A raíz de los recientes debates sobre el aborto en países como Argentina e Irlanda y la constante polarización en Costa Rica entre los pro-vida y pro-elección, quisiera llevar el debate no al tema del aborto sino al de la justicia.
Lo anterior lo pongo en el tapete para proponer un puente hacia el consenso entre los bandos que luchan en este frente. Si enfocamos el futuro debate a la aplicación del aborto terapéutico, la despenalización del aborto en caso de violación o de una anomalía congénita severa, tal y como se está abogando en este momento en Costa Rica, estaremos perpetuando un discurso que, paradójicamente, le hace daño al movimiento de los derechos sexuales y reproductivos.
Para lograr superar esta paradoja, propongo ir más allá de la retórica a favor del derecho a decidir (libertaria y paternalista de raíz) y enfocar las estrategias en el marco de la justicia reproductiva. Aclaro eso sí, que para hablar de justicia, primero me veo obligado a repasar el actual debate alrededor del aborto legal.
Pocos temas levantan tanta vehemencia y dualidad como el derecho al aborto. Es sin lugar a dudas el área más contingente dentro del campo de los derechos humanos que hacen referencia a la salud sexual y reproductiva, en la cual, por cierto, Costa Rica ha tenido importantes avances en las últimas décadas. Eso sí, en materia de aborto, las restricciones dominan nuestro marco jurídico, nuestro ámbito institucional, y nuestro discurso moral.
La dicotomía pro-vida/pro-elección
La noción de que el producto de la concepción es equivalente a cualquier otro ser humano ha estado en el centro del debate sobre el aborto durante muchas décadas. Surgieron así dos posiciones predominantes: el movimiento pro-vida que aboga contra el aborto y el movimiento pro-elección o pro-decisión que aboga a favor del aborto seguro y legal.
No obstante, esta división de pro-vida y pro-elección rápidamente dejó de ser dicromática. Los factores éticos, jurídicos, médicos, políticos, religiosos y económicos se suman a la diversidad de opiniones en el debate sobre el aborto. En esta primera parte presentaré un breve análisis de las principales posiciones en torno al tema y algunos de sus matices.
En pocas palabras, el movimiento pro-vida declara que la vida es inviolable y que comienza en el útero de la madre, ya sea desde el momento de la concepción, la implantación o más tarde. Por lo anterior resulta imposible conciliar moral y legalmente la terminación de una vida humana, es decir el feto es un ser moral inocente y tiene los mismos derechos que cualquier persona viva. La mayoría de las veces, el discurso pro-vida se guía por dogmas religiosos. Sin embargo, otros argumentos seculares defienden los argumentos pro-vida utilizando retóricas en torno a los derechos humanos, la culpa y la moralidad. Todos estos argumentos giran en torno al feto, por lo que se los denominó “centrados en el feto”.
Para el movimiento pro-elección, la discusión sobre cuándo comienza la vida no se responde tan fácilmente. Algunos consideran que la vida comienza al nacer, otros atribuyen derechos al feto en el momento en que es viable, es decir cuando puede vivir por sí solo sin la “asistencia” intrauterina que brinda la madre (razón por la cual la mayoría de países que permiten el aborto solo lo permiten en etapas tempranas) y otros reconocen que el feto es un ser moral desde momento de la concepción. En un extremo de este espectro hay puntos como los de Mary Anne Warren y Michael Tooley, quienes argumentan —con una convicción perjudicial para el movimiento pro-elección— que los fetos son desechables y no tienen ningún derecho humano, y por lo tanto, no pueden tener derecho a la vida. En consecuencia, desde su posición el aborto no debe ser de interés moral o legal.
El lado opuesto de este espectro, retratado por filósofas como Bertha Álvarez, critica abiertamente la negación del valor de la vida fetal, otorgando gran importancia a la vida intrauterina, aunque respetando el derecho del feto a vivir, argumentan que "ningún ser humano tiene el derecho moral de usar el cuerpo de otro ser humano contra la voluntad del último para sustentar la vida". Dicho con palabras más simples, el aborto debería ser legal porque nadie puede ser forzado moralmente a entregar su vida para salvar otra vida, así una mujer no puede ser forzada contra su voluntad a arriesgar su bienestar y a tener un embarazo no deseado para la supervivencia del feto.
Para este último grupo, el aborto legal no se basa en la falta de respeto por la vida fetal, sino en ideologías alimentadas por el feminismo liberal occidental que defienden la libertad de las mujeres para tomar decisiones sobre sus cuerpos (autodeterminación) y el derecho a ser libre de interferencia externa o coacción injustificada (por otros o por el Estado) con respecto a asuntos privados, como la procreación. En consecuencia, el hecho de que las mujeres sean las encargadas de sobrellevar el embarazo y las que se enfrenten a acontecimientos que amenazan la vida (como el parto), les da derecho a tomar decisiones sobre su embarazo y, en última instancia, sobre su maternidad.
Esta rama de la retórica pro-elección en palabras de Robin West establece: "que las vidas reproductivas de las mujeres deben ser gobernadas por un régimen de elección... y no por destino, naturaleza, accidente, biología u hombres" y una falla en hacer esto "(...) deja a la mujer sintiendo[se], justificadamente, como rehén del destino. Si no puede controlar su reproductividad, no puede controlar su vida. Sin soberanía sobre su cuerpo, todo lo que queda de su vida — su trabajo, su sociabilidad, su educación, su maternidad y su impacto en el mundo— está miniaturizado".
Por otro lado, las tácticas retóricas del movimiento pro-vida raramente reconocen la libertad reproductiva de las mujeres. Como se describió anteriormente, los contraargumentos del movimiento pro-vida giran en torno a dos temas: 1. El feto y su derecho a la vida y 2. La madre y el sufrimiento que el aborto le causa. A pesar del éxito de los argumentos centrados en el feto para retener la ilegalidad y la criminalización del aborto en muchos países —como Costa Rica— en la mayoría de las naciones donde el aborto es legal la integridad corporal de las mujeres prevalece sobre la supuesta superioridad moral del feto (p.e. Roe v. Wade). Por lo tanto, la atención de las estrategias pro-vida ha cambiado de centrada en el feto (el feto como víctima del aborto) a estrategias centradas en la mujer (la mujer como víctima del aborto).
En las estrategias centradas en la mujer, quien eligen abortar es descrita como irracional y carente de autonomía para tomar decisiones informadas. Además, se les representa como víctimas que necesitan protección, coaccionados por sus parejas para que acepten el aborto y rechacen sus verdaderos deseos de maternidad. No es de sorprenderse que estas estrategias discursivas vayan de la mano con las llamadas ideologías de pro-natalismo y marianismo (donde la mujeres son valoradas centralmente por su capacidad reproductiva), en las cuales el aborto es visto "(…)como la antítesis de las mujeres que asumen su papel asignado en la vida".
Otro componente importante de las estrategias centradas en las mujeres es la “psicologización” del aborto. En esta el aborto se considera un evento traumático, psicológicamente dañino y contradictorio para el interés de la mujer. Como enfatiza Ramah International "El síndrome de estrés posaborto (PSA) [por sus siglas en inglés] afecta a todos y es una forma de trastorno de estrés postraumático. El proceso de elegir el aborto, experimentar el procedimiento y vivir con la pena, el dolor y el arrepentimiento es ciertamente, en esencia, traumático". No obstante, las principales instituciones del campo de la psicología, como la Asociación Estadounidense de Psicología, han pasado por alto las afirmaciones de la existencia del PAS y han expresado claramente que no existe evidencia actual que respalde un vínculo entre el evento del aborto y problemas posteriores de salud mental.
Así como las narrativas centradas en las mujeres, las que son centradas en el feto promulgan actitudes negativas hacia el aborto tanto en las mujeres como en otras partes interesadas en el debate. Por ejemplo, médicos que disuaden y niegan el aborto, sistemas judiciales que penalizan el aborto, políticas que evitan el acceso a los abortos y ell público en general que estigmatiza a las mujeres que se niegan a tener hijos. Tal es el caso en Costa Rica, donde el aborto sigue siendo castigado por el Estado, negado a quienes lo desean y estigmatizado por la sociedad en general, por lo que se trata de buscar posiciones que generen mayor empatía como el aborto terapéutico o el aborto en casos de violación. De esto hablaré en la segunda parte.
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