En mi memoria habitan muchas imágenes de Graciela Iturbide y siempre es un placer regresar a su trabajo fotográfico. Iturbide nació en la Ciudad de México en 1942 y con el lema: México:¡quiero conocerte! Viajó por toda la república, para luego transitar el resto del mundo capturando la vida a su alrededor consumida en los detalles. Gitanos, pescadores, objetos, símbolos, plantas, desiertos y autorretratos. Con ella cada vez que el mundo se mueve sus fotos lo detienen. Graciela evoca espacios, personas y cosas que habitan de otras maneras.

Desde la trinchera de su corazón dice que la fotografía es sin duda su mejor pretexto para conocer la vida  -mis ojos ven las cosas pero mi corazón toma las fotos-. Graciela nos invita a pensar en un arte más conmovedor e intuitivo. Algunos de sus trabajos más reconocidos son “Mujer Ángel”(1979), “Nuestra Señora de las Iguanas”, “El Señor de los pájaros” y “Jardín botánico”. Nos muestra otras dimensiones de la cultura a veces olvidadas. Con permiso del contrapuesto Graciela reconoce la importancia del que habita al otro lado del lente de una manera ética y privilegiada.

La obra de Graciela estuvo influenciada por artistas como Francisco Toledo y Josef Koudelka, pero fue Manuel Alvarez Bravo quien marcó su primer trayecto como fotógrafa. Con cientos de reconocimientos en el camino, la mirada de Gabriela es primordialmente en blanco y negro; se niega a incursionar en el mundo digital. Cincuenta años después y con un exquisito estilo personal sus trabajos continúan siendo de rollo o carrete tradicional

En medio de todo, aún creo que el arte nos aproxima una vez más a no olvidar de dónde venimos y hacia dónde vamos. La estirpe que naturalmente se remite a la historia para rescatar la sabiduría de los pueblos y a una narrativa más integral. El comienzo de una vida o el fin de la misma, todo eso es el arte. Se hace casi imposible coincidir la vida sin las artes, en todas sus formas. Esas maravillas de la creatividad cotidiana.

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