Este espacio —como este medio— ha procurado siempre poner el foco en Costa Rica. En nuestra realidad, nuestros retos, nuestras posibilidades. Pero hay momentos en los que el acontecer internacional se impone con tanta contundencia que incluso los niveles de alerta, ya de por sí usualmente altos, se desbordan. Este es uno de esos momentos.
La directora de El País de España, Pepa Bueno, tiene un boletín semanal titulado “La carta de Pepa Bueno”. En esencia, se trata de un análisis de la actualidad informativa y una selección de algunas de las lecturas más destacadas de la semana en el periódico.
Esta semana lo tituló con cinco palabras que resumen con precisión el momento global: Un mundo sin reglas. La frase no es nueva, pero ha cobrado una literalidad insoportable. Como es sabido, el martes, Israel rompió el alto al fuego en Gaza con una ofensiva brutal que sacudió al mundo. El miércoles, el diario español le dedicó la portada a la noticia, sin debates internos sobre su pertinencia, según explicó la propia Bueno.
La decisión de dedicar a un único asunto las cinco columnas de la portada de la edición de papel del periódico suele, en ocasiones, provocar largos debates sobre si estamos o no ante un evento tan singular como para otorgarle la máxima expresión gráfica de relevancia en la apertura. Esta vez no hubo debate”.
Bueno describe el suceso como “el ejemplo más claro y evidente de a dónde conduce el mundo sin reglas compartidas que inauguró Putin el 24 de febrero de 2022 y que ha bendecido Donald Trump en Ucrania y en Gaza desde su llegada a la Casa Blanca”.
Al describir ese “mundo sin reglas” la directora de El País no da vueltas: uno donde los pactos se rompen unilateralmente, el derecho internacional es papel mojado y la violencia vuelve a ser el idioma común. En sus palabras “el derecho internacional es un lujo restringido a aquellos países capaces de defenderse”.
Gaza es el ejemplo más mediático pero se trata de un patrón que se repite con creciente frecuencia: desde Ucrania hasta Yemen, desde Sudán hasta Myanmar. Venimos atestiguando in crescendo la reincorporación del uso de la fuerza como herramienta legítima para resolver conflictos. De la normalización del horror. De la resignación frente a la barbarie.
Europa, dicen, se está quedando sola. Y peor aún: desorientada. Atrapada entre su sueño fundacional y su parálisis institucional. Incapaz de actuar con la fuerza que las circunstancias requieren. Mientras Estados Unidos vuelve a ser impredecible, Rusia expande su influencia por el caos, y China afila sus estrategias sin disparar un solo tiro.
En este contexto, cuesta mantener la fe en los acuerdos internacionales, en las instituciones multilaterales, en las normas compartidas. Cuesta sostener el idealismo que creímos posible tras la Segunda Guerra Mundial. La agenda noticiosa del orbe nos empuja hacia una nueva realidad que no hemos terminado de entender, y mucho menos de aceptar.
Y aquí, desde la pequeña Costa Rica, ¿qué podemos hacer?
Costa Rica no tiene ejército, pero tiene voz. Tiene historia. Tiene principios. Y tiene la responsabilidad —ética, histórica, política— de no dejarse arrastrar por la inercia (o la presión) de los poderosos. No se trata de ingenuidad, se trata de dignidad. Y la dignidad empieza por la palabra.
Como escribió Pepa Bueno, hay países que todavía aspiran a vivir en un mundo con reglas. Aunque no puedan imponerlas, las respetan. Ojalá Costa Rica nunca deje de ser uno de esos países. Porque incluso en este mundo sin reglas, seguir creyendo en ellas sigue siendo un acto de resistencia.