Por segunda ocasión, la Banda Municipal de Zarcero (BMZ) participará en el célebre Desfile de las Rosas que recibe cada nuevo año en su primer día en la ciudad de Pasadena, California. Este evento es transmitido ampliamente a nivel internacional. La agrupación, cuya propuesta artística en esta oportunidad celebra a la cultura de los pueblos borucas, fue oficialmente acreditada como la única banda latinoamericana que participará en el desfile. Además del mencionado evento, también realizarán otras importantes presentaciones en suelo estadounidense. No en vano, se les reconoció como “Embajadores de la Marca País” por el indudable impacto que tendrán en la imagen global de Costa Rica, tanto a nivel mediático como artístico. Esto tiene además un significado extraordinario si consideramos que hace tan solo dos años —y tendemos a olvidarlo fácilmente— en estas fechas la cepa ómicron aún nos hacía cubrir nuestros rostros con máscaras, y no precisamente de las de los diablitos borucas.

Como costarricenses, debemos sentirnos sumamente orgullosos de la BMZ y los logros alcanzados, resultado del trabajo conjunto, horas de esfuerzo y ensayos y de la unión de energías personales e institucionales. La movilización de una delegación tan grande como esta no podría ser posible sin el apoyo de entidades que respalden la iniciativa y todas las tareas que conlleva dar vida a semejante proyecto cultural.

Esta clase de apoyo institucional, a menudo denominado como mecenazgo artístico, ha servido como un impulsor fundamental para el desarrollo de expresiones culturales a lo largo de la historia. En otras épocas y contextos, la aristocracia, la iglesia y las instancias gubernamentales fueron partícipes fundamentales en el patrocinio de proyectos artísticos a toda escala, desde iniciativas personales hasta grandes ideales o eventos masivos. En nuestro medio, el modelo tradicional se inclinaba a considerar a que el Estado, representado acá por el Ministerio de Cultura y Juventud (MCJ), debía ser el protector y promotor de los proyectos generados por las personas trabajadoras de las artes, y funcionó hasta cierto momento en que el gremio era más reducido y la esfera cultural de menor alcance.

Un nuevo paradigma se estableció a nivel internacional en las últimas dos décadas: aparecieron los conceptos de economías creativas, industrias culturales y economía naranja, y que están relacionadas con la producción y distribución de aquellos entendidos como bienes y servicios culturales. Impulsan la creatividad y el emprendimiento artístico con valor potencial para generar ingresos, mayor oportunidades laborales y otros rendimientos para la población.

Los emprendimientos creativos, no obstante, deben recorrer un camino espinoso para obtener el contenido económico que los haga florecer y perdurar. En otros países existen una serie de alternativas que promueven el financiamiento de estos proyectos, como las facilidades crediticias de las entidades financieras a iniciativas de la cultura, y muy especialmente, las retribuciones fiscales para aquellas empresas y personas que sufraguen e inviertan en proyectos culturales debidamente acreditados.

En Costa Rica aún no hay esa plataforma que, de manera sistemática, inclusiva y consistente, permita reducir el pago de impuestos a empresas o individuos que apoyen tales proyectos. No me refiero acá simplemente al sustento de iniciativas culturales con la consigna de la “responsabilidad social corporativa”, que muchas veces no pasa de ser cosmética. Hablo de una verdadera convicción ética de que el sector privado puede coadyuvar en el en enriquecimiento cultural, el fomento creativo, la innovación, y establecer enlaces con el gremio de las artes que a su vez beneficien sus propios cometidos como empresas. Se trata acá de una colaboración real entre dos sectores productivos, que en última instancia proporciona a la empresa que financia un renombre especial como promotor de cultura y el impacto que genera en la sociedad.

Como contraparte, a los artistas y emprendedores culturales les corresponde ser conocedores a nivel profesional de cómo gestionar iniciativas, formular proyectos y realizar estudios de audiencias y formación de públicos, de manera paralela a lo que atañe a la disciplina artística en que desempeñan. La formación en gestión y producción es también un eslabón esencial en esta cadena, un área de conocimiento que hasta la fecha se aplica casi que de manera autodidacta o empírica en Costa Rica.

En un medio como el nuestro, en el que MCJ no tiene la capacidad real —ya sea por limitación de recursos, falta de voluntad política, esquemas burocráticos más que caducos o ineficiencia administrativa— para dar apoyo a una fuerza laboral y creativa cada vez mayor, el sistema de mecenazgo y patrocinio es una alternativa vital que, no siendo la única —porque el Ministerio no puede dejar de cumplir su función primaria— puede levantar al gremio en tiempos de crisis. Pero es poco factible si el mismo aparato gubernamental no ofrece le retribuciones reales en material fiscal, como es común en otras partes del mundo. Es mi deseo de año nuevo que un ejemplo tan inspirador y emocionante como el de la BMZ pueda suscitar que para este 2024 se den ya algunos pasos en establecer eficaces sistemas de patrocinio artístico en el país, y que ojalá algún proyecto de ley pueda hacer de esta alternativa una realidad en nuestro medio.