Ya no hay periodistas. Lo único que existe es el servicio periodístico.

Esto lo dijo Jeff Jarvis en el 2013 y todos los días el entorno en que vivo me lo recuerda. Especialmente los martes al mediodía, cuando, en las oficinas del Chicago Reporter, me reúno por dos horas con un doctor en sociología y un científico de computación a compartir resultados de nuestros análisis y a interrogar una base de datos inmensa (para tener una idea, imagine un archivo de Excel con 65 millones de filas y 152 columnas).

En esa reunión, además de los amigos del Chicago Reporter, nos encontramos personas de la Harris School of Public Policy de la Universidad de Chicago, la Better Government Association e Injustice Watch, donde trabajo como periodista de datos desde hace cinco meses.

Nuestro fin es publicar una serie de reportajes antes de que acabe el año, y, con ese objetivo, a la mesa se sienta a trabajar quien tenga buenas ideas, rigurosidad y sentido crítico, quien sepa plantear y operacionalizar hipótesis y cuente la paciencia y disciplina para lidiar con esa masa de datos usando lenguajes como Python, SQL y R.

Hay algo que a nadie le preocupa en esas reuniones: si quienes participan en ellas cuentan  con una licenciatura en periodismo.

Ese hecho es tan irrelevante que quien exija esas credenciales como condición para sentarse con nosotros haría un completo ridículo. Tampoco importa quiénes en esa mesa pueden presentarse en público como periodistas y quiénes no. A todos nos une lo mismo que une a los científicos sociales: la sed de responder preguntas de interés público con los mejores métodos y la mejor información disponibles y comunicar los resultados a la comunidad.

En medio de esta rutina de trabajo, la lucha del Colegio de Periodistas (Colper) por forzar su idea del periodista profesional y la propia existencia de un colegio de periodistas me resulta tan obsoleta como una máquina de escribir o un teléfono fijo.

Los últimos comunicados de quienes manejan el Colper delatan el origen de su irrelevancia y falta de legitimidad en el mundo real: están obsesionados con la identidad del periodista, del gremio, y se olvidaron del servicio periodístico.

Cuando, genuinamente, una organización se preocupa por el servicio que ofrece a la sociedad, se enfoca en los resultados ofrecidos y en la satisfacción del ciudadano, no en si ese servicio lo ofreció alguien con una licenciatura en periodismo, un doctorado en filosofía o sin título universitario alguno.

Tengo más de tres años de trabajar en medios en EEUU y nunca he visto a uno exigir que los aplicantes tengan un título en periodismo. Nunca. Eso mismo pasa desde hace décadas también en el mercado costarricense. Mis excompañeros en El Financiero, La Nación, mis colegas en el Semanario Universidad y en Delfino.cr no trasnochan pensando en la inmensa falta que les hace incluir más licenciados en periodismo para mejorar sus servicios a la ciudadanía. Los problemas del periodismo moderno, en cualquiera de sus géneros y formas, no transitan esa calle desde hace décadas.

En mercados altamente competitivos sí he vivido, en cambio, la exigencia de habilidades específicas y experiencias necesarias para resolver problemas de investigación puntuales. A los equipos periodísticos les urgen analistas de datos, economistas, abogados, informáticos, politólogos, antropólogos, desarrolladores de software, videógrafos, animadores digitales, archivistas, gestores de contenidos para redes sociales y todos los expertos que agreguen valor en el proceso para responder preguntas complejas a la ciudadanía.

Tras once años en salas de redacción, vivo la necesidad latinoamericana de repensar nuestros métodos de investigación y nuestros modelos de negocios. Trasnocho con la sed regional por generar nuevas formas de ingresos para tener periodismo con finanzas sólidas, sostenibles e independientes. Vivo la necesidad de convencer a las personas adineradas de Costa Rica de donar y arriesgar capitales en proyectos periodísticos que traigan dinamismo y sanidad al discurso público por el bien de la democracia.

Por todo esto, tengo claro que la energía, el esfuerzo y los recursos del Colper están muy mal enfocados. Sus amenazas y sus posturas los alejan de la nueva generación de periodistas, pero también de ser actores relevantes en los retos que vive la industria. Van hacia la ruina y nadie los para.

El Colper olvidó esto: el servicio periodístico de calidad y la credibilidad que dan los ciudadanos a los medios son más importantes que los intereses y miedos del gremio periodístico. Las demandas de la realidad actual anulan por completo la falsa expectativa de que lograrán generar empleos persiguiendo a quienes nos hacemos llamar periodistas profesionales. Eso no va a funcionar. Se los aseguro.

Cambien ese enfoque. Les propongo que trabajen en convertirse en el mejor centro de capacitación e innovación en los servicios periodísticos en Centroamérica. Conviértanse en un semillero de nuevos modelos de negocios en la industria. Funden la primera maestría en periodismo de datos en la región (¿quieren ayuda?).

Si desean mantenerse vivos y relevantes, enfóquense en el servicio periodístico, no en los periodistas y en quiénes pueden llevar esa etiqueta. La finalidad del Colper no puede ser la sobrevivencia del Colper. Hay una lucha más importante que esa organización debe asumir: la del servicio periodístico que le urge a nuestra democracia.

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