Hace poco más de cuatro meses que no veo a mi amigo Ricardo. Siempre procuramos intercambiar mensajes como forma de mantenernos actualizados, normalmente sus conversaciones giran en torno su recién nacido primer hijo. Muchas veces me ha comentado cómo su vida cambió desde que decidió instalarse en este lugar y cómo él mismo está sorprendido porque nunca se visualizó finalizando la educación media, mucho menos ingresar a una universidad. A Ale la conocí en una clase de sistemas políticos, donde incesantemente denunció los sufrimientos de la población civil bajo un gobierno autoritario, y el alto precio en sangre que paga el pueblo cuando se buscan cambios, nada nuevo en esta sociedad contemporánea.

Me falta hablarles de Sara, a ella la he visto desde organizando una banda comunitaria hasta siendo partícipe de un taller de derechos humanos. Ella limpia casas para mantener a su familia. Por cierto, deben de probar las tortillas con queso de esta señora. Pienso en José, atleta de la comunidad, en Jazmín, una mente brillante dedicada a las matemáticas y en muchos otros para los cuales el espacio se me hace pequeño. Tal vez ellos no se conozcan, pero tienen un común denominador: nacieron en Nicaragua, ¡y si, son nicas!

En medio de esta pandemia, a la que ya podríamos considerar la peor crisis por la que ha atravesado nuestra generación, me ha llamado poderosamente la atención los mensajes xenófobos, que, sin mucha sutileza ni discreción, han inundado las redes sociales. Seamos sinceros, esto no es nuevo, tendríamos que despojarnos de la poca vergüenza que nos queda para decir que todo se debe al Coronavirus. Se hace necesario recalcar que el nuevo campo de batalla de esta lucha es el virtual, todo ese odio se atiza en la la web y parece que lo mejor de la hoguera se alcanza en momentos de crisis.

Nunca antes nuestra sociedad estuvo tan conectada y con tanta facilidad, simplemente todo está al alcance de un clip. Es simple, con solo poseer un teléfono inteligente y una señal “pirateada” o abierta de internet, una persona de cualquier edad y paradigma ético, puede movilizar múltiples ideas en sus redes sociales personales. Sencillamente se descarga Facebook, Instagram o WhatsApp, y fácilmente puede empezar a compartir el contenido que lo identifica.

Las redes sociales son el fiel reflejo de lo que somos en la vida real, a tal punto de que, similar a lo que hacemos día a día, cada usuario prácticamente puede publicar, compartir, comentar y expresar su parecer en estos espacios sin la más mínima mediación. Entiendo que siempre usamos la trillada frase de “la libertad de uno termina donde inicia la del otro”, pero seamos sinceros, en cuántas ocasiones en nuestras vidas cotidianas no nos damos el lujo y la osadía de opinar, o de dar criterios acerca de los demás, incluso con comentarios que rompen los contratos sociales establecidos, y por qué no decirlo más explícitamente, transgreden la jurisprudencia del país.

Publicamos y comentamos contenidos sin la mínima intención de asegurarnos que la información emane de una fuente confiable, por lo cual emitimos juicios de valor sin sustento real. Aunado a esto está el tema de la normalización del uso del “meme”. Caemos en el error de simplemente compartir estas imágenes porque nos parecen graciosas, sin prever que pueden significar una vía de movilización de odio, discriminación y violencia.

Entonces tenemos una población civil sin muchos ánimos de hallar información veraz, redes sociales disponibles para todos con fácil acceso, una pandemia circulando en la acera de enfrente y la necesidad de encontrar responsables. Al final parece que todo es culpa de los nicas en este país, ellos son tan perversos que asaltan nuestra economía y se apoderan de los empleos, dejan a los ticos sin la posibilidad de disfrutar el placer de recolectar café o sembrar piña, y tan deseosos que estamos de hacerlo. Según el canal de noticias alemán DW en un reportaje denominado “trabajo ilegal detrás de la frontera” publicado el 21 de julio del 2020, se han encontrado casos donde trabajadores procedentes de la nación del norte laboran extensas jornadas de hasta doce horas diarias para recibir al mes cerca de 344 dólares, lo que no está ni cerca del salario mínimo establecido en nuestra legislación.

“Son tan perversos los nicaragüenses que abarrotan los centros de salud costarricenses”. Según comentarios en redes sociales el problema se resuelve simplemente si la CCSS atendiera solo a nacionales, de todos modos, los foráneos nunca pagan su seguro, por supuesto obviemos que esto está en contra de nuestra Carta Magna. De acuerdo con las mismas estadísticas de la CCSS en el 2018 publicada por Teletica, para dar un ejemplo, solo el 7% de las personas atendidas en los servicios de consulta externa, emergencias y hospitalización eran extranjeras, de ellas el 83% era población debidamente asegurada que cotizaba para la institución. Simples cifras que desmienten los argumentos iniciales de este párrafo, pero fortalecen la idea de que el odio ciega al tico.

En definitiva, pareciera que la COVID-19 ha sacado a la luz una oscura parte xenofóbica que envuelve a la idiosincrasia tica, ese instinto de buscar culpables, señalar y desvirtuar con desprecio, todo compartido en inofensivos chistes, comentarios, imágenes y memes en nuestras redes sociales. Lo más extraño es que parece que se nos olvida que estamos rodeados de esos Ricardos, Ales, Saras, Jazmín o José, todos nicas, pero que siguen siendo vecinos, compañeros de colegio, de trabajo o simplemente nuestros amigos.

¿Quiénes son realmente los perversos?

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