren a Estados Unidos. Estas medidas proteccionistas, que no son característicos de los gobiernos neoliberales estadounidenses, buscan utilizar la amenaza de guerra comercial para ejecutar una promesa de campaña fundamental en su discurso político: la deportación masiva de todo aquel migrante que tenga una situación legal irregular en Estados Unidos. Tal como pasó con Colombia y Panamá, Trump está dispuesto a gravar impuestos a todo aquel país que no acate su visión política del mundo, sin importar si esta se encuentra fuera del limbo legal.
En solo un mes Trump ha pasado de ser el típico aliado israelí que apoya la continuación de genocidio palestino a fomentar la macabra idea de establecer una Riviera de Oriente Próximo en Gaza, alentando no solo la limpieza étnica de palestinos a través de su exterminación, sino un desplazamiento forzado, un crimen que viola el derecho internacional.
El gobierno de Biden nunca defendió públicamente la expulsión de la población palestina de Gaza, a pesar de que ha sido el principal vendedor de armas y ayuda militar a Israel, elemento clave para facilitar el genocidio y la masacre de más de 61.000 víctimas y el desplazamiento forzado de casi dos millones de personas.
Ahora Trump ha ido un paso más allá. Utiliza la política como si fuese un negocio asegurando que Estados Unidos se hará con el control de la Franja y construirá viviendas en la “Riviera de Oriente Medio”, tras retirar escombros y allanar el terreno para la construcción de un centro vacacional que significaría miles de millones en contratos de reconstrucción o seguridad, dando a entender que la destrucción es una industria en sí misma: todo un ejemplo de neocolonialismo.
En solo un mes Trump se ha cargado décadas de política exterior en cuanto a la relación de la casa blanca con el Kremlin y también con uno de sus históricos aliados: la Unión Europea. Si anteriormente Biden consideraba a Vladimir Putin un criminal de guerra, ahora Trump lo ve como el único interlocutor válido, dejando de lado a la propia Ucrania y sus socios europeos, para acabar con la guerra en Ucrania.
Finalizar esta guerra no es la prioridad de Trump. Su verdadero objetivo es conseguir la explotación de muchos de sus recursos naturales, especialmente las llamadas tierras raras, a través de un acuerdo económico en el que Ucrania ceda a Estados Unidos la mitad de sus ingresos de explotación de sus recursos minerales como pago por la ayuda militar recibida durante la guerra. A cambio Estados Unidos se encargaría de garantizar la existencia de una Ucrania independiente, pero sin ninguna garantía de seguridad.
Trump ha entendido que la única forma para que Rusia ceda en aceptar el fin del conflicto es reconociendo primeramente que Ucrania nunca será parte de la OTAN, pero sobre todo en que todos aquellos territorios conquistados por los rusos, alrededor del 22% del territorio, no volverán a estar bajo control ucraniano. Trump ha aceptado a que Rusia logre sus objetivos militares en Ucrania para poder controlar una parte fundamental de los recursos naturales de Ucrania. A Putin la jugada le ha salido perfecta. Tendrá el control político del este de Ucrania y sobre todo, tendrá el control de la explotación de dichos recursos minerales. Mientras tanto, Trump y sus bros ricachones tendrán el resto de la Ucrania independiente para explotar sus recursos minerales a su antojo.
Y eso que solo llevamos un mes de Trump….
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