Costa Rica es una nación diminuta, pero con las raíces bien sumergidas en la tierra. Acá crece todo y de todo. Es una tierra generosa, bendecida con abundante agua y un clima agradable. Las imágenes satelitales nos dicen que esta masa de origen volcánico, casi insignificante, junta el norte y el sur con una dosis sustanciosa de naturaleza. Entre las sombras del Atlántico, la frescura del Valle Central y el calor seco del Pacífico la habitan cinco millones de personas.
Ciertamente no es un país reconocido por la estética urbana y creo que es un poco tarde para ello. Hoy por hoy es precisamente lo menos sobresaliente en este país. Aquí intentamos que importen, entre otras cosas, la democracia, la educación de los niños y las niñas, el trabajo digno, el acceso a los servicios de salud pública, el desarrollo tecnológico, el derecho a la propiedad, las oportunidades para salir adelante, la libertad de caminar por las calles y gritar a los cuatro vientos la preferencia política sin temor a que se nos quiebre la voz.
Así y todo, Costa Rica posee una democracia histórica, un Estado-Nación minúsculo digno de admiración. Entre tanta actividad política a mí me pesa la emoción de escribir estas palabras con entusiasmo de libertad, con un sentimiento valorado y ligado al rol cívico que corre por mis venas y que no me permite prescindir de los milagros que me otorgan hacer esto con plena autonomía.
Costa Rica es aún un lugar y una posibilidad para tener una mejor vida, un territorio que continúa atrayendo inmigrantes de todo el mundo con la ilusión de un porvenir más alentador. Muchos sin nada en busca de todo. Empujados, en su mayoría, por la testarudez de gobiernos totalitarios, quienes perciben a la humanidad como simple fuerza de trabajo. Costa Rica es todavía una ventana que se abre hacia la libertad, de las que quedan pocas en el mundo.
Al hilo de las elecciones los aspirantes políticos están a punto de hacer ruido, mucho ruido. La cúpula política prepara el pan y circo como en la antigua Roma. “Panem et circenses” frase popular que se usaba para hacer alusión a la usanza de los emperadores romanos de regalar al pueblo trigo y boletos al legendario circo romano para desviar la atención de los problemas sociales o conflictos políticos que ocurrían en su momento. Prohibido olvidar estas maneras de proceder, campañas rudimentarias, promesas llamativas e imágenes cuidadosamente construidas.
El periodista José Azel en el artículo “La política de Pan y Circo” menciona que estas políticas en América Latina se han institucionalizado llegando a su máxima expresión en las economías fracasadas de Cuba y Venezuela, “esta conducta política quebranta el desarrollo de medidas públicas eficaces, debilita la sociedad civil, desacredita la vida pública, mina la habilidad política, y conduce a gobiernos incompetentes” en donde el patrocinio del gobierno, según Azel, se utiliza para retribuir a los menos capaces de triunfar por elegir a los menos capaces de gobernar. Políticos que conocen de memoria sus discursos, linajes y que, además, saben cautivar a la prensa con sermones atractivos. Algo así como una generación engañada con pan para comprar los votos y circo para entretener la consciencia pues entre más distraído este un pueblo con mayor facilidad se puede controlar.
Nuestra nación es pequeña, movida, entre otros sucesos, por la actividad sísmica, el turismo, las tradiciones, el entusiasmo político y sobradas veces por el fútbol. Pero principalmente por la preciada libertad que heredamos de la clase campesina conservadora que decidió trabajar fuerte para mantener el trabajo honrado y de igual manera a sus familias. Labraron rutas que nos trajeron hasta la democracia que hoy tenemos (vaya que fueron sabios). Huellas que hemos venido pisando por mucho tiempo, pero se pueden borrar discretamente con un equipo de políticos que miren hacia otras ventanas. Recordemos que el pueblo radica dentro de cada país, no fuera de él y la experiencia nos ha demostrado que un país como Costa Rica nunca ha estado dispuesto a soportar absolutismos.
Con el voto razonado de cada uno de los ticos y las ticas otorgamos una batalla importante para mantener nuestra soberanía. Evitar, en lo posible, caer en una siesta política y en el arte de la manipulación. Prescindir de los movimientos que atentan contra las libertades individuales, “engordan” el estado con impuestos y subsidios basados en ideologías y expectativas exageradas. Caudillos obcecados con el pseudo progresismo económico, la globalización y agendas radicales que dividen al país para atraer votos.
A muchos nos preocupa el surgimiento de gobiernos vencedores de todas las causas ideológicas, formulas atractivas para los votantes, cuando lo que el pueblo realmente necesita, por no decir menos, es espíritu crítico, menor ligereza de pensamiento, impulso para el emprendimiento y el estímulo de las responsabilidades individuales. Infantilizar a la población es un arma de doble filo, como lo menciona Angélica Benítez en el artículo “La generación infantilizada: sueño de los gobiernos tiránicos” cuando concluye que ”algunas personas nada infantilizadas, muy astutas y muy poderosas, toman control absoluto de los recursos del planeta y los escenarios políticos. Nos hacen creer, entonces, que estamos eligiendo estilos de vida que, en realidad, están siendo impuestos a través de modelos de conducta”.
Analicemos meticulosamente la trayectoria y el plan de gobierno de los candidatos a la presidencia con miras a ejercer el mando con responsabilidad nacional. Evocar la historia resulta ser una buena herramienta para mejorar nuestro entorno en defensa de lo verdaderamente importante, la vida, que al fin y al cabo se limita a las libertadas que tenemos para enfrentar los acontecimientos que se nos presentan. Por último, es necesario mencionar que somos actores y agentes de nuestras vidas.
El escritor John Dos Passos nos recuerda que la creación de una visión del mundo es el trabajo de una generación más que de una persona, pero cada uno de nosotros, para bien o para mal, añade su propio ladrillo. Mientras tanto, que viva la libertad de expresión y todas aquellas libertades que nos permiten ser la mejor versión de nosotros mismos.
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