Escuchar hablar a mis abuelas era como si en el fondo de sus palabras conocieran los secretos del universo. Expertas de la vida, de las circunstancias, del tiempo. Y yo de niña apenas descifrando la vida, las circunstancias y el tiempo. Ellas eran poesía viva y sin embargo ahora he llegado al mismo lugar. Pertenezco a ese latido primario, a un sitio femenino y sublime cargado de voces.
Hoy muchas mujeres emergen a mi paso, pese a la tierra removida en el camino transitado antes por otras, con sus raíces fuertes. ¡Cuesta arriba! y las rutas señaladas en mayúscula. Sus hojas se entrelazan con las mías, así como sus cantos. Aunque aveces sin luz, nunca sin voz, porque vivimos rodeadas de voces como ecosistemas. Ecos infinitos, susurros sembrados en la sien: una voz acompaña a la otra orquestradas con intuición.
Espero en este año que inicia pronto; aguzar mis oídos e intuir la música que brota del jardín de flores aledaño y saber interpretarla.
Este artículo representa el criterio de quien lo firma. Los artículos de opinión publicados no reflejan necesariamente la posición editorial de este medio.