Hace cinco minutos terminé de leer la historia de ficción de esta semana, publicada por The New Yorker, que se titula “Hatagaya Lore” de Bryan Washington. Luego de leerla, sentía la necesidad de descomponer con mi mente cada frase y cada párrafo, con la intención de revivir lo que acababa de leer. Magnífica y muy humana, me llevó a un viaje mental como hace mucho no me llevaba una historia corta. Inmediatamente me asaltó la pregunta que siempre dispara mi mente cada semana, cuando busco ideas para esta columna: el ser humano necesita del arte y la cultura, pero ¿la busca con la misma intensidad que busca la comida, el sexo y el agua?

Yendo un poco más para atrás, hace un par de semanas, retomé una serie que había dejado tirada desde hace año y medio por falta de tiempo. Finalmente la terminé e inmediatamente me di a la tarea de entender el por qué algunos seres humanos no sienten esa necesidad de entablar un intercambio cultural, incluso estando en otro país. La protagonista lleva quizás un par de años viviendo en Francia, pero no ha aprendido francés (o sea, ¿qué?). ¿Cómo es posible que viviendo el sueño europeo que muchos quisiéramos, no hay un esfuerzo por aprender algo más que lo que ya conoce?

Conectando ambas historias de lo que consumo como artista, entendí que algunas personas viven, quizás, de un conformismo cultural, en el que no les llama (quiero pensar que no les importa porque me dolería pensar que no lo necesitan) conocer de otras culturas, latitudes, lenguas, comidas, hábitos o pensamientos, lo cual llamo falta de vivencias. Costa Rica se caracteriza por tener una gran cantidad de personas que hablan dos idiomas, español e inglés. Algunos hablan un tercer idioma, como el alemán o el francés (en este apartado recuerdo a mi amiga Anita, que habla un francés magnifique, aparte del inglés y el español) y eso no solo les abre las puertas laborales. ¿Saben que otras puertas abre?

Exacto, las del arte. Consumir arte de otros países, en otros idiomas, nos abre la posibilidad de entender a esas culturas y expandir nuestros horizontes. ¡Qué belleza cuando uno puede leer en otro idioma! No saben la cantidad de joyas que he podido descubrir en el inglés. No quiero ni pensar las que me estoy perdiendo en el francés, o el alemán, o incluso el italiano. Como añoro esos tiempos leyendo partitura, en el que aquel compás musical me marcaba las notas staccato y mezzo forte (saludos a los profesores Pilar y Héctor, que me tuvieron paciencia con la percusión y el clarinete). La pasión por el arte es palpable, yo sé.

Esta semana justamente, se está llevando a cabo el Festival de Cine Francófono, y ya tengo mis entradas para ir a ver “Le Procès du chien” (El juicio del perro). Para el momento en que se publiquen estas líneas ya la habré visto, pero es una oportunidad très magnifique de poder seguir expandiendo y de seguir aprendiendo.

Dicho todo esto, les invito a buscar alternativas en cine, música, literatura, pintura, teatro y demás formas de arte que sean diferentes a lo que ya conocemos, ojalá de otros países, en otros idiomas y que nos exija un esfuerzo intelectual. Eso va a marcar la diferencia, porque hay tanta variedad, que si no logran decantarse por algo específico es porque la culpa es del arte.