La homosexualidad es aún vista por muchos como algo prohibido, sobre todo en sociedades cuya mayoría sigue religiones abrahámicas. Esa visión encuentra base en conocidos pasajes del Pentateuco. En Levítico (20:13) se impone incluso la pena de muerte para quién tenga relaciones homosexuales.

Es impensable darle hoy validez a tales escritos, ya que también condenan a muerte a quién trabaje los domingos (Éxodo 35:2), a los hijos desobedientes (Deuteronomio 21:18-21) y a las novias sin himen (Deut. 22:20-21), etc.. Recordemos que el castigo por no seguir esas órdenes es tener que comerse a sus propios hijos (Lev. 26:27-30). Vale también contraponer aquí que, en el Nuevo Testamento, Jesús no condena a los homosexuales, más bien da amor y protección a los marginados. Su desprecio fue reservado para los mercaderes de la fe...

¿Cómo sobrevive entonces ese deseo de discriminación y hasta de violencia contra los homosexuales? La respuesta típica es que no es algo natural y va contra la voluntad de Dios. Divinidad y naturaleza convergen en la reproducción. Es vista como natural aquella sexualidad que lleve a la procreación, para aumentar así el rebaño de fieles. En este punto, el catolicismo es consecuente y también prohíbe el divorcio y los métodos anticonceptivos artificiales, como píldoras y condones.

Es cierto que las relaciones sexuales procreadoras son abundantes en la naturaleza, pero ¿es esto suficiente para declarar otro tipo de relaciones como no naturales? Sería absurdo, ya que calificaría de no naturales las relaciones de personas infértiles, incluyendo menopáusicas, e incluso de heterosexuales fértiles que simplemente no desean procrear.

¿Serán entonces no naturales solo las relaciones homosexuales? Lo cierto es que la homosexualidad ha sido documentada en una gran variedad de animales, por ejemplo en mamíferos, desde simios y leones hasta elefantes, osos, delfines y coalas; también en aves, como búhos, palomas, gaviotas y avestruces; igualmente en tortugas, lagartijas y serpientes, así como en ranas y salamandras, y también en peces. Se unen a la lista muchos invertebrados, como insectos, crustáceos, arácnidos, pulpos, etc.

Conversando hace algunos años con el profesor Bruce Bagemihl, cuyo libro “Exuberancia Biológica: Homosexualidad Animal y Diversidad Natural” describe 500 animales donde existe homosexualidad, me confesaba que su libro, de 1999, estaba bastante desactualizado. “Son ya muchas más especies, y los estudios sobre comportamiento animal seguirán revelando más.”

En el 2006, el número había subido a 1500 especies. Los datos son entonces claros: la homosexualidad es común y está ampliamente distribuida en la naturaleza. Esto no significa que sea un comportamiento mayoritario. Al igual que en humanos, los individuos homosexuales de otras especies son minoría. Quién esté preocupado por la supervivencia de las especies puede entonces tranquilizarse.

Importantes estudios científicos también han mostrado que los genes y otros factores fisiológicos como las hormonas pueden ser importantes en la determinación de la orientación sexual. Por ejemplo, la homosexualidad ha sido asociada con diversos marcadores genéticos, los cuales no dependen del grupo étnico de los individuos (Hammer et al 1999; Poiani 2010; Sanders et al 2012; Soh 2017). En resumen, la homosexualidad es algo natural y ocurre en gran cantidad de especies animales y etnias humanas. No existe ninguna justificación, biológica o de otro tipo, para discriminar a los homosexuales.

Por otra parte, es interesante saber que la mayoría de personas cristianas han tenido sexo premarital y han utilizado anticonceptivos artificiales (Instituto Guttmacher, 2011). También son muchos los católicos que se divorcian e incluso vuelven a casarse. Sin embargo, la reciente recomendación de la CIDH a favor del matrimonio civil igualitario produjo un amargo repudio en los sectores más religiosos. Tanto así que el apoyo a un candidato religioso extremista ronda el 17% de los decididos a votar (o 10.4% del total).

Es decir, existen personas que pueden ignorar sin problema los mandatos de su religión con tal de disfrutar su propia afectividad y sexualidad; pero cuando se trata de la intimidad ajena, que no los afecta, no se contentan con no estar de acuerdo, piensan además sacrificar su voto para limitar los derechos ajenos. Esto se llama doble moral. En cualquier caso, la promesa de “sacarnos” de la CIDH es charlatanería populista, a menos de que el candidato tenga planeado convertirse en dictador.

Al margen de lo que se piense sobre los derechos civiles de minorías, es sin duda más apremiante valorar la preparación y las soluciones concretas y sustentadas que tengan los candidatos para, por ejemplo, la problemática del transporte y las presas, y el amenazante déficit fiscal.

Todos debemos ir a votar el 4 de Febrero para no dejarle la decisión a otros, y ojalá sea un voto razonado y libre de tendencias extremistas y autoritarias.

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