Quien crea que las encuestas sólo sirven para manipular, está equivocado. Pero además, el partido político, periodista o cualquiera que promueva esta idea está siendo sumamente injusto e irresponsable.
Las encuestas son una de las principales herramientas para la ciencia y uno de los mayores logros históricos de la estadística, pero parece que cometieron un pecado capital: participar en la vida política. Es por ello que hoy son objeto generalizado de nuestra desconfianza, de nuestra burla e incluso blanco de nuestra más salvaje crítica. Su imagen está casi más desprestigiada que la de los políticos mismos.
Al parecer son dos los principales delitos de que se les acusa: 1. no logran reflejar lo que percibimos en nuestro entorno de amistades y familiares, y 2. no han logrado adivinar muchos de los resultados electorales.
Respecto a la primera acusación, es común escuchar la frase “esa encuesta está manipulada porque no conozco a nadie que apoye al candidato que ahí dice que va de primero”. Pero esto no es más que la incapacidad de aceptar que vivimos en burbujas sociales, cada vez más distantes las unas de las otras producto de las redes sociales. Nos juntamos, en nuestro mundo físico y virtual, con personas con características y opiniones similares y nos alejamos de aquellos que piensan y viven distinto. Es por eso que criticamos, en lugar de aceptar, los resultados de esa encuesta que nos viene a mostrar una realidad que nos resulta tan lejana.
De esa primera acusación surge otra fuerte critica hacia las encuestas utilizando el argumento de “a mi nunca me han llamado” y “no conozco a nadie que lo hayan llamado”. Argumento que no demuestra más que desconocimiento. Porque resulta bastante irracional si consideramos la probabilidad de salir seleccionados en una muestra.
Las encuestas bien diseñadas son instrumentos de medición sumamente eficientes. Con una muestra relativamente pequeña nos permiten entender la opinión o el comportamiento de una población mucho más grande. En Costa Rica con 1.000 entrevistas bien seleccionadas podemos tener una medición representativa de cómo piensan 3,3 millones de electores. Por lo tanto, la probabilidad de ser seleccionados en una encuesta electoral en el país es cerca de 3 por cada 10.000 personas, es decir cada uno de nosotros tiene 0,03% de posibilidades de ser parte de la muestra. Además, sin entrar en una discusión técnica vale aclarar que el tamaño de la muestra no es lo más importante, sino el diseño con que esta se selecciona. Es por ello que incluso en los EEUU con un buen diseño muestral podríamos aplicar las mismas 1.000 entrevistas para conocer la opinión de cerca de 250 millones de electores, por lo que la probabilidad de selección pasa a ser de 4 por cada millón de personas. Entonces, no seamos tan sensibles. No se vale sentirnos excluidos por no ser parte de una muestra y utilizar eso como argumento para descalificar las encuestas. Por el contrario, siéntase afortunado si alguna vez resulta elegido para contestar una de estas.
La segunda acusación dijimos que se da porque no son pocos los casos donde las encuestas no logran adivinar el resultado electoral. En esa lista podemos meter las pasadas elecciones en los EEUU, el Brexit en Reino Unido, el Referéndum por la Paz en Colombia e incluso las pasadas elecciones en Costa Rica. Sin entrar en detalles pero en todas existen razones para explicar porqué el resultado final fue distinto a los que lograban medir las encuestas en sus días previos. Sin embargo, resulta que las estamos sobrecargando con unos poderes místicos que resulta que no tienen, porque no son bolas de cristal. Las encuestas por muestreo son instrumentos diseñados para entender mejor el presente, no para predecir el futuro. Además, un presente que puede ser altamente cambiante.
En ese sentido, pretender que una encuesta adivine los resultados de una elección, especialmente con alta volatilidad, es absurdo; criticarlas porque no lo hacen es aún más absurdo. Sin embargo, existe un error generalizado de creer que la principal utilidad de las encuestas electorales es adivinar los votos que obtendrá cada candidato el día de la elección.
No se trata de pecar de ingenuos y creer que las encuestas no pueden ser manipuladas. No. Como en todo, hay encuestas de encuestas. Y si bien estas tienen muchos usos, también se pueden prestar para muchos abusos. Debemos someterlas a crítica, pero entendiendo cuáles son sus alcances y sus limitaciones. Crítica que además debe empezar a lo interno, por parte de quienes trabajan con ellas. Se debe hacer una revisión autocrítica de los métodos y alcances de las encuestas electorales según como actualmente se vienen haciendo y para lo que se están utilizando. Revisar desde las preguntas hasta la forma en cómo se interpretan los resultados. Se deben mejorar las técnicas de recolección de información, ampliar las fuentes, aumentar la transparencia de las encuestadoras, mejorar la interpretación y difusión de los resultados y sobretodo mejorar el debate público a partir de los datos. Por ello, es urgente revisar el uso que están haciendo de estas los distintos actores: los periodistas, los analistas, los partidos políticos, el Tribunal Supremo de Elecciones y sobretodo nosotros los ciudadanos.
Insisto en el tema que me llevó a escribir esto, resulta urgente que dejemos de creer que las encuestas electorales son armas de manipulación masiva, porque no lo son. Son instrumentos científicos que bien manejados resultan sumamente útiles para el monitoreo de los procesos electorales. Nos aportan una mayor transparencia durante la contienda y nos ayudan a entender, aceptar y validar los resultados finales. Es por ello que me resulta necesario hacer un llamado a que superemos esa posición, que hagamos las pases con las encuestas y empecemos a utilizarlas para lo que son: para informarnos. Dejemos esa maña tan humana de criticar lo que no entendemos.
No voy a argumentar acá a partir de criterios técnicos, pero estoy abierto a discutir en los comentarios cualquier duda en ese sentido.
Como estadístico lo que estoy es sumamente preocupado por los irresponsables comentarios que han surgido respecto a las encuestas en estos días. Por eso les escribo. Para decirles que nos debemos replantear el valor real que tienen estos instrumentos. Debemos valorar el hecho de contar en este proceso electoral con múltiples mediciones de distintas casas encuestadoras: CIEP, Opol, Idespo, Demoscopia, Cid Gallup, etc; esto nos permite compararlas y contrastar los resultados. Además, debemos valorar el hecho de contar con mediciones en distintos momentos, lo que nos ha permitido seguir el pulso a tan variante carrera electoral.
Hoy gracias a ellas sabemos no sólo quienes concentran más intención de voto. Sabemos también el tamaño de los indecisos y la incertidumbre que esto puede introducir. Sabemos cuál ha sido el impacto de temas como el cementazo o el fallo de la CIDH en el reordenamiento electoral. Sabemos cuál es el perfil de los electores que no quieren votar y sabemos cómo es el perfil de los que apoyan a cada opción electoral e incluso el de los indecisos.
Entonces, las encuestas son incapaces de decirnos quién ganará la elección, pero sin ellas nos resultaría imposible entender desde nuestra propia burbuja los resultados de un proceso electoral tan complejo como este. Si a veces no podemos lidiar con un +-3 puntos porcentuales de incertidumbre, no me quiero imaginar cómo sería pasar por una elección como esta completamente a ciegas.
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