Este año concluyeron en la Asamblea Legislativa, con muchísimo éxito, dos actividades medulares para dos organizaciones que tengo el honor de apoyar en diversas tareas.

Estos resultados, me llevaron a una reflexión en la que mi propósito medular es rescatar el concepto de “Parlamento Abierto”.

Estudios como el Proyecto de Opinión Pública de América Latina de la Universidad de Vanderbilt, el Latinobarómetro, el Índice de Percepción de la Corrupción de Transparency International, entre muchos otros, coinciden en alertar desde hace años –y para nadie es ya un secreto— sobre la disminución de la confianza ciudadana en los poderes públicos, incluidos los parlamentos.

Ante la contundencia de esta realidad, desde hace alrededor de 20 años, la respuesta de los Estados  —conscientes de que la confianza en las instituciones públicas es crucial para el funcionamiento efectivo de la democracia— (y apoyados por organismos internacionales y la Academia) ha sido atender las demandas de la ciudadanía con: más transparencia, participación cívica y la implementación de mecanismos que garanticen tanto la rendición de cuentas, como la eficacia en las instituciones gubernamentales.

Asimismo, a nivel internacional, la Agenda 2030 destaca la conexión entre gobernanza inclusiva y desarrollo sostenible, especialmente en el Objetivo de Desarrollo Sostenible número 16, que busca promover sociedades pacíficas e inclusivas y construir instituciones transparentes.

Bajo esa perspectiva, y desde el reto legislativo, el concepto de “Parlamento Abierto” se erigió en muchos países del mundo, como un instrumento o derrotero crucial, para buscar fortalecer la conexión entre la ciudadanía y la toma de decisiones políticas y, desde esa base, recuperar su confianza.

Entre algunas de las experiencias de Parlamento Abierto alrededor del mundo, se pueden encontrar: la “e-Democracia” de Brasil, el “TheyWorkForYou” del Reino Unido, Estonia y su “e-gobierno” y tecnologías digitales que permiten recopilar opiniones sobre proyectos de ley, Colombia y su plataforma que permite enviar comentarios sobre proyectos de ley, más su proyecto de ley –recién salido del horno— que tiene como objetivo principal la creación de una plataforma digital exclusiva para que los ciudadanos puedan interactuar con los congresistas, o Nueva Zelanda y sus herramientas de participación en línea. Y la tendencia mundial respecto a Parlamento Abierto, sigue en esa misma dirección: un gran desarrollo e implementación de herramientas y plataformas en línea, que permiten a la ciudadanía estar informada de primera mano sobre todo el acontecer legislativo.

Sin embargo, hasta ahí parece haber llegado en el planeta la comprensión del concepto “Parlamento Abierto”. En mi búsqueda, no encontré nada, ni remotamente parecido, a la forma como éste ha sido construido y desarrollado en Costa Rica. Es algo inédito y, de tal valor, que posiblemente ya se haya constituido, por mérito propio, en un verdadero paradigma, el tesoro perdido del capitán Kidd.

En nuestro país, no solamente se han consolidado la transparencia y el acceso a la información legislativa gracias a una página web robusta, con atención personalizada de las consultas ciudadanas en línea, sino que, además, en su intrépida evolución, se ha convertido en una auténtica Casa Cívica tan inspiradora como activa, con un enorme contenido y simbolismo democrático.

En ella, verdadera y legítimamente tiene cabida la ciudadanía, sin lugar a exclusiones de ninguna índole.

Es un lugar efervescente, donde las organizaciones no gubernamentales pueden gestionar, sin distingos, la realización de actividades, exposiciones, congresos estudiantiles, foros de discusión, donde los ciudadanos –niños, jóvenes y adultos- son convocados para convertirse en parte del paisaje del congreso costarricense y se pueden reunir para discutir asuntos de interés público, expresar sus opiniones respecto a proyectos en corriente legislativa y participar en la toma de decisiones, con el apoyo y presencia de legisladores comprometidos con las variopintas causas. Esto, de la mano de funcionarios legislativos que apoyan con gran mística y cariño, esta trascendente e inédita ebullición cívica, dentro de un Primer Poder de la República.

No me cabe duda de que esta forma original de “ser y hacer” Parlamento Abierto en Costa Rica, que ojalá ya esté siendo documentado, dará de qué hablar en el mundo en muy poco tiempo (si no lo hace ya), sumándose al notable —y apreciado— paradigma de la ausencia de Ejército.  Muy bien le escuché decir una vez —de honrosa primera mano—  al expresidente uruguayo, Julio María Sanguinetti, una frase a la que el tiempo y las acciones, siguen dando la razón: “donde haya un costarricense, esté donde esté, habrá libertad”.

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