Lo dijo a principios de los 80 David Bowie, ícono de la música y de la moda, en su pieza Fashion: la moda juega con nosotros. Nos hace girar a la izquierda, luego a la derecha. Nos pide que la escuchemos y después ya no. Nos pide que bailemos, pero solo una pieza.
En los 50, la moda pasó de ser hecha a la medida para convertirse en el prêt-à-porter del público masivo. Hoy, ese proceso ha culminado en el “fast fashion”: un producto de consumo desmesurado que evidencia, además, un gran desprecio hacia los recursos naturales. Los datos son contundentes: según una publicación reciente de McKinsey and Company, los consumidores compramos hoy un 60% más de ropa que en el año 2000 y además la usamos solamente la mitad del tiempo.
Cuando compramos la camisa de última moda, no pensamos en su huella ambiental. No interesan los miles de kilómetros que viajaron, la camisa y sus componentes. Por suerte, esto no ha pasado inadvertido para algunos. El gobierno francés anunció recientemente que apoyará una propuesta de ley contra la moda rápida y que, para abril de este año, espera tener el resultado de una consulta pública sobre cómo realizar el etiquetado de cada prenda, con información sobre su impacto ambiental.
Tampoco pasó inadvertido para el actor Joaquín Phoenix, que decidió utilizar el mismo smoking en todos los eventos de la temporada de premios cinematográficos de 2020, con el propósito de reducir residuos. 100 puntos para Phoenix.
En esa misma línea, hay empresas que están haciendo esfuerzos para reducir los impactos ambientales y sociales de sus productos. Levy’s, Adidas y Patagonia, por citar algunos ejemplos. Acá, en Costa Rica, hay que reconocer el trabajo de pequeños empresarios y empresarias que reutilizan, confeccionan y generan piezas individualizadas y de gran carácter, como Lalo Clothing o Guayaberi.
Les invito a escuchar el último episodio de La telaraña, titulado Moda Sostenible, en el que nuestras invitadas, Irene Jones (diseñadora) y Liliana Abarca (química), escuchan música, hablan de moda e incluso de dinosaurios, que alimentan con sus restos nuestros tejidos de poliéster y nylon. ¿Por qué no estampamos las telas sintéticas con figuras de tiranosaurios? Tal vez así recordaríamos que era mejor dejarlos bajo tierra. Esa sería mi propuesta.
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