Con la creación de oficina de defensa pública laboral en el 2017, la litigiosidad en materia laboral ha ido en aumento. Gracias a su labor (que es excelente) muchos trabajadores han tenido la posibilidad de contar con asesoría legal profesional, sin costo alguno para ellos.
Considerando que la posibilidad de ir a juicio ahora es mayor, es importante tener claro a qué nos vamos a enfrentar. Lamentablemente, los medios de comunicación han creado y alimentado muchos mitos respecto a los procesos legales, generando expectativas que no se ajustan a la realidad y que, muchas veces, nos descolocan o desvían la atención de las cosas importantes en estos casos.
Recordemos algunos aspectos básicos del proceso laboral:
En Costa Rica no hay jurados. Hay jueces, que son abogados profesionales en derecho, funcionarios del Poder Judicial, con preparación y conocimiento en la materia. No usan mazos para pegarle a la mesa y exigir orden o silencio. No usan togas negras ni pelucas. Son, evidentemente, seres humanos, expuestos, como todos nosotros, a cometer errores.
La audiencia oral, que es esa parte del proceso donde se escucha a los testigos y a los abogados, no es pública, como tampoco lo es el expediente. Incluso cuando uno de los abogados desea que, por ejemplo, algún asistente le acompañe, debe pedir autorización para eso.
Aunque la oralidad es un principio importante del proceso, aún hay mucho que se hace por escrito, incluyendo la demanda, la respuesta a la demanda, la sentencia y las apelaciones.
En caso de duda, el juez debe resolver a favor del trabajador, porque el trabajador se considera como la parte más débil de la relación laboral. Esto ha generado la idea de que los juzgados laborales siempre favorecen al trabajador.
Ser testigo no es opcional. Si a Fulanito lo ofrecen como testigo, Fulanito tendrá que ir a declarar, quiera o no. Obviamente, es mucho mejor preguntarle de previo a Fulanito si estará dispuesto a declarar a que se entere cuando le llegue la orden de presentarse al juzgado tal día. No hay nada peor que un testigo que va obligado. Usualmente sufre un ataque repentino de amnesia total, se comporta de manera hostil o afecta los intereses de la parte que lo ofrece como testigo.
Los tiempos judiciales son sumamente lentos y se han visto aún más afectados por la pandemia, el aumento en la cantidad de expedientes y la falta de personal. Ese caso que en la tele pasa del despido a la demanda y a la resolución del tribunal superior en 45 minutos, es tan fantasioso como la idea de que Superman vuela.
Los procesos no se resuelven con el testigo sorpresa o con la evidencia que aparece justo cuando más se necesita. Al contrario, los procesos dependen mucho de la prueba documental. Si usted es el patrono, le corresponde aportar toda la prueba que confirme que cumplió con sus obligaciones legales y la demostración de porqué lo que se indica en la demanda no es cierto. De ahí la importancia de documentar todo.
Los abogados no nos parecemos a esos abogados que salen en Netflix, muy hábiles con la comunicación, haciendo preguntas que en la vida real el juez no permitiría, dando declaraciones brillantes a la salida de la Corte. Más bien solemos ser muy aburridos, técnicos y complicados al hablar y a veces, innecesariamente agresivos y groseros.
Siempre hay espacio para la conciliación. En todas las audiencias laborales se explora esta posibilidad primero. Aunque uno vaya con la idea de no conciliar, muchas veces aparecen opciones que hacen reconsiderar esta posición. Bien lo ha reconocido la sabiduría popular: Del ahogado, el sombrero o Más vale un mal arreglo, que un buen pleito. No siempre son malos arreglos: en una conciliación, ambas partes ceden un poco.
Las audiencias se celebran en salas de juicio, que pueden ser parecidas a las que se ven en las grandes pantallas. Pero también pueden celebrarse en la oficina de un juez donde todos cabemos apretados en sillones y un par de sillas. Y está bien. El proceso es más informal de lo que uno se imaginaría, pero siempre respetuoso. Con la pandemia se implementaron los juicios en plataformas virtuales, así que ahora todos nos vemos a través de un monitor y se nos cae internet, quedamos congelados, no se oye, o se oye todo y esas cosas propias de la tecnología.
Los juicios son como el futbol: empiezan puntuales. Y esa desagradable maña nacional de llegar tarde a todo, más los imponderables del tráfico, puede comprometer el resultado de un juicio: si usted no está cuando empieza el proceso, se le tiene como ausente. Si es más bien el despacho el que se atrasa, ni modo, toca esperar. No hay proceso judicial que no implique enormes cuotas de paciencia.
Al juez uno no le dice “Su Señoría”, le dice “Licenciado” o “Señor Juez”. Tampoco nos ponemos de pie de un brinco gritando “¡Objeción!”; levantamos la mano así, sentaditos y decimos “Me opongo”. Ningún juez pediría el ingreso de una de las partes o de algún testigo diciendo “¡Que pase el desgraciado!”
Las reglas básicas de cortesía que aprendimos de pequeños se mantienen vigentes en un juicio. Por eso uno entra y saluda a todas las partes, al juez, al personal del despacho. Por eso en el proceso se guardan las formas y el trato siempre es cordial y educado. No tiene ningún sentido comportarse como un tiburón sediento de sangre o imponerse a punta de arrogancia. Nadie gana con eso.
Ir a juicio requiere invertir tiempo y dinero. Además, como bien recuerdan los señores jueces al promover la conciliación: por más que uno se sienta confiado en el resultado, nadie sabe qué va a pasar en el juicio como tal y la decisión final depende de un tercero.
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