En la actual coyuntura de crisis sanitaria desatada por la pandemia de COVID-19, se ha vuelto claro que el fanatismo religioso puede llevar a tomar malas decisiones, que van desde la negación de la crisis, hasta el pensamiento mágico para lidiar con ella. Sin embargo, este efecto negativo del fanatismo frente a la crisis, no es exclusivo de la enfermedad COVID-19, sino que es el producto del pensamiento religioso obcecado y cerrado frente a problemas graves que requieren una buena ponderación de la evidencia disponible para una mejor toma de decisiones. Frente a esta situación, considero vital que nos planteemos cuál es la importancia y qué tipo de educación religiosa deberíamos tener.

En primera instancia cabe apuntar que la educación religiosa es relevante porque todas las religiones son patrimonio de la humanidad y conocer nuestra herencia histórica y cultural es parte de conocer de dónde venimos y quiénes somos. Es decir, es parte de conocernos a nosotros mismos.

Si la educación enseñara a analizar y valorar las religiones con objetividad fáctica y criticidad, se podría aprender a reflexionar qué vale la pena y qué no en cada religión, y cada persona podría estar en una mejor posición para elegir o rechazar referentes religiosos con mayor autonomía. Una educación religiosa de calidad puede ayudar a hacer un balance de fortalezas y debilidades de cada denominación y a tratar de juzgarlas con independencia y juicio reposado, y por tanto con menos estereotipos y prejuicios.

El derecho a la libertad de creencia, consciencia, pensamiento y confesión, debería implicar también el derecho a conocer las diferentes opciones religiosas, incluyendo tanto las tradiciones monoteístas como las politeístas, las más cercanas geográficamente como las más distantes, así como las vigentes y aquellas cuya práctica desapareció, en muchas ocasiones porque las religiones dominantes se impusieron militarmente y se esforzaron por deslegitimar y eliminar a las demás, lográndolo en muchos casos, como lo es en el de las religiones paganas y precristianas en diversas partes del mundo, que desaparecieron del todo o fueron reducidas a una mínima expresión, como por ejemplo las prácticas religiosas precolombinas.

¿Por qué tenemos esa tendencia a hacer atribuciones mágicas sobre lo que nos rodea y los eventos que ocurren, especialmente los que no comprendemos? La investigación reciente de las ciencias cognoscitivas de la religión ha venido planteando y probando teorías muy interesantes, que una buena educación religiosa podría ayudar a comprender a los estudiantes.

En este mundo que para muchos pareciera no tener pasado, comprendernos críticamente implica analizar nuestros orígenes y evolución como especie, siendo que la religión cumplió un papel clave en la formación de las sociedades a gran escala, ya que habría sido esencial para crear identidad compartida y facilitar la cooperación en grupos humanos que, al pasar del orden de los cientos al de los miles de habitantes, ya no permitía el conocimiento interpersonal directo entre todos sus miembros, necesitándose elementos abstractos en común que ayudaran a confiar en extraños. Aquí la religión vino a aportar esa especie de pegamento social que coadyuvó a formar grandes grupos cooperantes y mantenerlos unidos.

Como se podrá notar, estoy a favor de una educación religiosa muy diferente a la actual, ya no enfocada en adoctrinar seguidores, sino de carácter informativo, activo, reflexivo, crítica y laico, que no busque imponer “verdades reveladas”, sino avanzar en el conocimiento del patrimonio cultural humano y ahondar en la comprensión de nuestra propia naturaleza. De hecho, estoy a favor de una educación religiosa que rechace abiertamente toda forma de imposición y dominación ideológica, y que en su lugar abra las puertas al libre pensamiento, contribuyendo a desembarazarnos del pensamiento meramente mágico y dogmático, abrazando el desarrollo de la capacidad de análisis crítico basado en evidencia válida, sin asumir a priori ninguna superioridad para alguna denominación religiosa en particular, sino estudiándolas con igual grado de importancia.

La libertad de creencia, para ser lo más completa posible, también debería incluir el estudio de los argumentos de las opciones agnósticas y ateas, sin asumirse partido a priori, sino permitiéndoles a los estudiantes explorar libremente cada opción.

En estos tiempos de visión tecnocrática de la educación que la reducen a dotar de habilidades para conseguir empleo, negando la amplitud de lo humano, es urgente preguntarnos qué concepto y qué visión subyacente de persona se está promoviendo, y qué lugar tiene dentro de ella la educación crítica sobre la herencia y las raíces culturales de las que provenimos.

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