En sociedades con fuerte influencia de religiones judeocristianas como la nuestra, la culpa juega un rol fundamental en todo aspecto, incluso en la toma de decisiones políticas hasta privadas. Permea nuestro consciente, así como el inconsciente, por razones meramente estructurales, quienes más sufrimos por esta somos las mujeres, particularmente en relación con nuestra sexualidad.
Sin embargo, a todas estas, ¿qué es la culpa? Sin afán de dar una conceptualización única, considero que en cuestiones cotidianas es aquel sentimiento o emoción negativa, dolorosa que surge al creer o sentir que hemos hecho algo mal, que hemos cometido una falta, que algo negativo es responsabilidad nuestra, que algo hicimos mal y que algo negativo sucedió en consecuencia, que dejamos de hacer algo que pudo ser mejor o más conveniente. En otras palabras, es asumir la responsabilidad por algo negativo, se haya tenido —racionalmente— injerencia o no en esto.
Las mujeres, en razón de este punto de partida, no podemos tener deseo sexual, menos asumirlo o actuar de conformidad a este, mucho menos si no es heterosexual. Debemos ser “recatadas”, “decorosas”, ojalá vírgenes hasta el matrimonio, necesariamente madres, sacrificadas por supuesto y esposas. Básicamente en eso consiste ser una “buena mujer”. Sí, aún en 2019 por más increíble que parezca.
Sin embargo, si cualquier hombre nos aborda sexualmente y lo rechazamos, nos “lapidan” socialmente; nos convertimos en unas “mojigatas”, “juega de vivas”, nos dicen que “más bien debería agradecer” y muchas otras frases y apelativos. Si tomamos la iniciativa o incluso si “accedemos” al abordaje sexual de un hombre, no en pocas ocasiones nos tildan de “zorras”, “sobradas” y ustedes se pueden imaginar gran cantidad más de palabras en su cabeza. Por ejemplo, ¿se acuerdan de la última vez que pidieron respeto ante un acoso sexual callejero?
Además, al rechazar o no propuestas o insinuaciones sexuales, algunos hombres reaccionan violentamente. Lamentablemente no son tan pocos, porque sin temor a equivocarme, a todas las mujeres nos ha pasado al menos una vez. Esa violencia puede ir desde palabras, insultos, acoso, hostigamiento, amenazas, humillaciones, golpes, abusos, violaciones e incluso hasta la muerte.
Cuando alguna mujer es agredida sexualmente, es común que se sienta culpable, que nos sintamos culpables por la agresión, sentir que no fuimos una “buena mujer”. Entre amigas o conocidas es frecuente escuchar que nos reprochemos cómo estábamos vestidas, qué dijimos, qué dejamos de decir, cómo lo dijimos, si debimos haber aceptado esa invitación aunque no queríamos, si hubiéramos hecho esto o aquello. Y ni qué decir cuando alguna hace saber o se hace público que fue víctima de alguna clase de agresión sexual, los comentarios suelen ir en reproche de la víctima, hasta cuando son niñas pequeñas.
Reflexionemos. ¿Por qué siempre es culpa de la víctima? Si a ella en los pasillos de una universidad un “profesor” quien creyó que estaba bien decirle que tuvieran sexo para pasar un curso, ¿es su culpa? Si caminando por la calle un tipo en motocicleta se acerca y la toma de sus glúteos sin su consentimiento, ¿es culpa de ella? Si luego de hablar un par de minutos con un sujeto en un bar, este le toca sus senos sin su consentimiento, ¿es su culpa? Si en una entrevista de trabajo, el reclutador en vez de preguntarle sobre sus atestados académicos, le dice que debe tener sexo con él para obtener el trabajo ¿es su culpa?
Algunos preguntaran ¿Cómo andaba vestida? ¿Le dio miradas “indecorosas” al sujeto?” ¿Tenía “cara de sucia”? Algunos simplemente asumirán que “se lo buscó”. Alguna víctima podrá sentirse mal, culpable, tonta o darle vueltas en la cabeza a miles de escenarios hipotéticos en la cabeza.
Ahora, ¿qué pasa si cambiamos la palabra culpa por responsabilidad? ¿Ella es responsable de la falta de ética, sentido común, control de impulsos o misoginia del “profesor”? ¿Ella es responsable de que el tipo de la motocicleta tenga la errónea idea de que el cuerpo de las mujeres es público y que puede disponer a su antojo y gusto? ¿Ella es responsable de que ninguno de los sujetos de los ejemplos tenga la menor idea sobre consentimiento? ¿Es responsable de que el tipo sea un depredador sexual? ¿Es responsable de que no hayan logrado asumir que las mujeres también somos personas?
Es hora de que como sociedad aprendamos a poner la culpa en su lugar, donde corresponde, es decir, del lado de los agresores sexuales, de los acosadores, de los violadores, de los violentos y nunca más del lado de las víctimas, porque una agresión sexual nunca es culpa ni responsabilidad de las víctimas.
Y no, el hablar con otras personas sobre la agresión sexual sufrida, el denunciar informal o formalmente tampoco nunca es un deber, es un derecho, una situación que debe ser materialmente viable cada día más, pero jamás un deber. No es un deber ni con el resto de personas ni consigo misma. Nuestro único norte siempre ha de ser el sanarnos, sea cual sea nuestra manera personal y nadie debe darse la atribución de invalidar nuestras decisiones, nuestra autodeterminación.
La culpa que se carga como víctima es absolutamente injusta y su imposición injustificable, implica el cargar con la responsabilidad de los actos de otros quienes violentan. Y luego de esto, tampoco sintamos culpa de sentir culpa, porque esta sociedad es quien nos enseñó eso y como sociedad nos toca deconstruirnos.
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