Adoptar es un acto que queda en el pasado. Una decisión, un día, una firma, una sentencia, un momento. Pero abre la puerta a cosas que, de otra forma, no habrías notado nunca. Se parece un poco a la sospecha de un embarazo no deseado y empezás a notar bebés y panzas por todas partes. Al adoptar, te das cuenta de la excesiva pleitesía que se le rinde en nuestra sociedad a lo biológico y a lo genético.

Recién llegado vos, decidimos hacerte un chequeo médico completo. Fuimos a un consultorio en un hospital caro. La doctora te veía y te veía y preguntaba si de verdad eras adoptado. Sí. Que sí.  “Ah, qué suerte tuvieron, porque él es muy bonito y la mayoría de los niños adoptados son más bien feítos. Es muy blanco y esos ojazos (que al sol se le ven verduzcos) no le van a cambiar de color nunca”

Cada vez que vamos al médico, aunque sea conocido, nos piden tus antecedentes familiares “Es que Pato llegó vía adopción”. Es un gran misterio. Ojalá algún día los niños como vos tengan derecho de acceder los expedientes de sus progenitores, porque así por lo menos tu futuro médico no será una lotería. Volvamos al consultorio: si no fuésemos totalmente transparentes con vos sobre tu adopción; cada chequeo, cada vacuna, sería un riesgo de que te enteraras y mil maromas ridículas para evitarlo.

“¿Es tuyo? ¿A qué edad lo tuviste? ¿Fue un embarazo de alto riesgo? ¿Quedaste con ese sobrepeso después de él?” de personas que ni siquiera son cercanas. Apenas conocidos de vista que te encontrás cada muerte de obispo. Pero es que en esta sociedad, la maternidad convierte en asunto público y de discusión todos los aspectos de tu vida.

“¿Cuántas pérdidas tuviste? ¿Probase la fertilización in vitro?” ¿Qué se supone que les diga? ¿Que yo decidí no embarazarme, que no tuve una sola pérdida, que sigo siendo una mujer fértil, que intencionalmente escogí desafiar la maldición milenaria de parirás con dolor. Y si hubiera pasado por todo eso, ¿a ellos qué les importa?

“¡Pero qué increíble, es igualito a vos!” Eso se supone que es un piropo. ¿Por qué? ¿Por qué así no se nota que hubo una adopción? Y si se notara, ¿qué tendría de malo? ¿Por qué tendríamos que disimular?  Puede ser que nos parezcamos, pero para mí, eso que es tan biológico, no es importante. Lo nuestro es una relación de amor, no de genética.  Y yo no te querría menos o más si te parecieras más o menos a mí o a tu papá. ¿Para qué querría yo que pasaras desapercibido? Bueno, tal vez sí: para protegerte del dolor de los prejuicios.

La gente que te dice que estás haciendo una caridad. La gente que te dice que sos valiente. La gente que te dice que nunca podrían. La gente que te tiene lástima y lo dice o no lo dice y se les nota. Los libros que hablan de tipos de familias y no hablan de adopción. La muchacha embarazada que sin conocerte te dice que vos también estuviste en la pancita de tu mamá.

La gente que cree que las personas que fueron adoptadas son un riesgo, que no agradecen, que son problemáticos, que caen en drogas y alcohol. ¿En serio? ¿Y los hijos biológicos vienen protegidos contra eso? ¿Todos son buenos hijos y ciudadanos modelo por vivir con la mujer que los parió?

Los que con un morbo y una imprudencia impresionante preguntan dónde estabas antes de conocerte, si habías sufrido de maltrato, de hambre, de abuso, qué sabemos de tus papás. Diay, sabemos todo, empezando por el hecho de que tu mamá soy yo. Y tu historia, es tuya, tan privada como la intimidad de cualquiera.

Oís tantas cosas, Pato, que entendés porqué hay papás que prefieren no hablar de la adopción o de la historia de sus hijos.  Y porque hay papás, como los tuyos, que lo hablamos públicamente, para visibilizar y normalizar la adopción como parte natural que es de la vida.

Hay tanto prejuicio, Pato. Tanto desconocimiento y tan poca información seria al respecto. Y la poca que hay, es de otros países, otras realidades, otros contextos.

De camino al kinder, vos me preguntás dónde te encontré y se me hace un puño el corazón y te hablo del pueblito mágico donde pintan carretas de colores, del sol de ese día de marzo, del primer día que te vi, de la primera vez que te alcé para darte un cuponcito con jugo.

Me preguntás como si hubieras sido un perrito perdido y nunca lo has sido. No sos premio de consolación. Sos un hijo deseado y esperado y ansiado por mucho tiempo. Yo hubiera querido estar ahí para vos desde el día uno, pero no fue así y no hay nada que pueda hacer al respecto.

Lo que sí es consuelo es que nos queda toda una vida juntos por delante. Yo voy a fallar y vos también, pero no por la adopción, sino porque somos humanos. Lo que no puede fallarnos nunca es el amor.

Este artículo representa el criterio de quien lo firma. Los artículos de opinión publicados no reflejan necesariamente la posición editorial de este medio.