Era la década de los 60 en los Estados Unidos y la comunidad LGBTI sufría la violenta escalada de odio y criminalización. Redadas, golpes y detenciones arbitrarias eran el día a día de las personas que se reunían en bares o se atrevían a demostrar afecto en las calles. Las mujeres trans eran detenidas sin razón alguna, por ser quienes eran.
La noche del 28 de junio de 1969 en el bar Stonewall Inn de Manhattan parecía ser una más de aquellas a las que las personas LGBTI estaban habituadas: una noche de amigos interrumpida por la violencia policial, y tratar de huir de los golpes o de pasar la noche en la cárcel.
Pero no lo fue. Se dice que fueron dos mujeres trans, Marsha P. Johnson, de origen afro, y Sylvia Rivera, de origen latino, las primeras que decidieron no correr y enfrentar a la policía. Ellas, sin duda, interpretaron la valentía que se gestaba en cientos de hombres y mujeres que se les unieron y que, desde esa noche, no iban a huir ni a esconderse nunca más. Esa noche nació lo que hoy celebramos como el Orgullo.
La situación no era diferente en Costa Rica. En 1969 la homosexualidad era penalizada y perseguida. Dos años después, en 1971, la homosexualidad fue eliminada del Código Penal, pero eso no evitó que durante las siguientes décadas las personas LGBTI fueran objeto de discriminación y violencia.
Fue el Estado costarricense el que promovió y ejecutó persecuciones, redadas, detenciones arbitrarias y golpes. Fue el Estado costarricense el responsable de muchas vidas perdidas, víctimas del estigma durante los primeros años de lucha contra el sida. Fue el Estado costarricense el que sistemáticamente ha negado derechos fundamentales a las personas LGBTI y ha desprotegido a miles de sus ciudadanos y ciudadanas por amar a quien aman o por ser quienes son.
En nombre del gobierno de la República les pido perdón y renuevo mi compromiso de luchar porque no se repita ese vergonzoso capítulo de nuestra historia.
De la mano de las organizaciones y colectivos, en los últimos años Costa Rica ha avanzado hacia una convivencia más respetuosa de su diversidad, en el reconocimiento de todos los derechos humanos para todas las personas y en la protección legal de todas las familias. Lo cierto es que podrán venir tiempos difíciles, pero más temprano que tarde nos encontraremos en un abrazo de igualdad plena. Que nadie se esconda ni esconda su amor, porque ese día nos espera.
En el marco del Día Internacional del Orgullo LGBTI, nos convoca la convicción de que el Estado está en la obligación de garantizar igualdad para todas y todos. Desde mi mandato, reafirmo mi compromiso para luchar por la dignidad que le corresponde a cada persona trans, lesbiana, gay o bisexual que aún hoy sufre por vivir al margen de la ley, por la negación de sus derechos o por el temor de ser sometidas a violencia física y emocional.
Pasaron 39 años desde aquella noche en el Stonewall Inn, y somos parte de la generación que tiene el desafío de convertir el Siglo XXI en el siglo de la igualdad. El camino que nos queda por recorrer lo recorreremos juntos, todas las personas, todas las familias, hasta que la dignidad, el respeto y el amor sean derechos de todos y todas y privilegios de nadie.
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