Tomarse fotos repartiendo bolsas de comida a los damnificados de un desastre es una escena muy vieja y que creíamos extinta, pasada de moda.

Posar para cámaras y micrófonos durante esos despliegues implica revelar la intención de mostrarse como héroe:

Véanme, no me olviden, soy el dadivoso, el proveedor, el generoso, pero sobre todo recuérdenme en la próxima elección…”.

Algunos, más modernos, en el pasado se grababan lanzando esas bolsas de comida desde un helicóptero, para que cayera cual maná del cielo; en estos días se prefiere posar con el agua por la cintura, pues por supuesto, es más dramático y espectacular.

Para aumentar el dramatismo se pueden agregan mensajes para que la gente se apure en recibir y comer la dádiva, pues por ahí merodean algunos políticos malvados cuya intención es lanzar esa comida a los ríos; cometer un pecado…

¿Hay alguna manera de calificar esas poses, más allá del populismo? ¿Se puede ser tan evidente? ¿Es posible imaginar ese espectáculo, rodeado de medios de comunicación, en frente de personas que no tienen ni idea de lo que les deparará el futuro, es decir, las próximas 24 horas? ¿Es posible generar así beneficios políticos, electorales y de imagen?

¡Qué difícil es responder que no!

Pero para los aprendices de autócrata todo es posible y hasta necesario, si se trata de ganar simpatías entre los incautos. Paradójicamente esas cosas traen incrementos en los índices de popularidad, festejados por los comités de aplauso que los rodean, aunque eso no sea más que politiquería, ante la desgracia del propio pueblo, precisamente el más vulnerable.

Ahora bien y siempre especulando, ese no parece ser el peor escenario si no fuese porque el protagonista ficticio pudiese ser el elegido para ocupar el puesto supremo del servidor público y quien debería tener presente que no es el jefe de nadie sino, al contrario, un empleado, nada más…

El lado bueno de esta situación es que la falta de tacto los caracteriza y desnuda ante la opinión pública que comprende el cuento, sobre todo por tratarse de un momento tan terrible. Queda claro que poco importan los damnificados, a quienes lluvias, ríos y deslizamientos han dañado y destruido sus pertenencias y medios de subsistencia.

Por supuesto, dado que estos personajes no viven en esos lugares alejados, calientes, húmedos, lluviosos, con muchos zancudos, en donde también tiembla y puede haber volcanes en erupción, no hay manera de que, preferiblemente, hubiesen sido ofrecidos consejos e ideas acerca las soluciones posibles al riesgo.

No, pues cuando se vive en mansiones rodeadas de murallas, cámaras y guardaespaldas, difícilmente se tiene consciencia de esos peligros, y no importa la gente, sino solamente cuando se acerque la próxima elección.

Lástima, porque se desperdician las oportunidades de oro para llevar mensajes de prevención y advertencia. Posiblemente esta no será la última ocasión en que pudiesen suceder estas desgracias.

Ellos no saben aconsejar acerca de cómo reducir la exposición y la vulnerabilidad. Peor aún, se omiten estos detalles, incluso cuando en el séquito acompañante hay personas que, supuestamente, son los “expertos” en esos temas, pero quienes solamente se atreven a abrir la boca para alabar y aplaudir al caudillo, y para acompañarlos en los selfies.

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