La vida pasa entre rituales y lavar ropa es uno de ellos. En noviembre dejó de funcionar la lavadora en casa y desde entonces me tocó salir de mi rutina trivial y buscar un sitio para lavar. Sucede que a pocos kilómetros de mi domicilio he descubierto una pequeña lavandería. Un paisaje social, casi secreto, que habita entre compañerismo, destreza, diálogos rápidos, bandas sonoras y carcajadas. Mujeres, quizá rondando los cincuenta, lavan, secan y doblan ropa a tiempo completo. Acompañadas y animándose entre sí para enfrentar la montaña de tela que se acumula para el siguiente día.
Se me hace casi imposible no vincular la relación que hemos tenido las mujeres con espacios casi exclusivos para nosotras. Como si entendiéramos a la perfección el oficio de agrupar las prendas por tamaños, colores y jerarquías de suciedad.
El oficio de lavar ropa es tan ancestral como la vida misma y pareciera haber desaparecido con la tecnificación de las máquinas. Sin embargo, esta labor está más activa que nunca. Estas señoras desempeñan un trabajo manual que requiere de abundante fuerza y que significa un aporte económico importantísimo para ellas y sus familias.
Después de cuatro meses de frecuentar este sitio lo más curioso fue notar la felicidad de las señoras enredada a sus cuerpos. Entre risas tararean al unísono los coros de melodías populares. Hilvanadas como las prendas que lavan, secan y pliegan. Una alegría que se podría decir es espontánea y muy natural. Mujeres con la habilidad de hacer el lugar de trabajo un pequeño refugio mientras se cicatriza el mundo.
No obstante, en condiciones de trabajo distintas, como lo menciona la periodista Darinka Rodríguez, las mujeres podrían hacer que el producto interno bruto (PIB) creciera más. “Las trabajadoras tienen pocas condiciones para garantizar su entrada, permanencia y crecimiento en un centro de trabajo” — refiriéndose a México.
Esto hace pensar que aún existen numerosos trabajos informales imprescindibles y casi invisibles a los ojos de las macroeconomías.
Hace un par de días, cuando empezaba a sentirme como en casa, recibí la lavadora. Lo que significa extrañar ver las señoras alegres y amigas entre ellas. A diferencia de otras veces, hoy agradezco la oportunidad de haber encontrado la lavandería del barrio como recordatorio de que cada prenda limpia representa el trabajo importante de alguien, el trabajo de todas ellas.
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