Ha pasado más de un siglo desde que se empezaron a aplicar las primeras pruebas orientadas a medir la inteligencia. Son particularmente famosas las llevadas a cabo por Alfred Binet y Simón. Antes que ellos, Galton ya había hecho lo propio para tratar de definir la inteligencia. Aunque abundan las teorías, el tema aún no está cerrado, pues la complejidad del ser humano permite el abordaje de esa temática desde muchos puntos de vista, entre los que se incluye la relación herencia (genética) y espacio (contexto, educación, etc.) en el desarrollo de la inteligencia.

Por otra parte, están mundialmente expuestos los aportes que dieron a la discusión autores como Howard Gardner y Daniel Goleman con sus respectivas teorías de las inteligencias múltiples y la inteligencia emocional. Ello ha implicado uno nuevo enfoque de cómo mejorar los procesos de aprendizaje basados en una atención más personalizada del estudiantado y según las necesidades particulares de cada uno. Ciertamente hoy se procura una educación integral, pero ¿se puede aspirar a esta dejando de lado la dimensión espiritual de la persona?

Autores como Viktor Frankl definen al ser humano como un ser multidimensional, una especie de unidad-múltiple integrada por lo somático (cuerpo), psíquico (mente) y espíritu. Esta última dimensión en la específicamente humana, es decir, la que nos define como personas, y su importancia radica en que es la dimensión trascendente (me reconozco (YO) y te reconozco (TÚ) para construir juntos un NOSOTROS. Es además la dimensión que permite plantearse las grandes preguntas existenciales: ¿quién soy? ¿cuál es mi propósito en la vida? ¿qué sentido tienen mis acciones? Es además la dimensión de los valores, de la libertad, de la responsabilidad y de la actitud. Es también la dimensión que posibilita la apertura al misterio de la divinidad y al tipo de re-ligación que permite relacionarnos con Ella.

De ahí la importancia que todo proceso educativo tenga claridad en elementos fundamentales que la sustentan, como por ejemplo la antropología (concepto de persona), la inteligencia (¿cómo entenderla?), la educación y sus fines (¿qué es y qué busca?) para llevar adelante su cometido en la formación de las jóvenes generaciones. Así que además de lo somático y lo psíquico, también hay que abordar lo espiritual si se desea una educación en clave de “integralidad”.

De ahí la importancia de hacer notar que la Política Curricular Costarricense denominada “Fundamentación Pedagógica de la Transformación Curricular: educar para una nueva ciudadanía”, al referirse al perfil de salida del estudiantado,  exprese en su sección introductoria lo siguiente: “Buscamos…una persona capaz de trabajar con otras, con pensamiento holístico, que se reconecte con el arte, la cultura y las tradiciones, que piense y contextualice lo local y lo global, conocedora de los grandes desafíos de nuestro tiempo, que valore la naturaleza y contribuya a reproducirla; una persona con inteligencia emocional y espiritual, que piense integralmente”.

Es decir, el Ministerio de Educación Pública, ya incluyó en uno de sus documentos orientadores, el tema de la “inteligencia espiritual”. Lo conveniente sería que algunas instancias de ese ministerio empiecen a definirla para facilitar su comprensión y además, el cómo abordarla y para que se vea reflejada en los programas de estudio. El abordaje de la inteligencia espiritual no sebe ser exclusivo de una asignatura ni excluyente de las otras. Es decir, puede ser abordada en todas las asignaturas, pero dándole especial énfasis en la Educación Religiosa por su connotación en valores que tienen a la trascendencia.

Según varios autores, citados por Vega (2024) definen la inteligencia espiritual como “la capacidad de encontrar un sentido profundo de la existencia, situándose uno mismo con respecto al cosmos y así meditar sobre el significado de la vida, la muerte y el destino final del mundo físico y psicológico. Al estar por encima de los demás tipos de inteligencia, tal como los sostiene Covey (2005) y Torralba (2010), es una especie de dinamismo que mueve al ser humano a buscar la plenitud, al perfecto desarrollo de todo nuestro ser, a la profundidad y al sentido de lo que hacemos, padecemos y vivimos” Rodríguez, T. (p.15, 2013).

La inteligencia espiritual es esa capacidad humana que le permite a la persona preguntarse por el sentido de la vida y que le impele hacia la responsabilidad y la tarea de hallar esa respuesta en cada etapa y circunstancias de la vida, por muy difíciles que sean, dando de esta manera, lugar a la resiliencia. Así las cosas, corresponde a todas las asignaturas en general y a la Educación Religiosa en particular, incluir en sus programas de estudio, estrategias de mediación pedagógica que incentiven el desarrollo de la inteligencia espiritual, y contribuir con ello, a que las jóvenes generaciones encuentren un sentido para su vida, como es el querer de la Política Curricular costarricense.

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