Como era de esperar y así lo advirtieron los expertos en el tema, la pandemia por el nuevo coronavirus que ocasiona la enfermedad COVID-19, nos llegó y nos ha obligado como sociedad a tomar diferentes medidas de gestión de riesgo, unas preventivas, otras de mitigación y otras de atención, en todas ellas las personas que conforman el Sector Salud han tenido, tienen y seguirán teniendo un papel protagónico y a quienes les debemos un reconocimiento y agradecimiento invaluable.

La principal medida de prevención y para evitar el contagio y propagación del virus —aparte del adecuado lavado de manos— ha sido reducir el contacto personal, la exposición a aglomeraciones o concentraciones de personas, lo que se ha llamado el “distanciamiento social”. Una gran parte de la población así lo hemos entendido y practicado, desafortunadamente, como siempre, existen individuos que son reacios a acatar estas disposiciones y no me refiero a aquellas personas que se ven obligadas, por diferentes motivos, a tener que salir de sus viviendas. Y es aquí donde es importante entender la situación actual de la vivienda y el aislamiento o permanencia en nuestras respectivas residencias, restringiendo salir de ellas.

Para una parte de la población, esta situación no es tan difícil o problemática, dependiendo del tamaño o área de la casa y de la cantidad de personas que habiten en la vivienda y de los espacios y alternativas que estas tengan. Alrededor de un 40% de las viviendas que se construyen en el país, tienen un área igual o menor a los 50 metros cuadrados y, de acuerdo con los datos de la Encuesta Nacional de Hogares del 2019, el promedio de personas por vivienda es de 3.2, siendo ese el promedio, eso supone unos hogares con más personas y otros con menos. Piénsese en una vivienda de 50 metros cuadrados y 4 personas habitándola, significa un promedio de 12.5 metros cuadrados por individuo, en el mejor de los casos, porque hay que excluir el área del cuarto de baño y la cocina, ya que en buena teoría no son espacios para permanecer largos periodos. Eso deja los espacios de los dormitorios y de una pequeña sala comedor para que ese grupo familiar permanezca durante horas, esa es la realidad para la gran mayoría de las aproximadamente 10,000 viviendas construidas anualmente con los bonos familiares de vivienda.

Tradicional y mayoritariamente las viviendas construidas con subsidio del Estado se erigen en lotes de 90, 100, 120 metros cuadrados y más, por lo tanto, se trata de soluciones residenciales que cuentan con algún terreno adicional a la vivienda y el cual posibilita a los residentes un mínimo de espacio, más allá de los escasos 50 metros cuadrados de construcción. No obstante, con la necesidad de optimizar el uso del suelo y densificar el espacio urbano en el país se ha venido fortaleciendo la tendencia a soluciones de vivienda en condominios verticales, prácticamente para todos los sectores de ingresos y, entre ellos, para los beneficiarios de los bonos familiares de vivienda. Uno de los problemas de este tipo de solución verticales, es que sus ocupantes solo tienen ese espacio para permanecer, situación que se agrava para los condominios con subsidio del Estado, que significa opciones de menos de 50 metros cuadrados y en el cual deben permanecer e interactuar sus ocupantes durante días y sobre todo con niños.

Definitivamente, no es una situación sencilla de sobrellevar, muy diferente cuando se vive en casas de 100, 200 y más metros cuadrados, con diferentes espacios o ambientes y con facilidades de entretenimiento diversas.

De manera evidente se expresan las diferencias entre distintos sectores de nuestra sociedad, donde las posibilidades para trabajar, estudiar, permanecer y sobrellevar el aislamiento social no son iguales para todas las personas y familias.

Aunque por el momento se recomienda el no uso y se han cerrado diversas formas de espacios públicos, es fundamental tener presente la importancia de estos en las soluciones de vivienda. Recordar el principio de que, a menor espacio privado, mayor espacio público. Parte de la calidad de vida y la salud mental y física depende de contar con estas áreas. La crisis actual obliga a pensar sobre el tipo de viviendas y de asentamientos humanos que estamos promoviendo.

Estas preocupaciones presentes para las soluciones “formales” de vivienda, se agudizan y aumentan cuando se trata de los asentamientos informales especialmente, pero también en residencias inadecuadas de todo tipo, por su calidad o estado físico, por el acceso a servicios, por condiciones de hacinamiento y otros factores. El distanciamiento social y las medidas básicas de prevención son de difícil acatamiento para miles de familias que no cuentan con soluciones adecuadas de vivienda. No se cuentan con datos certeros sobre la cantidad de familias que viven en asentamientos en precario, pero se puede estimar entre más de 40,000 y 150,000 personas en estas condiciones.

El distanciamiento social, el aislamiento, supone un reto enorme, difícil para estos sectores de población, aunado a la imposibilidad del teletrabajo y el “telestudio” o la educación por medios virtuales. Son sectores más vulnerables ya que son dependientes del transporte público, sus economías no permiten acumular, hacer compras masivas, se impone el día a día, no cuentan con espacios o condiciones dentro de sus viviendas y deben salir constantemente. Esta es parte de nuestra realidad social que no podemos obviar, ante la cual no se vale voltear la cara y hacer como si no existiera.

La pandemia por el nuevo coronavirus nos afecta a todos, pero como suele suceder, sus impactos son mayores para los grupos de población más vulnerables y las brechas sociales se expresan en las diferencias en cuanto a condiciones residenciales.

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