Las recién pasadas elecciones municipales dejaron a muchos decepcionados por la baja participación ciudadana, a otros tristes por no ganar las alcaldías que esperaban, a algunos contentos por ganar más de lo presupuestado, pero, sobre todo, a un claro perdedor: el Partido Liberación Nacional (PLN).

Desde hace años, el partido verdiblanco se encuentra en una encrucijada existencial marcada por sucesivas y humillantes derrotas electorales que han erosionado su hegemonía en la política de Costa Rica. Hasta ahora, cuál mamut atrapado en un pozo de brea, no ha logrado encontrar la manera de escapar de esa espiral descendente.

El PLN ha visto como su control de las municipalidades se erosiona con cada elección.  Desde su momento de mayor dominio en 2010, con 59 alcaldías, pasó a 50 en 2014, 43 en 2018, y ahora, de un solo golpe, pierde 14 cantones más, quedándose con solo 29 —al corte del 5 de febrero—. Sin embargo, el principal batacazo, y el que realmente podría ser la herida letal, es la derrota de Liberación en el cantón central de San José.  Hay que recordar que, desde que la posición de alcalde fue creada, en 1998, Johnny Araya se mantuvo en el poder contra viento y marea —… y prensa y Contraloría y Fiscalía …—. Pero, pareciera que el brillo de los diamantes —y otras joyitas— logró al fin abrirle los ojos al escaso electorado informado. Éste por fin pasó a la acción y decidió pasar la batuta a alguien más en el marco de la reciente reforma para impedir la reelección indefinida de alcaldes, que fue sin duda un factor decisivo para la ocurrencia de este punto de inflexión.

Por lo tanto, la reciente pérdida en las elecciones municipales no es un evento aislado, sino la continuación e intensificación de una tendencia sostenida que ya va para dos décadas. La evolución del panorama político costarricense, con el surgimiento de nuevas fuerzas políticas y un electorado cada vez más exigente y menos leal a las marcas partidarias tradicionales, ha puesto en evidencia el anquilosamiento del PLN, una entidad vinculada a numerosos casos de corrupción y atrapada en prácticas e ideologías percibidas por el electorado más joven simplemente como prehistóricas.

Este declive de Liberación se ve agravado por sus dinámicas internas. Frecuentemente señalado como un "club de amigos", donde las conexiones familiares y personales parecen jugar un papel crucial en las designaciones políticas, no es inusual en el PLN ver a diputados con lazos familiares directos dentro del partido, como hermanos o hijos de alcaldes. No hay que ir muy lejos para encontrar ejemplos: el excandidato a la alcaldía de San José, Mario Vargas, es hermano del diputado Danny Vargas; la diputada Andrea Álvarez, hija del excandidato presidencial Antonio Álvarez; la exdiputada Franggi Nicolás dejó su puesto en la Asamblea a su padre, Francisco Nicolás, quien ya había sido presidente de INCOFER y viceministro del MOPT; y el Arias presidente del Congreso es hermano del Arias dos veces expresidente de la República. Este más que aparente nepotismo proyecta al partido como una entidad cerrada y estancada, más interesada en preservar su esfera de influencia entre un grupo selecto que en buscar una renovación o acoger nuevas perspectivas.

Volviendo a las recientes elecciones, ya sin el control de la municipalidad más importante y mediática del país, y con 12 años fuera de Zapote, la posibilidad de mantenerse vigente con la que Liberación ha retenido un porcentaje de votantes importantes se desvanece más y más.  El alcalde de San José sale en las noticias al menos una vez a la semana, el alcalde de San José da discursos en colegios, escuelas, universidades, empresas… el alcalde de San José abre el Festival de La Luz, los Toros de Zapote, y un largo etcétera de oportunidades que le sirven de promoción “indirecta” al partido que representa.

Y el círculo vicioso se acentúa. Peores resultados electorales significan menos inversionistas para la campaña, el retorno de inversión ya no está garantizado como antes. Peores resultados significan menos trabajo puerta a puerta de oportunistas “pega-banderas”, estos se van a donde caliente más el sol. Peores resultados, la misma argolla de siempre y políticas añejas, significan nula atracción de jóvenes votantes, por lo que la presencia en redes sociales, lejos de ser orgánica, se limita a troles para atacar las publicaciones de los adversarios e influencers de paga que poco hacen para ganar nuevos votantes.  En épocas de TikTok, el PLN no ha aprendido a usar ni Facebook.

Con una base electoral más estrecha, ganar una elección presidencial en primera ronda le es cada vez más difícil al liberacionismo, y para hacerlo en segunda ronda se ha mostrado particularmente ineficaz, sin importar quién sea el oponente.  La Asamblea Legislativa se constituye así en su último bastión de influencia —un verdadero “Mundo Perdido”— donde, con una presencia de 19 diputados, conserva una cuota de poder importante, aunque mucho menor que en sus tiempos de gloria.

En fin, con cada elección, el futuro del PLN se torna más incierto, lo que pronostica que sin un cambio drástico —el cual parece poco probable— su destino podría ser tan sombrío como el de los dinosaurios. Queda claro, entonces, que en la dinámica de la evolución política, adaptarse o sucumbir ante la extinción no es ya una simple metáfora, sino una realidad palpable e inmediata.

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