Un rincón para cada cosa es una frase que me cautiva porque soy de las personas que resiente el desorden. En casa, aunque afuera sobrevuele el polvo, las ventanas permanecen impecables como vitrinas de museos.
Este rito de amparar la meticulosidad colinda con un linaje materno. Sin duda proviene de mi abuela de quien solía escuchar que —desatender el orden a nuestro alrededor genera una ruptura en la armonía— algo que sigue siendo vigente. De ella aprendí a cuidar y restaurar las cosas. Con sus detalles me transportaba a un mundo privado, íntimo, que creía conocer.
Ella no tejía, como muchas de las abuelas de mis amigas, pero tejió relatos en mi memoria con autenticidad. Leía poco y escribía casi nada pero fue un libro abierto y muy generosa con su tiempo. Ese mismo tiempo que hace, deshace y cambia los objetos de lugar es también el que nos ayuda a construir la memoria que le otorga sentido a la cotidianidad.
Mi pasado está aquí y ahora le pertenece a mis hijos quienes me miran desempolvando los rincones de casa, arreglando bonito. Ella, mi abuela, sigue cobrando vida en cada rincón de nuestro hogar con una prosa muy propia exhortando el recuerdo.
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