Recientemente, la Cámara Costarricense del Libro envió a sus asociados un documento en el cual adelanta una poca información con respecto a la Feria Internacional del Libro Costa Rica 2020, a realizarse del 30 de octubre al 8 de noviembre, en formato completamente virtual. Aunque se vale darle tiempo a la CCL para que libere más información, este primer comunicado ya generó más preguntas e inquietudes que cualquier otra cosa, en particular para los grupos del sector librero más golpeados por la pandemia: los independientes, entre los cuales hay editoriales, librerías, colectivos, autoras y autores.
El documento anuncia la creación de una plataforma en la cual los participantes podrán exhibir y vender sus libros y ofrecer actividades virtuales. Sin embargo, no ofrece detalles sobre el funcionamiento de dicha plataforma y quedan enormes lagunas de información que deberán ser resueltas oportunamente por la CCL... O eso esperamos.
Sin embargo, lo más preocupante de la propuesta es que promete igualdad de condiciones de participación entre las empresas más pequeñas y “todos los otros expositores” (así dice: “todos”); pero, de inmediato, establece una categorización por precio de los stands, de manera que, cuanto más pague el participante, más libros podrá tener en la plataforma, más actividades podrá realizar y más promoción va a tener. Habrá, entonces, seis categorías: platino, oro, plata, bronce, aluminio y papel, donde platino es la más costosa (con un monto cercano a los dos millones de colones) y papel la más barata (casi quince mil colones).
Si ya eso de “aluminio” y “papel” no fuera lo suficientemente odioso, prestemos atención a lo siguiente: estas dos categorías no tendrán espacio para actividades virtuales. Si un participante quiere tener actividad virtual en la FILCR, tendrá que pagar la categoría bronce, que cuesta más de ciento cincuenta mil colones, y tener derecho a UNA actividad; o la categoría plata, de más de trescientos mil colones y con derecho a DOS actividades. Y así, en forma escalonada, hasta llegar a la categoría platino, con sus casi dos millones de colones y derecho a solo CINCO actividades.
Además de que la tal “igualdad de condiciones” resulta ser una mentira, surge la pregunta obvia: ¿para qué pagar entre ciento cincuenta mil y dos millones de colones para tener un máximo de cinco actividades, si ahora es posible efectuar una cantidad mucho mayor de actividades virtuales a bajo costo o incluso gratis en medios como Zoom, Teams, YouTube, Facebook Live y otras plataformas? ¿Qué más ofrece la FILCR Virtual que justifique pagar esos montos?
Tal vez la respuesta esté en los “libros enlazados” que los participantes tendrán en la plataforma. Pero, todavía no se sabe qué son “libros enlazados”, porque el documento no lo aclara; no se sabe si son libros que los participantes podrán poner a la venta en la propia plataforma, de manera que se puedan comprar allí mismo en forma ágil. Además, la cantidad de “libros enlazados” también dependerá de la categoría: veinticinco en categoría papel, cien en aluminio, trescientos en bronce, setecientos cincuenta en plata, dos mil en oro y cinco mil en platino.
Tal vez la respuesta esté en la promoción, pero el documento no dice mayor cosa al respecto, excepto que las categorías de oro y platino son las únicas que tendrán anuncio en el banner principal. ¿Habrá promoción de alguna otra forma para los participantes del resto de las categorías? El documento indica que las categorías bronce, plata, oro y platino tendrán “plano principal”, pero no explica qué significa eso. ¿Qué es el plano principal? ¿Qué significa estar en el plano principal? ¿Cuál será su ventaja y, por lo tanto, cuál será la desventaja para las categorías aluminio y papel?
La única justificación para que un participante pague los montos establecidos en el comunicado de la CCL sería que la promoción y la accesibilidad para comprar los libros en forma virtual sean cuantitativamente superiores (pero, de verdad, muy muy muy cuantitativamente superiores) a las que puedan tener los participantes por su cuenta. Desgraciadamente, el texto no aclara ni asegura nada en ese sentido.
No obstante, aun si la Cámara Costarricense del Libro aclarase estas dudas, sigue siendo lamentable la falta de solidaridad del ente que debería velar por los intereses del sector librero en nuestro país. Sus categorías son insultantes y discriminatorias; faltó poco para que inventaran la categoría chuica. Y el golpe económico que han sufrido los grupos independientes debería ser atendido con mayor empatía y no con discriminaciones mercantilistas. Ya desde antes de la pandemia, los grupos independientes han venido sufriendo esta discriminación, mal acomodados en la Casa del Cuño, con pocas opciones para promocionarse (a veces, ni siquiera ha habido rotulación mínima para guiar a los visitantes de la feria), con cobros abusivos y condiciones indignas.
Aunque pueda parecer inconcebible que una editorial o librería costarricense que se precie no esté en nuestra Feria Internacional del Libro, las actuales condiciones (no solo pandémicas, sino también institucionales) hacen que ya no parezca tan descabellado, si los diferentes actores del sector obtienen mejores resultados al actuar por su cuenta que en asociación con las entidades que deberían ampararlos. Por ejemplo, la EUNED realizó hace poco su propia Feria Virtual del Libro, Uruk Editores está efectuando su festival Lluvia de Libros, Clubdelibros llevará a cabo su I Festival de Literatura Infantil y Juvenil en setiembre, Libros Duluoz, la Librería Andante y la Librería Francesa tendrán su Festival del Cuento entre setiembre y octubre. Recordemos también que el pasado 20 de agosto, más de veinte agrupaciones culturales organizadas en la Red de Emergencia Cultural (REC) presentaron a la Asamblea Legislativa el proyecto de Ley de Emergencia y Salvamento Cultural, motivada en gran medida por la inoperancia de las autoridades.
Solo el tiempo nos permitirá los resultados de todas estas iniciativas en comparación con la FILCR Virtual que proponga la CCL; pero, vale la pena preguntarse si será momento de replicar las experiencias de otros países, donde han surgido nuevos colectivos y cámaras del libro que ahora organizan sus propias ferias, en condiciones mucho más solidarias.
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