“Tengo un trilema”- Así inicia Fulanito su consulta esa mañana. Obvio, hay que oírlo.
“Vos sabés que yo estoy a cargo del departamento nuevo ¿verdad? El de comunicación y enlace. Pues hay uno de los chiquillos que es muy bueno en lo que hace, pero pésimo en eso de habilidades blandas. Fijate que, por ejemplo, está exponiendo y una compañera le pregunta algo y él le contesta No sea necia, eso ya lo vimos.”
Le preguntamos si lo reportó, porque la política es clara sobre el trato que debe haber entre compañeros.
“No, porque pensé que había sido solo una vez, pero no: es un chancho para el trato con la gente. Me senté con él para darle eso de retroalimentación y consejos y ¿a qué no adivinan qué?”
Imposible tratar de adivinar. Además, Fulanito de fijo nos va a contar
“Advertidos quedan: si ustedes dicen que yo dije, me quito: ¡Me contó que va al psiquiatra! ¡TRES veces por semana! Que tiene pensamientos suicidas, que nos odia a todos y que cualquier día de estos se mata. ¿Se imaginan? ¿Qué hago yo con esa criatura? ¿Y si le da el yeyo aquí? ¿Si se le va el fius en la oficina y nos hace algo? Encima ahora a cada rato me busca para hablar conmigo horas de horas. No puedo trabajar, me deja mareado y quedo tieso de la nuca del estrés.”
Le explicamos a Fulanito que, por más que él quisiera, no debería asumir esa carga o tratar de ayudar al muchacho. Para eso se requiere formación especial y por más buenas intenciones, la contención se la debería dar un profesional y no un compañero de trabajo.
Por otra parte, si el muchacho estaba bajo tratamiento médico, lo mejor es que traiga a la empresa un documento de su médico tratante, donde explique su condición médica y si es necesario hacer algún ajuste a las funciones del trabajador. Eso nos permitiría apoyarlo y tomar en cuenta esta situación en el análisis de sus labores.
Finalmente, le recordamos que, si el documento médico confirma que el muchacho está pasando por un periodo vulnerable, tiene una especie de protección contra el despido y que debemos coordinar cualquier sanción, acción disciplinaria o incluso posible salida del trabajador para evitarle riesgos de la empresa.
Fulanito tomó nota de todo eso en la libretita que siempre anda a mano y se devolvió a su departamento. Regresó con nosotros en menos de 15 minutos.
“Creo que metí la pata. Le hablé al muchacho. Y me dijo que él no quería que legal ni recursos humanos se metiera. Que me había contado a mí en confianza pero que no era para que fuera con el chisme. Y yo con esta lengua incontrolable ¡Dios mío! ¡Prométanme chiquillas que ustedes no van a decir nada!”
Primero calmamos a Fulanito, que estaba en un solo temblor. Luego repasamos con él algunas cosas básicas de su función de Jefe.
Lo primero, la relación de un jefe y un subalterno una relación de jerarquía y autoridad, no de amistad. Y aunque fuese de amistad, no es de tolerancia ni justificaría excepciones a las políticas de la empresa o a la ley.
Lo segundo, que este tipo de “secretos”, cuando se tratan de situaciones que afectan la relación laboral, debe siempre ser compartido con recursos humanos.
Y lo tercero, tal vez lo más importante para este caso, es que el jefe es un representante patronal. Contarle algo al jefe es como si le contara directamente al gerente general o al dueño. No hay punto medio. No se puede alegar que la conversación se hace en el ámbito estrictamente personal. Y es obligación del jefe informar a quien corresponda.
Si Fulanito no hubiera contado del asunto, y por alguna razón se hubiera complicado, sería un enorme problema para la empresa. El muchacho podría haber alegado ser víctima de discriminación por su condición de vulnerabilidad. Y si un representante patronal de la empresa- Fulanito- lo sabía, entonces la empresa también.
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