El sociólogo e investigador costarricense Carlos Sojo Obando publicó en 2010 un libro titulado Igualiticos: la construcción social de la desigualdad en Costa Rica. Una de las tesis más interesantes que desarrolla es acerca de la etnofobia como uno de los elementos sobre los que se construye la identidad tica. Lo sintetiza en una frase “el postulado original del mito de nuestra igualdad social asume la siguiente forma: ‘los costarricenses, todos blancos, son pobres’” (p. 30). Sojo explica que “las bases de la identidad étnica costarricense se fundamentan en tres consideraciones falsas: la primera es que los originarios eran pocos; la segunda es que todos los que llegaron eran blancos y la tercera es que no hubo, entre razas, mestizaje” (p. 29).

Quiero detenerme en las dos palabras resaltadas deliberadamente: todos blancos. Hagamos una pausa e intentemos recordar cuántas veces hemos escuchado que en Costa Rica “casi no hay indígenas”, “los negros solo están en Limón” o “acá somos blancos, no como en el resto de Centroamérica”. Es esta negación lo que vuelve tan peculiar el racismo en Costa Rica, pues ni siquiera nos reconocemos como racistas.

El que estas prácticas se presenten de forma “agazapada” como en chistes; comentarios peyorativos sobre el cabello afro; el blackface (maquillaje teatral empleado para representar a una persona negra por personas que no lo son) en espacios como Toros a la tica con personajes como Milton o en la película biográfica de Hanna Gabriels Valle; la denuncia pública que hizo la activista afrofeminista Pamela Cunningham Chacón al narrar cómo ella y su hija fueron discriminadas en una tienda al no permitírseles ingresar juntas al vestidor, en contraposición con otra madre y su hija, pues la vendedora consideró que por ser negras serían potenciales ladronas o las burlas y representaciones grotescas hacia Tanisha Swaby Campbell, hija de la vicepresidenta Epsy Campbell Barr, cuando salió a la defensa de su madre en redes sociales.

El hecho de que los cantones limonenses se encuentren en los últimos puestos del Índice de Desarrollo Cantonal del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) - Costa Rica y la Universidad de Costa Rica, nos habla del racismo estructural que se vive en el país. El abandono gubernamental que ha sufrido Limón por generaciones, reflejado en su alto índice de pobreza, alto desempleo o la violencia en comparación con el resto del país, no son elementos que ocurran por generación espontánea. Esta es la provincia racializada por excelencia, cuyos habitantes obtuvieron cédula de identidad hasta la administración de José Figueres Ferrer, quienes, además, aún lidian con el imaginario social de ser descendientes de personas esclavizadas que arribaron de los viajes transatlánticos entre África y América.

El asesinato de George Floyd, el pasado 25 de mayo a causa de la brutalidad policial del oficial Derek M. Chauvin en Minneapolis, Estados Unidos, ha desatado una ola de indignación tanto en las calles de dicha ciudad estadounidense como en redes sociales. Al parecer nos desbordamos en solidaridad cuando de recompartir publicaciones se trata. Creemos que, porque en Costa Rica la policía no asesina sistemáticamente a la población negra, eso significa que “aquí no hay racismo”.

Va siendo hora de que como país reconozcamos que en Costa Rica existe el racismo. El hecho de negarlo ya es racista en sí mismo. Parafraseando a la autora Yadira Calvo Fajardo, “lo que no se nombra no existe”. Tenemos que problematizar al respecto para empezar a construir soluciones en conjunto, como sociedad que somos. Basta ya de nombrar a las personas afro costarricenses únicamente el 31 de agosto. Costa Rica es multiétnica y pluricultural todos los días del año, no solo cuando necesitamos figurar internacionalmente en materia de derechos humanos de las poblaciones históricamente discriminadas.

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