Su padre le advirtió que no debía intervenir en la historia humana. Pero la mujer que ama acaba de fallecer, sepultada por un terremoto provocado por un misil nuclear. Superman levanta la vista, lanza un grito desgarrador y emprende el vuelo. A una velocidad infinita empieza a dar vueltas en dirección contraria al movimiento de rotación de la Tierra, hasta que lograr detener el eje central del planeta y hacer que empiece a rotar en la dirección contraria, lo suficiente para devolver el tiempo y revertir los efectos apocalípticos de la explosión. Lois revive. El orden se restaura. Superman ha salvado a la humanidad.

Es el clímax de la película. Puede ser entre 1980 y 1982 en el cine Milán de Alajuela. Un niño de entre cinco y siete años ha visto el milagro y se ha convertido en fiel creyente de Superman. La escena lo acompañará toda su vida y la atesorará como un momento sublime, espectacular, hermoso, único. No le importará ser anacrónico. ¿A quién le gusta Superman, si es tan solo un “gran boy scout azul”? A ese niño le gusta. Le parece mejor en todos los sentidos que el pretencioso murciélago de Ciudad Gótica.

Pese a que Superman: the Movie (1978) es brillante, pionera en el cine de superhéroes y hoy día sigue siendo el modelo sobre el que se han montado otros, incluyendo al sobrevalorado Nolan con su Trilogía del Caballeo Oscuro, la escena en específico ha sido ridiculizada hasta el cansancio como una de las más absurdas de la historia del cine. Científicos de todo tipo intentan explicar que es imposible detener el eje de la tierra sin que esta simplemente se destruya y, más aún, cuestionan la posibilidad de que usando el método de Superman sea factible retroceder el tiempo.

Resulta que Kal-El no es tan solo un tipo con fuerza bruta. Evidentemente, es superinteligente. Sus capacidades de memoria, lectura, aprendizaje, análisis, procesamiento de datos a velocidades increíbles, capacidad para hablar otros idiomas, idear estrategias y demás casi no tienen parangón en su universo. Kal-El es científico, investigador, inventor y explorador intergaláctico. En All-Star Superman (2005-2008), por ejemplo, logra crear un universo completo en miniatura. Explíquenme ustedes eso. ¿Acaso no resulta fascinante? Lo que es capaz de hacer escapa a nuestra limitada comprensión humana.

El episodio de esta semana del podcast La Telaraña, titulado simplemente Superman, la física Natalia Murillo Quirós, catedrática del Instituto Tecnológico de Costa Rica y el artista visual John Timms, costarricense que ha tenido la oportunidad de trabajar para Marvel y DC y que actualmente dibuja la serie Superman, Son of Kal-El, conversaron con Jurgen Ureña, el conductor, acerca del último hijo de Krypton. Durante poco más de una hora discutieron sobre su relevancia histórica, su significado, sus atributos, sus implicaciones políticas, sus posturas morales y, por supuesto, sobre sus superpoderes.

Umberto Eco fue uno de los primeros intelectuales en abordar el mito de Superman en Apocalípticos e integrados (1965), en el cual, entre otras cosas, se concentra en la representación de Clark Kent, el alter ego de Kal-El, su disfraz humano (cfr. el monólogo de Bill en Kill Bill: Volume 2, de Quentin Tarantino). Dice Eco:

el héroe positivo debe encarnar, además de todos los límites imaginables, las exigencias de potencia que el ciudadano vulgar alimenta y no puede satisfacer. […] Clark Kent personifica, de forma perfectamente típica, al lector medio, asaltado por los complejos y despreciado por sus propios semejantes; a lo largo de un obvio proceso de identificación, cualquier oficinista de cualquier ciudad americana alimenta secretamente la esperanza de que un día, de los despojos de su actual personalidad, florecerá un superhombre capaz de recuperar años de mediocridad”.

Natalia y John aprovecharon la ocasión para hablar de una variedad de asuntos y problemas que surgen de la figura mítica de Superman y a su alrededor, como la invasión de pseudociencia que padecemos hoy, la dicotomía moral del bien y el mal, las implicaciones cívicas y políticas de los superhéroes y la gran capacidad actoral de Superman para hacerse pasar por un hombre convencional, tímido y torpe detrás de sus lentes, el disfraz perfecto, porque le permite ocultarse en medio de la gente y plena luz del día.

Probablemente aquel niño de los años 80 no se sienta muy bien con la idea de Eco de que su fantasía surge de su gris y mediocre personalidad de ciudadano común y corriente. Sin embargo, cuánta razón lleva Eco y cuán absurdo puede resultar pretender que un superhéroe responda a los designios de la realidad. Y más absurdo resulta en una época tan afecta a las noticas falsas y las teorías conspiranoicas. Aquel niño cree en Superman y sin embargo no cree que la Tierra es plana ni que el COVID es un invento para exterminar a la raza humana.

Es interesante cómo en un tiempo en el que se supone que somos una humanidad madura y civilizada y pretendidamente realista seamos tan afectos a las mentiras y falsedades malintencionadas. Quizá el problema sea precisamente que hemos intentado negar el encanto de las historias fantásticas por considerarlas infantiles, pero las hemos sustituido por fantasías capaces de guiarnos al abismo. Tal vez perder el temor y abrazar la fantasía que de niños nos hizo creer en algo nos ayude a crecer como adultos funcionales capaces de transformar su realidad.

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