No hace falta quemar libros si el mundo empieza a llenarse de gente que no lee, que no aprende, que no sabe...
- Ray Bradbury
Una situación que como lectora y residente de San José he podido constatar debido a mi participación en el Club de lectura de la CCSS, es el limitado acceso a libros de autores extranjeros y de escritores nacionales en las provincias costeras.
Según la última División Territorial Administrativa de Costa Rica, Limón, Guanacaste y Puntarenas constituyen 28 de los 81 cantones del país y 149 de los 484 distritos. Las tres provincias, de acuerdo con las proyecciones poblacionales del INEC para el 2018, representan el 26% de los habitantes de Costa Rica. Son 1.319.365 personas en una condición de “desventaja literaria” con respecto al resto.
El Sistema Nacional de Bibliotecas ha articulado una red de bibliotecas en las 7 provincias del país. En Limón se localizan en los cantones Limón, Matina y Siquirres; en Puntarenas se ubican en los cantones Puntarenas, Esparza, Golfito y Garabito; y, en Guanacaste, en los cantones Bagaces, Cañas, Carrillo (distrito Filadelfia), Hojancha, La Cruz, Liberia y Nicoya.
Un artículo publicado en La Nación destaca cómo la Cámara Costarricense del Libro, desde 1954, ha impulsado la celebración de ferias para promover la literatura. Se han realizado eventos en todas las cabeceras de provincia y en los distritos de Turrialba, Ciudad Quesada, San Isidro de El General, Buenos Aires y Guápiles. Asimismo, desde hace 20 años se celebra la Feria Internacional del Libro, con sede en San José.
El país cuenta con editoriales públicas en las universidades estatales y en la seguridad social, existen editoriales independientes y una amplia opción de librerías grandes y pequeñas, ubicadas en la Gran Área Metropolitana, pero con una oferta escasa o nula en los cantones de las provincias costeras. Si bien la mayoría de editoriales y librerías disponen de la opción de compra en línea, esto implica un gasto económico adicional para cubrir los costos del envío por el sistema de mensajería; por otro lado, el uso de las tarjetas de crédito y de débito sigue siendo un distintivo de los grupos sociales con mejor situación socioeconómica.
Claro que existen los libros digitales, algunos gratuitos y otros no; sin embargo, la disponibilidad de textos de autores costarricenses en este formato es limitada. Además, la realidad es que para un grupo importante de lectores, sigue siendo preferente el producto impreso. Por último, la lectura de textos digitalizados implica contar con algún dispositivo electrónico y esto también está condicionado a las posibilidades económicas individuales y familiares.
Malala Yousafzai pronunció en su discurso en las Naciones Unidas, una frase contundente:
“Tomemos nuestros libros y nuestros lápices. Son nuestras armas más poderosas. Un niño, un maestro, un libro y un lápiz pueden cambiar el mundo”.
La lectura fortalece la habilidad para redactar: aumenta el bagaje cultural y el léxico, enseña a pensar de manera ordenada, a tener ideas claras y plasmarlas por escrito. Se ha evidenciado también beneficios para la salud: crea patrones de sueño saludables, disminuye el riesgo de Alzheimer, mejora la memoria, reduce el estrés, aumenta la concentración, estimula la creatividad y el desarrollo de la imaginación.
En el campo del desenvolmiento espiritual, la lectura reflexiva mejora la visión de las cosas, nos acerca a la autocomprensión, puede cambiar la vida, abre innumerables puertas e ilumina incontables caminos, humaniza, libera, abre el mundo y transforma al individuo.
Es este despertar de la conciencia a través de la lectura, una brecha que como país y ciudadanos debemos acortar. Los libros no deben ni pueden ser un privilegio. Si aspiramos a una sociedad libre de discriminación y que abrace los principios básicos de los derechos humanos, el Estado debe procurar el fomento de la lectura y garantizar la disponibilidad de libros en todo el territorio nacional.
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