¡Pero qué se han creído estos ticos advenedizos, que nos llegaron (¡en malhadada hora!) a caer en el gobierno!

No digo “a gobernar” porque eso es otra cosa. Gobernar es educar, es misión noble que exige rectitud, entrega, propósitos claros, en beneficio de la sociedad. Nada de esto podemos atribuírselo a ese grupo de vivazos.

Uno vino de muy lejanas tierras, donde lo habían desterrado por mal comportamiento. ¡Qué penoso que un costarricense (probablemente ya ni se acordaba dónde quedaba Costa Rica) incurriese en tan malos procederes y dejase tan desacreditada su nacionalidad!

A otro lo sacaron de Norteamérica, donde vivió muchos años desligado totalmente de la realidad de su país y lo pusieron a decidir el destino de nuestros caminos y carreteras. Probablemente es incapaz de distinguir entre Barra Honda y Barranca. ¡Qué ironía!

Otra, migrante de Sudamérica, cálidamente recibida (como es costumbre nuestra hacerlo en favor de los perseguidos políticos), resultó nuestra más incendiaria voz en la política nacional. Adalid del engaño y la mentira (que ella misma defiende como útil instrumento), en muy mal predicado deja a sus gloriosos antepasados indígenas.

Y otros, que acostumbran a moverse en las tinieblas pero que desde allí manejan todos los hilos, trampas y mentiras, dejan muy mal también a sus ancestros del Viejo Continente.

Y alrededor de todos estos personajes, fieles caracteres de una obra de Molière, un séquito de segundones que aplauden y alcahuetean. Qué extraño: nunca ven, nunca oyen, ¡pero siempre callan!

Pues bien, ¿qué se ha creído esta banda de improvisados dirigentes? ¿Adónde creen que llegaron? ¿A un país en el que nos vamos a tragar sus engaños y mentiras?

No entienden que nosotros nos damos cuenta por dónde van sus negocios. Todos están muy claros: Dekra, carreteras con todos sus números, CCSS, ministerios, ICE, RECOPE, BCR, etc. etc.

Una reciente declaración rebasó los límites de la estulticia. Primero, que no se podía construir allí porque hay fallas tectónicas. Y ahora, porque se puede cernir sobre nuestro territorio una catástrofe nuclear de grandes dimensiones.

Francamente, habíamos oído idioteces, soportado mentiras, aguantado vociferaciones, pero ésta se gana el premio mayor y todos los acumulados.

Algo “sigue oliendo a podrido en Dinamarca...” ¿Dónde querrán construir el Hospital de Cartago? Muy pronto nos van a dar la gran noticia, porque ya deben tener el paquete listo.

Sí: ¡en qué hora nos vino a caer esta peste!

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