He querido tomarme mi tiempo antes de escribir sobre la venta del Teatro Arnoldo Herrera y el conflicto alrededor del Conservatorio de Castella, incluso he advertido en mis chats de amigos y familia: no me pregunten, todavía no tengo criterio.

Quizá sigo sin tenerlo, pero quisiera ensayar un intento de análisis, de exponer algunos datos en frío, aunque me cueste la antipatía de personas que también pasaron por las aulas de la institución.

También decidí esperar la primera comparecencia sobre el tema en la Asamblea Legislativa, esperando tener más claridad. Adelanto que las participaciones de la ministra de Educación y de Gustavo Rojas, cabeza visible de la Fundación Conservatorio de Castella, solo me reafirman mis percepciones sobre el tema.

Comencemos por algo de contexto.

En palabras de una diputada durante la sesión en el plenario: “El Castella es un ornitorrinco”.

La institución ha gozado a lo largo de su existencia un régimen administrativo particular: se trata de una institución semi-privada o semipública, o como prefieran llamarlo.

Esto implica que el Estado costarricense corre con la planilla de profesores, comedor, y servicios básicos. Así mismo, como otras instituciones públicas, existe una junta administrativa que funciona como órgano auxiliar para la administración.

Pero… Resulta que las instalaciones fueron construidas sobre terrenos donados, de carácter privado, y por otra parte es importante recalcar que, en vida de Don Arnoldo, fundador y director de la institución hasta el día de su muerte, el Castella contó con una inusitada independencia en lo administrativo.

Don Arnoldo tenía el carisma y el capital político para dirigir su proyecto con una especie de “despotismo ilustrado”, quizá la única forma de hacer funcionar una quijotada maravillosa como un conservatorio de artes público y accesible en un país del tercer mundo.

Eran otros tiempos, no pienso juzgar al “Maestro”, creo que hizo lo necesario para hacer funcionar el proyecto. El problema es que al día de hoy estas decisiones nos tienen con una Fundación dueña de los terrenos del Conservatorio, y un Ministerio de Educación que se niega a invertir más allá de lo básico, pues las instalaciones no le pertenecen.

Aquí me gustaría aportar una percepción personal: desde que hice mis estudios, el Castella siempre ha estado en crisis.

No recuerdo un momento de bienestar o bonanza, o más bien: siempre había cosas en franco deterioro, soluciones temporales, instalaciones requiriendo una intervención urgente. Al parecer esa situación solo se ha agravado con los años.

En principio la Fundación Conservatorio de Castella debería precisamente servir para articular inversión en la infraestructura, pero no lo ha hecho en más de veinte años. ¿La razón? Gustavo Rojas asegura que la Fundación maneja fondos producto de una expropiación pagada por el ICE, así como el dinero de la reciente venta del teatro, listos para ser invertidos en el Castella en cuanto el Ministerio de Educación acceda a un modelo administrativo bipartito, donde la Fundación lleve la voz cantante y el Estado se límite a correr con los gastos de planilla y otros.

Vamos, el modelo de la época de Don Arnoldo. Un modelo que me parece inviable en el contexto actual, y me lleva a  mi siguiente punto.

¿Quién es Gustavo Rojas para la comunidad Castella?

Aquí se tuerce toda buena intención. Partamos que Gustavo Rojas actúa desde una profunda convicción y amor por la institución, concedamos eso, imaginemos que efectivamente él está seguro de que la única salida es la venta de los terrenos para la construcción de unas nuevas instalaciones modernas, en respuesta a lo que él llamó: “un Estado inoperante”. (La pregunta recurrente de mis amigos no-Castella es: ¿Por qué no agarran la plata y hacen cole nuevo?).

El problema, es que esa propuesta tan bonita en el papel, se ve manchada por una Fundación opaca, que nadie entiende muy bien cómo funciona, incluso en la comparecencia legislativa se preguntó a Gustavo Rojas si su cargo es hereditario.

La comunidad alrededor del Castella ve a la Fundación como un peligro, y a Gustavo Rojas como un antagonista. Razones no faltan: en dos décadas la Fundación no se ha percibido como un actor cercano, o en diálogo para el bien de la institución. Por el contrario, se ha convertido en las orejas del lobo cada vez que alguien grita: “¡Privatización!”.

Entonces, si Gustavo Rojas realmente quiere preservar el legado de Don Arnoldo, tendría que abrirse al diálogo, muy posiblemente hacerse a un lado, y despejar la opacidad alrededor de la Fundación.

Pensar que es posible volver a un modelo de administración basado en una personalidad fuerte como la de Don Arnoldo, es simplemente delirante, la inversión pública exige controles, y claramente nadie en este conflicto cuenta con el carisma y aprobación popular para interpretar ese papel.

Entonces…

¿Es posible un Castella público?

Cuando la ministra de Educación es incapaz de decir el nombre de la institución correctamente, empezamos mal.

Siendo objetivos el Castella es un problema para el Ministerio. Una planilla totalmente atípica, donde un profesor atiende grupos pequeños de estudiantes, en oposición a la lógica de la saturación de la educación pública.

Pienso que en el fondo al Ministerio de Educación le ha convenido poder desentenderse del mantenimiento de las instalaciones. Hablamos de un teatro diseñado con tramoya, foso de orquesta, trampas, y otros elementos propios de grandes escenarios. Pero además en el colegio en Barreal existen salones de danza, un anfiteatro de concreto clausurado, y otras instalaciones específicas para la enseñanza de las artes.

Por otra parte, me cuesta imaginar un peor contexto político para defender un modelo educativo basado en las artes, cuando en la Asamblea Legislativa hemos escuchado comparar la cultura con “ir de viaje a Disneylandia”.

En su comparecencia la ministra Katherine Muller mencionó que el MEP está trabajando en nuevos programas de enseñanza artística para el Castella. Fue aplaudida por el público allí presente. Yo me aterroricé. Temo la aplicación de métricas de resultados que no corresponden, temo que se despoje a la institución de su esencia en aras de la lógica de mercado y resultados que se aplican en áreas educativas ajenas al arte.

Al fin, pienso que un Castella dejado en manos de los burócratas, va a expirar lentamente. Ya se han visto señales de ello anteriormente.

Pero claro, existe el asunto de la inversión estatal en la construcción del colegio y el Teatro Arnoldo Herrera. Efectivamente ahí hay dinero del Estado, pero también hay algo más.

Un asunto de identidad.

No creo que el teatro esté por caerse, tampoco pienso que carezca de interés patrimonial más allá del famoso mural de concreto. Si vemos el alzado original, sin las rejas y remiendos que le han agregado con los años, se trata de un diseño moderno y funcional que valdría la pena rescatar.

Pero más allá, el teatro representa un hito identitario para decenas de generaciones de graduados del Conservatorio. Cuando se sugirió el traslado del colegio en Barreal, no hubo quejas, parecía una decisión lógica, pero el Teatro Arnoldo Herrera es otra cosa, y a nadie pasa desapercibido el creciente interés inmobiliario en la zona.

Claro, esto implica una fuerte carga emocional en esta discusión. Es difícil ser objetivos en un tema que toca las bases de la identidad, máxime cuando existe una romantización de las circunstancias. Quiero decir que la comunidad Castella es también víctima de su propia narrativa de “outsiders”, artistas pulseadores que se mantienen creando a pesar de los obstáculos.

El Castella requiere cambios en su modelo y mejoras en sus instalaciones, algo que no debería estar reñido con el espíritu original de la institución, educación artística accesible para niños y jóvenes de diferentes estratos sociales, sin embargo de esto no se está hablando.

Creo que los planes de Gustavo Rojas van a terminar con la desaparición del Castella tal como lo conocemos, pero también creo que es imposible que la institución sobreviva de la mano exclusiva del Ministerio de Educación.

Lo que hoy se está haciendo es comprar tiempo, tiempo que debería usarse en hacer cambios dramáticos en la organización y gestión del centro educativo, y que debieron ocurrir hace veinte años.

Realmente confío en que se pueda ganar ese tiempo, el tema de los cambios va a depender de quienes al día de hoy están ligados directamente con la institución.

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