La sociedad de las moscas es un libro de relatos del autor costarricense Calú Cruz, que abre puertas, descorre velos, busca sendas, y abre paso a otra forma de ver y leer el mundo. Decir que un texto es experimental no suma ni resta nada. En la literatura ya todo se ha dicho y lo que hay es una vuelta permanente al ser humano como objeto de reflexión literaria. Pero si se afirma que aquel texto experimental que se lee, además, asume una posición política, filosófica, ética y existencial de cara a la realidad; entonces este adquiere una nueva dimensión, otro volumen, otra tesitura.

La sociedad de las moscas es una reflexión ardua y literariamente bien construida acerca del lado oscuro de los seres humanos, de la sombra que usa el arquetipo propuesto por el psicólogo Carl Gustav Jung. Para Jung, la sombra es el lado oscuro de la personalidad donde reside la ambición, la agresividad, la sexualidad desbocada, la expresión emocional intensa, los celos, la soberbia, la avaricia, la cobardía; aspectos de la personalidad que son reprimidos por el yo consciente. En La sociedad de las moscas estos datos oscuros, de una potencia destructiva, son recreados por la imaginación literaria que no se queda en la mimesis, es decir, en la reproducción de los hechos sociales tal y como ocurren en la realidad. La sociedad de las moscas, es preciso decirlo, no es un texto realista, en lo absoluto.

Todo realismo literario es ya una subversión de la realidad, una alteración de lo real para colocarlo en una tesitura que rompe con esa realidad. Sin embargo, el brillo particular de La sociedad de las moscas radica en su ejercicio literario admirable donde lo real es lo real maravilloso y lo real maravilloso está preñado de realidad. Para citar solo un ejemplo, el autor recurre a la mosca en una doble condición semántica: esta es un insecto o bicho que causa la repulsa por su tradicional costumbre de alimentarse y reproducirse en lo pútrido y, por otra, es personaje central de los textos, que se desdobla en testigo, conciencia, símbolo, consejero y protagonista de los mismos relatos.

En estas narraciones, las moscas son seres vivos dotados de cognición y de raciocinio. Tienen clara conciencia de su rechazo y de la abominación pública y, sobre esa condición perfectamente asumida, planean sobre los pensamientos, sobre los personajes caídos en desgracia, preanuncian la debacle, confirman el infortunio y la derrota. Para dar fe de la autoconciencia de los dípteros, el autor incluye textos que simulan intertextos, los cuales son agudos y lúcidos monólogos que exponen con claridad, y sin dobles tintes, su fría racionalidad, es decir, su profundo y áspero realismo.

La mosca cuestiona las buenas maneras, los valores aceptados, el curso normal de lo dado. Además, acepta su condición de bicho cínico, egoísta, y no oculta su rapiña, su verdadera naturaleza. Uno podría decir que La sociedad de las moscas es heredero de Kafka y lo es. Recurre a la figura del bicho o insecto detestable y lo readapta en sus historias, pero en un contexto tropicalizado, cercano, ístmico, centroamericano. Sin embargo, nuestra alimaña no muere en una habitación en Praga bajo el nombre de Gregorio Samsa, ¡no! Su zumbido planea sobre personajes asesinados, sobre figuras ligadas a la corrupción política, sobre homicidas o asesinos que, a su vez fueron víctimas; y sobre dioses perdidos en su culpa y cuya desgarradura humana los aplastó.

El lente agudo de Calú aúna imaginación y crítica, y no se detiene siquiera frente a la mitología fundacional indígena. Retrata con eficacia e ironía la caída de Quetzalcoatl, su naturaleza humano-maleable, borracho al ingerir pulque, incestuoso, al que arruinó aquel pobre corazón enamorado, en palabras de Tezcaltipoca, su hermano.

Logan Cienfuegos, el niño lindo y violado que habla en metáforas galantes y precisas, es psicópata y asesino, él mismo se convierte en productor de violencia y muerte a futuro, fruto del abuso prematuro a manos de su tío Koky. Actores del ciclo infinito de la violencia y del abuso se repiten incesantemente como una historia maldita que va dejando una estela de nuevas víctimas. El autor también recurre a la alegoría del Viacrucis, a esa vía dolorosa que padeció Jesús en el ascenso al Monte Calvario hasta su muerte. Cada estación, de cierto modo, está relacionada con la muerte o el ultraje de alguna mujer joven centroamericana, habitantes de la periferia y de estas repúblicas ístmicas desahuciadas. Lo que hay al final del calvario es el culto a la muerte que parece venir desde los rituales del odio que se pierden en la noche de los tiempos.

Lo interesante es que los relatos no acaban ahí, sino que aparecen más adelante en otros textos, dándole una coherencia temática y narrativa, lo que destaca como uno de los recursos más interesantes en esta obra de Calú.

El germen de las calamidades se presenta como una reflexión en tiempos de pandemia y de virus, y deja claro que la ciencia privilegia a los poderosos y se desmarca de los marginados de la tierra. La pupa es una sátira política que entrecruza los papeles de Panamá y el caso cochinilla de corrupción, donde se coluden la empresa privada y los funcionarios públicos, perdida ya toda búsqueda del bien común. El quebranto de los violines pone en evidencia la moralina de ciertos hombres que increpan en público la libertad erótica, pero, en lo privado, son consumidores insignes de pornografía.

La sociedad de las moscas se presenta, entonces, como un enjambre de luminosidad en medio de la oscuridad y de la muerte, no deja de buscar, de interrogarse, de indagar en los rincones pútridos de la realidad. No deja de auscultar las rutas en donde la cómoda moral burguesa detiene su marcha, en donde el prejuicio y el miedo prefieren quitar la mirada; es decir, taparse los ojos.

El jurado del Certamen Brunca 2021 de la Universidad Nacional, dentro de sus consideraciones para otorgarle el primer lugar a esta compilación de cuentos, valoró, singularmente, la actualidad de los temas, la unidad temática de los textos enviados, el manejo imaginativo del lenguaje y la estructura literaria de cada una de las invenciones que conforman este repertorio.

Yo, a título personal, agregaría que es, además de todo lo anterior, un texto valiente, lúcido y decididamente comprometido con la literatura, sobre todo en aquello que decía el poeta José Manuel Caballero Bonald, Premio Cervantes, «que el mayor compromiso político de un autor es escribir bien, tremendamente bien». Y yo apunto, fielmente, que el autor Calú Cruz, así lo hizo.