El domingo 28 de octubre de 2018 se confirmó la victoria de Jair Bolsonaro del Partido Social Liberal (PSL) sobre su rival Fernando Haddad del Partido de los Trabajadores (PT). En el recuento absoluto, sin considerar los votos nulos y en blanco, Bolsonaro se convirtió en presidente con el 55,1% de los votos. En total, fueron 57,7 millones de electores quienes apretaron el número 17 (número asignado al PSL), imponiéndose sobre aquellos 47 millones que eligieron el número 13 (el PT). Valga decir que el 30,8% del electorado, votaron blanco, nulo o no fueron a votar, que representan 42,1 millones de ciudadanos y ciudadanas.
Obviamente que entender estos números es fundamental para comprender la elección de Bolsonaro. Que solo aproximadamente un tercio de los votantes lo haya escogido, refleja entre otras cosas, una incredulidad de la población brasileña hacia su clase política, que se muestra distante de la realidad del pueblo e inmersa en escándalos de corrupción. Las crisis de índole política y económica, que alcanzaron un punto álgido en el 2015, contribuyeron a ese escenario.
El PT gobernó el país desde 2003 hasta 2016 (cuando la presidente Rousseff sufrió un injusto proceso de impeachment). En 2002 el índice de desempleo era de 12,6 según la nueva fórmula adoptada por el Instituto Brasileño de Geografía y Estadística (IBGE). En 2014 (gobierno de Dilma Rousseff) la tasa de desempleo llegó a su menor puntuación en la nueva medición, 6,5. Entre 2014 y 2018 la tasa volvió al mismo punto que se encontraba en 2002, esos datos nos ayudan a comprender cómo la crisis que se inició principalmente en 2015 llevó a Brasil a un gran agujero económico rápidamente.
Gran parte de la población hizo eco de la ola propagandística realizada por la oposición, señalando que toda la crisis económica provenía de una mala administración del PT. Obviamente hubo errores económicos por parte de la presidenta, pero este no fue el único punto. El proceso de impeachment contribuyó a la inestabilidad política, que tuvo además efectos en el plano económico. No estoy planteando aquí que la culpa de la crisis económica es únicamente de la oposición parlamentaria hecha al PT, pero estoy considerando que esta se inició conjuntamente con la crisis política, es decir, los errores de Rousseff, junto con el fortalecimiento de la oposición que empezó a atar la gobernabilidad del país.
En el año 2016, tras el impeachment, asumió la presidencia Michel Temer que cambió por completo la dirección del país, que desde 2003 basculaba entre la izquierda y el centro, por una clara política de derecha. Las políticas de austeridad económica y las maniobras extremadamente costosas para liberar a sus aliados de los juicios de corrupción que crecieron inmensamente en el gobierno del PT (los gobiernos anteriores usaban su poder para barrer tantos juicios como sea posible y los gobiernos del PT alentaban las investigaciones) contribuyó colosalmente la crisis.
Este escenario de incredulidad con los políticos y con el gobierno del PT y por lo tanto de la izquierda, fue, en gran parte, el responsable de la elección de Jair Bolsonaro. Sin embargo, este análisis sigue siendo simplista. Es necesario tener en cuenta que su discurso tiene un eco bastante grande dentro de la población brasileña que es racista, misógina, homofóbica y machista. Mensajes como aquellos donde el presidente electo afirmó que su hijo no corría el riesgo de casarse con una negra porque había sido muy bien educado o que la homosexualidad era una falta de porrazo en casa, fue aceptado por una gran parte de la población, mensajes que pueden ser vistos libremente en YouTube.
A la vez, el papel de las redes sociales fue esencial para la difusión de estos mensajes. No obstante, el Diario Folha de São Paulo reveló que la campaña de Bolsonaro utilizó estas herramientas, incluida WhatsApp, para difundir de manera artificial mensajes de campaña mediante un ejército de robots. La investigación comprobó que entre los millones de tweets hechos por esos robots, algunos confundieron las palabras “Bolso” o “Bolovo” en dos reportajes y los difundieron como mensajes de campaña de Bolsonaro, cuando en realidad estos trataban sobre temas de joyería y gastronomía.
Estos factores juntos, aportaron a una visión de Jair Bolsonaro como algo “nuevo” por ser “sincero” (aunque tanto él y su familia están involucrados en política hace más de 20 años) y con la astucia suficiente para resolver la crisis “creada” por la izquierda. Es importante resaltar que una gran mayoría de sus seguidores votaron por Bolsonaro, sin siquiera conocer las propuestas puntuales para resolver esa crisis. Además, cuando era interpelado en los debates sobre estos temas, contestaba solo con tonterías como cuando se le consultó sobre la mortalidad infantil y dijo que un porcentaje de los partos prematuros ocurrían por la ausencia de tratamientos dentales de las madres (entrevista realizada en vivo por el programa Roda Viva, de TV Cultura). Durante la segunda vuelta, no hizo más que huir de los debates, a pesar de haber sido dado de alta por los doctores después del atentado a su vida (hecho que aumentó su popularidad).
Con su triunfo electoral, los rumbos de Brasil caminan cada vez más hacia el autoritarismo. Señas de esto, es el trámite en el Senado de una ley antiterrorista que busca incluir las manifestaciones públicas contra el gobierno como parte de los delitos, lo que significaría un gran peligro para los movimientos sociales de toda índole, incluso aquellos que luchan por los derechos de las minorías. Asimismo, impulsará una ley que pretende prohibir la unión civil homoafectiva y otra, que posturas de izquierda puedan ser castigadas legalmente por ser producto de “adoctrinamientos comunistas”. Bolsonaro pretendía eliminar el Ministerio de Trabajo, cuyas funciones serían transferidas al Ministerio de Economía (pero ha reconsiderado su decisión) y además es favorable en disminuir los derechos de previsión social, aunque un amplio estudio determinó que el mismo no presenta ningún déficit. Sin contar que su agenda de extrema derecha pretende reducir los ya débiles derechos laborales y disminuir los impuestos de los más ricos y aumentar los de los más pobres. Otra propuesta igualmente controversial es la fusión del Ministerio del Medio Ambiente con el de Agricultura (descartado ya por la gran presión pública), que representaría un gran retroceso en la lucha por la preservación de los hábitats naturales y la sostenibilidad de las poblaciones indígenas, que aún subsisten en nuestro territorio.
Harto conocido es que la futura ministra, mantiene una posición favorable hacia los agroquímicos. Los gobernadores electos, con propuestas similares a las de Bolsonaro, expresaron su interés en que la policía pueda usar fuerza letal y incluso, el futuro gobierno promovería una ley que exoneraría a la policía en caso de recurrir a la represión violenta (incluida la muerte) y fomentaría el uso de las armas en la población civil, como “medida de prevención del crimen”.Estos ejemplos, muestran claramente que su gobierno será inmoral y corrupto.
El hecho de que haya elegido al juez responsable de condenar a Luis Inacio Lula da Silva (su principal rival en las elecciones) u otros como Onyx Lorenzoni, quien admitió haber sido sobornado, revelan dichas intenciones. Su autoritarismo, se ve reflejado en las futuras políticas públicas arriba señaladas y con su pretensión de perseguir a los líderes del PT y del PSOL (Partido Socialismo y Libertad), este último aliado del PT en la contienda electoral, a los movimientos sociales y los trabajadores, con tal de barrer el “comunismo”, etiqueta que usa para identificar aquellos que no estén de acuerdo con su discurso.
¿Hay que temer a Jair Bolsonaro? La respuesta es muy clara, pero parece que gran parte de la población todavía no se ha dado cuenta: si usted es blanco, heterosexual, hombre y rico no. Pero si usted no cumple estos requisitos, es necesario temer a Bolsonaro.
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