Cada vez es más común que, como consumidores finales nos desconectemos de la producción de los bienes que utilizamos a diario. En general, existe poca conciencia en nuestra sociedad sobre cómo la organización y las características de las cadenas de producción impactan directamente en los volúmenes de extracción de recursos asociados al producto final y sus opciones de manejo post-consumo. Esto porque los recursos consumidos, tras un breve uso, se convierten en un residuo con una necesidad de manejo integral.

La ropa que consumimos no se escapa de esta realidad. Irónicamente, una prenda tiene una vida útil promedio de 2 años y puede tardar más de 200 años en  descomponerse. Este comportamiento, sumado a la gran producción en masa potenciada por el crecimiento de la población mundial y los nuevos patrones culturales de consumo, suponen serias repercusiones en el ambiente.

De hecho, la industria de la moda es reconocida por la gran producción diaria de desechos textiles y, en general, como uno de los sectores que más impactan negativamente al ambiente. Esto se puede ejemplificar tanto a pequeña como a gran escala, ya que esa industria consume más energía que la naviera y la de aviación juntas y se estima que requiere de aproximadamente 2,700 litros de agua para producir una sola camisa de algodón promedio.

Montañas de ropa

El irreprimible consumo y producción de textiles que se incrementa a diario se ha traducido en una problemática ambiental en todo el mundo. Tanto que, como consecuencia de la ineficiente capacidad de respuesta de los países para gestionar estos residuos, en la actualidad se acumulan hasta formar “islas” de toneladas de ropa en desiertos y campos, como ocurre en países como Chile, Ghana, Kenya y Tanzania y en las costas de Colombia.

A pesar de que esta realidad, día a día se experimenta un aumento exponencial en el modelo de producción de ropa conocido como “fast fashion”. Esta práctica consiste en producir ropa a bajo costo, en gran cantidad y en un corto tiempo, con el propósito de satisfacer la rápida tasa de consumo de los usuarios.

Se cree que el fast fashion fue introducido por la marca Zara, cuando en 1990 estableció su “innovador” objetivo de cerrar el proceso de diseño-venta de una prenda en un periodo menor a 15 días.Desde entonces, los consumidores han percibido este fenómeno como la posibilidad de obtener ropa accesible y de temporada, lo que significa grandes volúmenes de ventas para el sector. De esta manera los productos son diseñados para tener una vida útil corta, por lo que son considerados como “desechables”.

En general, a nivel global no se ha alcanzado la suficiente conciencia sobre organización y planeación del manejo de los residuos sólidos, que acompañe el aumento desmedido en la producción de textiles. Nuestro papel como consumidores, repercute en la creación de demanda según las características de los productos. Sin embargo, como menciona la geóloga Emma Tristán en un artículo titulado Moda jurásica , en la mayoría de los casos, cuando compramos la camisa de última moda, no pensamos en su huella ambiental.

Alternativas locales

La diseñadora costarricense Jacky Alvarado es un ejemplo nacional a contracorriente de la industria de la moda. Con su marca Bombacacea, Alvarado promueve la producción a pequeña escala, duradera y atemporal, o “ropa heredable”, como ella misma la ha nombrado. Esta alternativa emplea el uso responsable de materiales y la selección de textiles de calidad para la creación de las prendas, con el objetivo de ser utilizadas durante largo tiempo e incluso a través de distintas generaciones.

Igualmente, existen otras marcas nacionales como Return, Gato Negro y OdaMusa, que a través de la ropa y los accesorios que crean contribuyen a la gestión responsable de textiles en el país. Al utilizar materiales reciclados o textiles sobrantes de otros procesos, nos ofrecen la oportunidad de extender la vida útil de los recursos.

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