Ya casi no viajo, pero tuve que hacerlo estos días por trabajo. Mi asiento es el 5C, pasillo de la primera fila después de la “Clase Ejecutiva”, ahí donde la sociedad se puede ver muy clarito.

En el mismo espacio en que adelante viajan dos, atrás somos seis. Adelante vidrio y loza, atrás plástico y cartón. Adelante la señorita sobrecargo luce permanente su sonrisa de dientes blancos, pero hasta la línea 4 le alcanza hacer contacto visual.

A partir de la fila 5 nos separa una cortinita azul, es una frontera textil que la señorita sonrisas cierra con gran vigor. ¿Será para proteger la privacidad de los de adelante? ¿o para evitarles alguna incomodidad envidiosa a los de atrás?

Cuando yo estaba chiquilla, esas filas de adelante se llamaban “Primera Clase”, después lo cambiaron a “Clase Ejecutiva”, suena mejor, más corporativo; siempre son los que se suben y se bajan de primeros, los demás somos la “Clase Turista”, que también suena bonito, como que fuéramos todos juntos de vacaciones.

A veces se hace un revoltijo de clases, cuando en el “gate” no hay espacio para el avión y hay que tomar un bus hasta la pista, pero tranquilos, es algo temporal.

Lo cierto es que vamos todos en la misma nave, estamos en movimiento y a muchos kilómetros de altura y aunque pagando distinto, arriba somos igual de vulnerables: dependemos del trabajo de la misma tripulación.

Si cada avión fuera el mundo, iría 1 persona en “Ejecutiva”, otras 9 en “Turista” y 90 que se quedarían sin abordar, viendo para el cielo.

Me pregunto si cuando llegue el momento del colapso  y se escuche la frase: “prepararse para el impacto”, ¿servirá de algo la cortinita azul?

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