Conocí a Ottón Solís hace años, pero no fue sino hasta principio de 2016 que entablé una relación, que considero de amistad y respeto, con él. En esa ocasión yo lo busqué para decirle que su idea de un gobierno de unidad nacional me encantaba y que estaba dispuesto a trabajar en ella. Para mi sorpresa, porque no creo que él me conociera mucho, tampoco; inmediatamente encontramos que, pese a nuestras marcadas diferencias ideológicas y en algunos temas en el pasado —como el de mi apoyo y su rechazo del TLC con Estados Unidos o del ingreso de Costa Rica en la Alianza del Pacífico—, compartíamos terreno común en el amor por la familia, el compromiso con lo socio-económico y la sostenibilidad, la visión de que en una democracia se respeta el deseo de la mayorías, y muchos otros temas. Debemos haber desayunado juntos en un restaurante vegano del Barrio La Granja al menos 10 veces, mientras planeábamos cómo darle forma a ese gobierno de unidad nacional.
Al final, para no hacer larga la historia, buscamos alguien que al acompañarme en el proceso que habíamos diseñado, me hiciera a mí más aceptable para los partidos de izquierda. Después de probar con una dama que rechazó participar, incorporamos a don Miguel Gutiérrez Saxe —gran acierto— pues sus aportes metodológicos, firmeza y credibilidad ayudaron muchísimo al proceso. No pudimos articular un gobierno de unidad nacional en aquel momento, pero sí logramos un Acuerdo Nacional en 11 temas, con un total de 49 acuerdos específicos en temas estratégicos del quehacer nacional, firmado por los presidentes de los 9 partidos políticos con representación legislativa, el 27 de junio de 2017.
El impulso inicial de Ottón, generó una oportunidad única de acelerar procesos sociales, económicos y políticos en el país. El actual gobierno, en su programa de gobierno, tiene elementos de los 49 acuerdos logrados, como los tienen casi todos los partidos. Sólo un partido, que ahora no vale la pena mencionar, tocaba el Acuerdo Nacional solo una vez y sin referencias específicas a lo firmado por su presidente.
¿A qué viene todo este cuento? A que yo conozco un Ottón comprometido con el desarrollo, con la democracia, con la política de acuerdos negociados y con un enorme respeto por las grandes mayorías. Hemos conversado poco en estos últimos años, cuando mucho un par de intercambios de WhatsApp en algún tema y yo, conociendo “lo bien que se tratan a sí mismos los directores del BCIE”, gozando de imaginarme “las impertinencias de Ottón” pidiendo que se les reduzcan los salarios, los gastos de representación, los gastos en almuerzos y cenas de lujo, etc.; como imagino habrá pasado.
Es por eso que me ha sorprendido tanto su designación, pero más aún su aceptación como representante del país ante la OCDE. Sé que Ottón es estudioso y serio en sus cosas, pero es muy obvio que, desde la perspectiva de un organismo como OCDE, su designación será vista como eso que en el lenguaje de los organismos internacionales se conoce como “puerta giratoria”, que quiere decir funcionarios que se reciclan en puestos atractivos como compensación por favores realizados, o para salirse de la vista del público, hasta su retiro o hasta poder ser asignados en otros puestos de poder.
También creo que la OCDE interpretará como “una necedad política” su designación, no sólo porque ya tenemos una persona capaz que ha conducido nuestra representación por el laberinto que ha significado cumplir con los requisitos impuestos, sino porque es claro que casi cualquier futuro gobernante removerá a Ottón del puesto, lo que implica que entre designación, traslado, inducción y aprendizaje, apenas estará calentando la silla cuando le exijan renunciar para empezar de nuevo con otro designado, que tendrá que volver a pasar por todo el proceso.
Esta no es la imagen que un país quiere dejar en sus primeros intercambios con OCDE. El país ya está entre los últimos en casi todos los parámetros de desarrollo y desempeño que utiliza la institución para medir a sus miembros, como para que además entremos dando muestra de nuestro tercermundismo con tres representantes en el primer año de membresía.
OCDE es una oportunidad maravillosa para el país y, aunque siempre con respeto de nuestra cultura e idiosincrasia, una fuente de modernización para enfrentar los grandes retos que se ciernen sobre nuestra nación externa e internamente. “Estamos viviendo en tiempos grandes que requieren de decisiones grandes”, dijo Alberto Trejos al cerrar su participación en el VIII Encuentro Costa Rica, celebrado en junio y principios de julio.
Enfrentamos la aceleración de la Cuarta Revolución Industrial, la profundización de la crisis climática, la concentración de la riqueza productiva y financiera a nivel mundial, el incremento de la competencia en todos los ámbitos y el ingreso a nuestros mercados de los unicornios globales; y grandes cambios en preferencias y prácticas de los consumidores de todos los estratos. A nivel local, enfrentamos el crecimiento de la desigualdad y la efervescencia social, una creciente desconfianza entre sectores y personas; una profunda crisis fiscal; un proceso electoral entre candidatos muy diversos, pero también entre ideologías y entre una política vieja y desgastada y una nueva y aún inmadura; además del crecimiento del desempleo, la pobreza y la necesidad urgente de reactivar la economía nacional y, por supuesto, la corrupción y la impunidad. “Tiempos grandes…”.
Entonces, ¿qué necesidad tienen el gobierno y el presidente Alvarado, de crear una controversia mayor, con el nombramiento de Ottón ante la OCDE en este momento?
Algunos amigos míos —ellos dicen que más experimentados, yo digo que más cínicos— dicen que ese es, precisamente el objetivo: desviar la atención de todo cuanto nos aqueja para bajar la presión relativa a la corrupción y a la incapacidad del Gobierno de reactivar la economía y reducir el desempleo y la pobreza.
Otros opinan que es un nombramiento ideológico; que es mandar a la OCDE a alguien que presente una Costa Rica “del pasado” y que en este nuevo mundo ya no es factible. Que el papel de Ottón será que la OCDE se canse de nosotros y nos deje de lado, sin poner tanta presión o -al menos- que la presión se haga tomando en cuenta una versión de Costa Rica que ya no calza con la realidad del mundo.
Hay quienes dicen que es “estrategia política” del PAC, para que Ottón desaparezca durante la campaña y así “no dañe” las oportunidades del partido de regresar al poder, dada su creciente impopularidad en redes sociales.
Hasta hay una versión que dice que el “viejo Ottón” quiere una experiencia continental, cerrar su carrera con un disfrute con su familia en la Ciudad de la Luz.
No me convencen. Ese hombre que desayunó conmigo tantas veces para lograr un país más unido, más gobernable, con una visión común del desarrollo, no se prestaría a esos juegos políticos, ideológicos o de “seducción continental”.
Pero sí concuerdo con todos ellos, por las razones apuntadas, que el nombramiento de Ottón es un error grave para el país, para nuestra imagen en la OCDE y para el avance efectivo de nuestra nación en parámetros esenciales para el desarrollo moderno. La OCDE es una de las mejores apuestas que tenemos, como nación y como sociedad, de transformar nuestro país con base en las mejores prácticas, en asesoría de alto nivel, y en términos consistentes con el futuro, más que con un pasado que ya no volverá.
Ojalá que él mismo —Ottón quiero decir— recapacite, porque en su amor por Costa Rica; al darse cuenta del enorme error que implica su nombramiento; renuncie a él antes de que, por otras presiones y razones, sea destituido; ya sea por quien le está nombrando, o por quien ocupe la presidencia en mayo próximo.
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