Por Marco Antonio Gálvez y Doriana Dos Santos de Palma – Estudiantes de la carrera de Psicología
"Los niños no tienen depresión", comentó alguien alguna vez en Facebook ante un reportaje sobre la depresión infantil, mientras que en el Hospital Nacional Psiquiátrico se reportaron más de 150 casos de menores diagnosticados con intento suicida en el 2018 (Ávalos, 2018) y, en el 2017, según datos del Instituto Nacional de Estadística y Censos (2018), al menos 4 personas menores de 14 años consumaron el suicidio. Ante esto, la persona del Facebook pudiera alegar: “Los niños tienen la mente limpia, su cabecita no puede procesar esas cosas, eso es una tristeza pasajera que se le quitará con el tiempo, ¿No?” No, los niños también pueden procesar y padecer malestar psicológico, así como todos los factores biopsicosociales asociados, pero se encuentran en una situación en la que, al estar desarrollándose, les es sumamente difícil entenderlo, expresarlo y trabajarlo sin el apoyo adecuado.
¿Cómo diagnosticar certeramente a un niño con depresión, ansiedad, esquizofrenia, hiperactividad o autismo? ¿cómo decidir si es necesario tratar al infante y escoger un plan de tratamiento? El diagnóstico y tratamiento de menores es una tarea que le saca canas a millones de profesionales de la salud mental en el mundo entero, tal como expresan Caretti, Guridi y Rivas (2019): "este ser en evolución nos va a introducir en una modalidad clínica borrosa donde la sintomatología se caracteriza por su aspecto desdibujado, cambiante y con una frontera poco nítida y móvil entre lo normal y lo patológico" (p. 249).
Para hacerlo un poco más difícil, cuando realmente se detecta un problema que no sólo requiere de atención psicológica sino de farmacoterapia, resulta que la investigación en medicamentos para niños y el personal especializado en atenderlos escasean (Grajeda, 2019). En Costa Rica, por cada 100.000 habitantes apenas existen 0,29 paidopsiquiatras ejerciendo (World Health Organization, 2018), debiendo recurrir a otros profesionales en búsqueda de apoyo y corriendo el riesgo de que éste no sea el más adecuado para el menor.
Por otro lado, el temor a ignorar un llamado de ayuda infantil no justifica la exagerada "acción preventiva" que ha llevado a los profesionales de la salud mental a retener niños perfectamente sanos en procesos terapéuticos estresantes y estigmatizantes para la familia y el menor, usualmente por mandato escolar (Caretti et al, 2019; Pereña, 2010). Pero tampoco se puede caer en el error de ignorar la presencia de los factores que pueden afectar negativamente su desarrollo; por ello, el profesional debe desarrollar pericia para valorar al niño, su entorno y la problemática como partes integrales de un todo, de modo que pueda determinar si lo que ocurre es asunto terapéutico o de una breve consejería. Por supuesto, todo esto rendirá frutos siempre y cuando la familia esté dispuesta a formar parte del cambio terapéutico (Flachier & Gross, 2017).
Para garantizar que cada vez más niños sean atendidos oportuna y adecuadamente por los profesionales de la salud mental, es necesario sensibilizar a la población general de la problemática de la psicopatología infantil, fomentar el compromiso de los familiares y las entidades educativas con los procesos terapéuticos y promover la investigación y capacitación de los profesionales a nivel nacional e internacional en el tema. Pero, ante todo, jamás puede olvidarse que el niño es también persona y que, aunque no siempre sea suya la decisión de acudir a terapia, tiene mucho que aportar a ésta en pro de su propio bienestar.
MOXIE es el Canal de ULACIT (www.ulacit.ac.cr), producido por y para los estudiantes universitarios, en alianza con el medio periodístico independiente Delfino.cr, con el propósito de brindarles un espacio para generar y difundir sus ideas. Se llama Moxie - que en inglés urbano significa tener la capacidad de enfrentar las dificultades con inteligencia, audacia y valentía - en honor a nuestros alumnos, cuyo “moxie” los caracteriza.