— ¿Mami cuándo podré volver a ver a mis amigos y patinar con ellos en el parque? — pregunta Roman, mi hijo menor. Acaba de cumplir 13 años y creo tiene una idea general de lo que acontece durante esta pandemia y las frágiles condiciones del mundo. Aunque con su mirada sospecho que es realmente un tema muy lejano y abstracto para él y sus amigos, ni siquiera el miedo a la muerte es un asunto que les quite las ganas y la costumbre de salir a jugar a la calle.
Le respondí: “A ver, ¿recuerdas la canción de Juan Luis Guerra, El Niágara en bicicleta, la que tanto me gusta?”. Fue la imagen que primero pasó por mi mente. La furia del agua y nosotros montados en una bicicleta. La capacidad de sobrevivir a una situación tan imposible me produce escalofríos. En ese momento entendí que nadie tiene la más remota idea de lo que pasa. Este destino no lo podemos esquivar, ni podremos evitar los daños de esta intrincada transición, que por su intensidad la hace parecer eterna.
La canción del señor Guerra me recuerda con color cómo sería pasar literalmente El Niágara en bicicleta. Se escucha incongruente. De inmediato, retomo en mi pensamiento el coro que dice “Abrí los ojos como luna llena y me agarré la cabeza… Porque es muy duro pasar el Niágara en bicicleta”.
— Por lo pronto, mi amor, tenemos que pensar muy bien cómo vamos a pasar a la otra orilla del río. Dándole un abrazo, de esos que curan el alma.
— ¡Escúchame bien Roman! El trayecto es largo pero iremos ligeros de equipaje, muchos asuntos ya son irrelevantes. Este tiempo suspendido dependerá de la paciencia, la creatividad, la compasión, el amor y los diálogos que tengamos entre nosotros. Hijo, mucha paciencia.
Mil imágenes cruzaron por mi mente y pensé: tendremos que sujetar las bicicletas con fuerzas e intentar cruzar de principio a fin este torrente que azota con fuerza. Se me ocurre, sin previa capacitación, cruzar sujetados a las manivelas con sagacidad.
Habrá gente con bicicletas doble tracción, bicicletas nuevas, prestadas y otras menos resistentes. Otros intentarán llevar a sus familias en una sola bicicleta. No podremos hacerlo solos. Tendremos guías que irán delante de nosotros, ellos se llaman los optimistas. Ojalá y sean muchos. Nos darán calma y seguridad. El optimismo tendrá que ser excesivo, lo necesitaremos con urgencia. Los obstáculos que veamos grandes ellos los verán pequeños. Aunque significa, para todos, empezar desde el kilómetro cero. Será un asunto de equilibrio, resistencia, amor y un poco de locura, ciertamente los motores que hacen andar la vida. Muchos corruptos se quedarán en el camino y desearemos dejar atrás también el desamor, el egoísmo y lo perverso, lo que hará el trayecto más sutil. No habrá tiempo para el despilfarro. Dicen que, al otro lado del río, nos espera otra manera de estar en este planeta y eso ilusiona. Será un mundo distinto.
Sentados en la sala, Roman se queda serio, sosteniendo una mirada fija y yo mi libreta de apuntes, quedamos en silencio. A los pocos minutos continúo la conversación. — La fuente de energía será el superfluo del grupo. Una tempestad de bicicletas intentando cruzar primero. Aunque el río no nos pertenezca nos vamos a querer adueñar de él, de la ruta más corta que nos lleve a la salida. Con cuidado debemos de procurar respetar la biodiversidad y la furia de la naturaleza, el agua no se va a detener por nosotros. Este lugar de paso es igual de peligroso para todos. Será también fundamental asumir la bicicleteada con mente clara. Cuidar de los nuestros y transitar con equipaje ligero.
A pesar de las buenas intenciones, será necesario perdonarnos a nosotros mismos por la prisa que llevábamos y la urgencia por resolverlo todo siempre a nuestro modo, incluyendo los asuntos de la naturaleza. Tendremos que recordar que esta historia es colectiva. Es complicado cuando las decisiones para avanzar y mejorar están condicionadas por estructuras económicas y sistemas de salud débiles, inestabilidad política, violencia y la manera en que interpretamos el mundo desde nuestras perspectivas culturales. Dependemos, todos, de estos factores y no habrá manera de refugiarnos de algo que no podemos ver, oler, ni escuchar.
— Mami ¿y como cuánto se dura para cruzar el río? -
— Hijo, creo que durará lo que dure el planeta en perdonarnos.
Cerré mi tarjeta de apuntes, ya no estaba con ganas de engañarnos con elucidaciones. La ciencia y la consciencia serán nuestros únicos aliados para cuando nos toque montar las bicicletas y mantener el equilibrio durante el prolongado trayecto.
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