Siendo que somos  seres sociales y buenos por naturaleza, es lógico que pasando al menos ocho horas al día rodeados de gente en el trabajo, con quienes tenemos cosas en común y compartimos cotidianidad, a veces más que con la misma familia, terminemos generando filias, relaciones de amistad, de amor o de cualquier otra cosa con los compañeros.

Eso explica que la gente se ponga de acuerdo con otra gente del trabajo para hacer actividades. Una carne asada, un partido, un paseo, un fin de semana en la playa, un equipo deportivo, una mejenga o simplemente irse a tomar un fresquito a la salida, con la gente que me cae bien y son mis compas.

Suele haber algún bombeta que asume la organización y la cuota, decisiones de a quienes invitar, si autorizar o no la presencia de parejas, transporte, comida y demás detalles.

Aunque todos son compañeros de trabajo, se asume que por ser fuera de horario y de uniforme, no aplican las reglas ni las políticas de la empresa.  Así que nadie cuida el vocabulario, la discreción o la ingesta de alcohol u otras sustancias.

Pero la realidad nunca es tan sencilla. Y así, de una actividad que parece estrictamente privada, se crean situaciones que impactan a nivel de trabajo y que generan quejas o solicitudes de apoyo a recursos humanos cuando al lunes siguiente, tienen que verse las caras.

Entre las situaciones más frecuentes encontramos estos ejemplos de la vida real:

  • El jefe que recibe amenazas de sus subalternos cuando les entra muy duro en un partido de futbol y ya no se siente cómodo. Quiere apoyo del departamento de seguridad. O que despidan a ese muchacho.
  • El trabajador que aprovecha la actividad para sacarse un clavo con alguien más a empujones o insultos alegando que el que se mete a jugar tiene que aguantar y luego reclama que lo enjachan en los pasillos.
  • El que sube a redes sociales fotos de sus amigos/compañeros de trabajo en estado etílico, bajo la influencia de algo más o burlándose de la empresa.
  • La que reporta que en ese paseo o actividad un compañero se sobrepasó con ella o al menos lo intentó o eso es lo que ella y su mejor amiga creen y quiere saber si puede interponer una denuncia por hostigamiento sexual.
  • Los que se enteran de cosas de la empresa que, de no ser por el paseo, no hubieran sabido nunca y se hace un gran reguero. O sea, un chisme.
  • Los que no fueron invitados y reclaman que hubo discriminación.
  • La/él que, animado por el ambiente de cercanía y confianza, abre su corazón a alguien más y le cuenta su vida, solo para darse cuenta el lunes de que nadie le habla porque ya lo juzgaron entre todos y lo sentenciaron por ser un esto o lo otro.
  • Los que bajo la luz de la luna descubren que son el uno para el otro, lo llevan a la práctica para comprobarlo, pero el lunes uno de ellos asume la actitud de si te vi no me acuerdo mientras que el otro llora desconsolado en un baño.
  • Cuando hay un accidente y uno o más termina en el hospital.
  • Al que convocan a primera hora a un dopaje aleatorio, pero está convencido que algún traidor lo cantó.

No podemos prohibir estas interacciones y mucho menos sancionarlas. Pero sí podemos conversar con el personal sobre los riesgos para tratar de prevenirlos o responder, ante las quejas, cuando como patronos estamos imposibilitados de intervenir por lo ocurrido en el dichoso paseo.

Es bien sabido que al trabajo no vamos a hacer amigos. Que, ante todo, debemos ser profesionales. Que los temas personales se dejan en casa.   Así debería ser, pero la realidad es otra y como suele pasar, nos alcanza, se impone y debemos saber cómo manejarla.

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