En la antigua Grecia existía un término, la parresía, que implicaba la libertad de expresión y la obligación de hablar con la verdad, en beneficio del bien común e incluso bajo el riesgo de la propia vida. Esta expresión significaba, etimológicamente, “decirlo todo”, “hablar libremente” o “hablar con atrevimiento”.

Durante la Edad Media, el bufón se convirtió en la representación cortesana de la parresía, que se asociaba con el ejercicio de la verdad y estaba en condiciones de ironizar sobre el rey. El bufón representaba una realidad que, a ojos de la realeza, era excéntrica y caótica. Su función consistía en llevar un fragmento de ese mundo monstruoso, pero esencialmente verdadero, al interior de la corte.

William Shakespeare sabía mucho sobre bufones y retrató algunos memorables en obras como Noche de reyes (1602) o El rey Lear (1606). Además, anticipó el ascenso del bufón al poder en su célebre Macbeth (1623): una obra que incluye brujas, muertos que caminan, traiciones culposas, decapitaciones y, ante todo, la ambición de poder sin otro motivo que la simple satisfacción narcisista.

Se ha dicho con mucha frecuencia que Macbeth es un montaje sobre el poder, aunque tal vez hemos perdido de vista que se trata de un montaje sobre los montajes. Es decir, sobre las conspiraciones, las mentiras y las cortinas de humo, sobre la actuación y sobre los gobernantes que actúan por debajo de los estándares dramáticos pero por encima de la capacidad del pueblo para descifrar sus insólitos y aparatosos movimientos.

Berlusconi, el anticipador

En 2008, el filósofo Rafael Argullol publicó en el diario El País un artículo titulado El rey bufón, en el que hacía referencia a la elección del empresario y magnate Silvio Berlusconi en el cargo de jefe del Gobierno de Italia. Argullol comentaba entonces:

aunque Berlusconi posee características genuinamente italianas, trasciende el escenario político de Italia y en este sentido se ha transformado en un arquetipo que nos afecta a todos. Lo más preocupante es que en muchos aspectos Berlusconi se perfila, no tanto como una rémora del pasado inmediato, cuanto como un anticipador de tiempos futuros”.

Según Argullol, el movimiento estratégico de Berlusconi consistió en usurpar e intercambiar los roles del rey y del bufón, presentándolos bajo las formas de la broma burda y el espejismo:

De un lado, el rey absoluto que se apodera de la mayoría de los resortes del poder; de otro lado, el bufón que distorsiona grotescamente el paisaje, aunque no para proclamar la verdad, como harían los bufones medievales o barrocos, sino para reforzar la mentira”.

En nuestros días

En un artículo publicado recientemente, la geóloga Emma Tristán se refiere a algunos políticos contemporáneos como Donald Trump, Nayib Bukele y Rodrigo Chaves, bajo el calificativo de “agitadores profesionales”. En efecto, estos gobernantes no pierden la oportunidad para sembrar el malestar y la duda a su alrededor, como aprendices de brujo de Joseph Goebbels, el ministro de propaganda de Adolf Hitler, recordado a menudo por la frase: “miente, miente, que algo quedará.” Como comenta Tristán en su texto, este año las enseñanzas de Goebbels cumplen un siglo de vida y parecen más vigentes que nunca.

La lista de agitadores profesionales contemporáneos puede ampliarse fácilmente al sumar los nombres de otras figuras de talante similar, como el argentino Javier Milei o el brasileño Jair Bolsonaro. Así, es fácil deducir que estos gobernantes autoritarios, que consideran cualquier espacio público como el escenario ideal para la propagación de la burla y la mentira, representan un fenómeno de escala global. Un signo triste de nuestros tiempos.

Los reyes bufones que anunciaba Argullol en su artículo utilizan la provocación y el escándalo para llamar la atención sobre sus acciones, pero también para tergiversarlas o disfrazarlas. Es decir, se ubican en las antípodas de la verdad y se sirven de ella, ajustándola a sus propósitos.

Frente al fracaso en su intento de imponer políticas que no están legitimadas socialmente, el rey bufón acude a la sustitución de los procedimientos democráticos, a la firma de decretos, las convocatorias de plebiscitos, el asalto de asambleas y parlamentos y las publicaciones altisonantes en sus redes sociales. Todo cargado de estrépito, de ansias de control y de poder, como anticipó Shakespeare, hace cuatro siglos.

El rey bufón llena el aire de burlas vacías y gestos oscuros. Por esto resulta difícil leer una de las más célebres citas de Macbeth sin considerarla reveladora y premonitoria: “La vida no es más que una sombra que camina; un mal actor que se pavonea y se agita una hora en el escenario y después no vuelve a ser oído. Es un cuento narrado por un idiota, lleno de ruido y de furia, que nada significa.”

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