“Repensemos lo que significa comer, sus repercusiones para el planeta y la justicia para los que trabajan la tierra. Es importante respetar la sabiduría de los campesinos, herederos de una tradición que no desecha nada” 

Carlo Petrini. Fundador de Slow Food for Change

Antes de que sus cinco hermanos emigraran a la ciudad Amado López les alertó del error que cometían. Como un ejército de hormigas arrieras, una detrás de la otra, así se fueron marchando los hermanos de Amado a la metrópoli.

Las personas en la ciudad se vuelven miserables y se llenan de deudas. Fruto de la confusión y el caos citadino. Los problemas de la vida presente se afrontan con un temple distinto por estos lados— decía Amado.

Por el contrario, Amado se negó a la entidad urbana e irritante, aferrado plenamente a la vida rural. Rodeado de aves, aire fresco, bromelias, hortalizas y café. Protagonista de su propia vida y con el inmenso compromiso por hacer cada cosa bien.

Amado apostó por una prosperidad distinta, resuelto a trabajar la tierra con las manos y materializar una educación abarrotada de buenos ejemplos para sus tres hijos, desde su hogar. Después de las fuertes lluvias, una sola capa de tierra les esperaba a Amado y a su familia para volver a sembrar y contemplar esa excitante metamórfosis. Dotados de paciencia y abundante sabiduría. Seguir, a pesar de todas las trabas y la avanzada edad de Amado. Trabajar y alimentar su real gana de permanecer por siempre con su querida compañera Angela. Cubrir a sus hijos con querencia, respeto y honestidad. Según el Sr. López trabajar duro para su familia fue su proyecto personal más importante, quererlos bien.

Esmerado por reducir ciertos disparates que aprendían sus hijos en la escuela Amado no preparó ningún discurso, se presentó en la escuela y mencionó su inquietud sobre la poca sensibilidad para atender la historia y los asuntos de la agricultura de nuestro país.

¡Somos más importantes que los importantes, somos los que alimentamos este país! Y no me digan que los tiempos están cambiando porque la gente no ha dejado de comer. Este asunto es de cuidado —dijo Amado con lágrimas en los ojos.

No con el mero afán de provocar inquietudes peores que las que quería remediar, ni querer bajar el cielo a la tierra con cambios radicales. Era su testarudez por seguir sembrando y cosechando, hasta la extenuación, para llevar alimentos a su familia, a las ferias, los supermercados, sodas y restaurantes Y la urgencia, claro está, por querer ser un embajador casi plenipotenciario de la agricultura. Esa misma tarde regresó al campo a trabajar pese al disgusto y la tristeza.

Cuando la gente se pone vieja, pierde estatura. Amado sabía que no llegaría a centenario. Sin embargo, su vida estaba repleta de alegrías y pocas quejas. Hecho de sangre campesina, de olor a sudor y palabras sencillas. Aún se le notaba una contextura fuerte. Cumpliría 70 años en pocos días. Sus tres hijos lo llevarían de paseo a la catarata Río Savegre, a unos 45 kilómetros del pueblo, su lugar favorito. Le gustaba verse reflejado en el agua, con el cielo de fondo, despejado y limpio, como su consciencia quizás.

Los paseos de un día son suficiente. El cuerpo necesita el trabajo y es bueno para ocupar la mente. No tengo ninguna duda —le decía a sus hijos.

Justo a las 4pm, como de costumbre, se aglomeraban en familia sentados en el comedor de la casa. Angela, tímida, astuta e inteligente pero sobre todo muy consecuente en su sentir cocinaba pan fresco y lo colocaba en la mesa junto al café con leche.

Ella con pocas palabras dice todo, su mirada es fuerte, sus gestos y su voz dulces —según su esposo.

Entre ella y Amado se notaba complicidad. Una simbiosis perfecta de amor, decoro y muchas fuerzas para educar a sus hijos, atender el hogar, las huertas, las gallinas, los perros y los tantas aves que llegaban a su patio a comer fruta todas las mañanas.

Nada ha sido en vano —decía Angela, y cada noche después de la cena los besaba, uno por uno, con cariño.

Amado falleció anoche, le fallaron los riñones, la vela fue sencilla cómo él, poco pretencioso pero abarrotado de gente. Un río de personas bajaba de las montañas, de los cafetales para decir un último adiós. Familias enteras y trabajadores de fincas aledañas lo admiraban y lo querían sobremanera. Aquella tarde, en casa de la familia López, proliferó la música, la comida y cuantiosas anécdotas. Amado dejaría un legado importante: atender cada detalle de su familia con amor y un trabajo digno que perpetuó durante tantos años.

Este es un homenaje a todas esas personas que trabajan en el campo, con sabiduría, que cuidan de la tierra en complicidad con sus familias. Una pequeña multitud que alimenta nuestro país pese al desinterés que predomina por lo rural y lo agrícola, inconsecuente con el desarrollo sostenible.

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