En 2007, en una investigación sobre el renacimiento económico de los países de Asia Oriental dos investigadores del Banco Mundial crearon un concepto para aquellos países que llegan a cierto nivel de ingresos pero que son incapaces de crear las bases para dar el siguiente paso: "La Trampa de la Renta Media" (MIddle-Income Trap). Es un concepto conflictivo, pero sirve muy bien para visualizar la idea un país estancado en los mismos problemas estructurales durante años por culpa de un inmovilismo sistémico.  

El Informe de Competitividad Global del World Economic Forum lleva señalando una y otra vez por más de diez años las mismas dificultades existentes en la estructura económica de Costa Rica, destacando siempre infraestructuras y burocracia. El Informe del Estado de la Nación ha mencionado al menos en veintitrés ocasiones la necesidad de modernizar el Estado. Estos informes son un ejemplo de la lista de reformas pendientes que necesita Costa Rica, y ninguna es nueva. Tal es la sensación de estancamiento, que el último informe compara gráficamente la situación de Costa Rica con el de una tortuga patas arriba.

Solucionar algunos de los problemas estructurales de Costa Rica sería una muy tarea dura, que previsiblemente aumentaría el conflicto social y pondría en pie de guerra a los principales grupos de interés en dichos sectores. Pero son temas de sobra conocidos y que los partidos ya habían prometido solucionar hace años. Y sin embargo aquí siguen. ¿Por qué no están tratándose con la profundidad necesaria?

Después del aumento del apoyo a los partidos extremistas en Europa y de la victoria de Donald Trump en las elecciones norteamericanas, han tomado fuerza muchas teorías que intentan explicar el apoyo mayoritario a las opciones extremistas. A parte de las teorías basadas en cuestiones económicas como la de los “perdedores de la globalización”, existen otras de calado más cultural y de valores. Por ejemplo, en noviembre de 2016 el profesor y politólogo liberal Mark Lilla escribió en el New York Times un artículo que creó una gran polémica en la comunidad investigadora: “El fin del liberalismo identitario”.

Lilla argumenta que la intención de la izquierda de centrar el debate en los intereses de las minorías étnicas, religiosas, sexuales o de género ha sido contraproducente, ha desplazado temas relevantes para la comunidad en su conjunto y ha alineado a la mayoría que no es parte de estas comunidades. En definitiva, que la obsesión de la izquierda con la diversidad ha animado a los hombres blancos, heterosexuales, rurales y religiosos a pensar en sí mismos como un grupo desfavorecido cuya identidad se ve amenazada o ignorada por todos salvo por candidatos que les hablan a ellos directamente, como hizo Donald Trump.

El problema no está en tratar estos temas, sino que el enfoque que se ha dado a las cuestiones de racismo, feminismo o de orientación sexual no han ayudado a que una parte importante de la población se identifique con ellos. Frente a una posición cosmopolita y abierta apadrinada por partidos de nueva izquierda, según Lilla, campañas como #BlackLivesMatter han acabado sido perjudiciales a su causa fuera de los ya convencidos. En este contexto, estoy seguro de que Lilla vería la aprobación del matrimonio igualitario en Costa Rica como otro ejemplo de un movimiento contraproducente que se adaptaría perfectamente a su teoría.

Un caldo de cultivo para los extremistas

La idea de la política identitaria no es nueva, pero toma un nuevo cáliz para explicar por qué muchos ciudadanos confrontan con ella. Sin embargo, aunque sea un aporte teórico interesante, no debe malinterpretarse y hacer disminuir el deseo de los movimientos progresistas de luchar por los derechos de todos, también de las minorías. Como el mismo Lilla admite, es una cuestión de presentarlo en tiempo y forma inteligente.

En este contexto, se puede decir que la Administración Solis-Rivera ha hecho bien en buscar la fórmula para aprobar el matrimonio igualitario, pero no deberían haber esperado tanto para materializarla. Tendrían que haber controlado mucho mejor los tiempos, de manera que no quedara tan cercano a las elecciones y así evitar lo que ha acabado ocurriendo: que la política identitaria se convierta en el caballo de batalla de estas elecciones.  Porque ahí vemos, son candidatos como Trump los que arrasan.

A esto hay que sumar que el espacio político actual es idóneo para este tipo de opciones electorales: El colapso del sistema de partidos tradicional, que no quiere o no puede atraer talento ni nuevas formas de gestión o liderazgo político adaptados al siglo XXI; el inmovilismo de las opciones moderadas, que crearon grandes expectativas y ahora se contentan con migajas que intentan vender a sus electores como si fueran grandes victorias; la corrupción generalizada, que aumenta la desconfianza en la clase política y reduce la esperanza en el futuro y en la política. Todo en un escenario donde aumenta la desigualdad, el coste de vida es cada vez más alto y cuando se esperan años de dura consolidación fiscal.

Candidatos como Juan Diego Castro o Fabricio Alvarado están muy poco preparados para estos retos, son demagogos que cuentan con programas electorales muy deficientes y anacrónicos. Son candidatos alejados de lo que Costa Rica necesita para solucionar la corrupción endémica o los problemas estructurales del país. Pero son candidatos que han sabido aprovechar la frustración generalizada, la falta de firmeza e inacción de los partidos tradicionales y moderados y han sabido usar para su beneficio los enfoques identitarios de algunos sectores de la izquierda. Son candidatos que además tienden a salir infrarrepresentados, así que no sería extraño observar unos resultados más altos de los que ya les asignan en las encuestas.

Estos candidatos se alimentan de la desafección y el voto protesta, incluso cuando tienen liderazgos autoritarios o lleven décadas siendo parte de la élite política. El mensaje anti-establishment les convierte en opciones muy atractivas para amplias capas de votantes desencantados. Y es algo que muchos políticos y líderes de opinión en Costa Rica han tardado demasiado tiempo en entender y actuar en consecuencia.

El cambio es inevitable, aseguren que no sea a peor

En España aprobamos el matrimonio igualitario hace más de 10 años, y el cielo no se ha caído sobre nuestras cabezas. Es evidente que estos candidatos no están hablando de la “ideología de género” de forma tan dramática y apocalíptica porque les preocupe de verdad. Lo hacen porque han encontrado la fórmula para movilizar el voto, su voto. Y van a seguir explotándolo hasta el día de las elecciones.  

Cuando los temas de los que se debería hablar en estas elecciones son los mismos que hace 10 años, y falta un debate completo y profundo, las alternativas para la ciudadanía desencantada son la apatía absoluta o la pasión de la frivolidad y los debates emocionales e identitarios.

Costa Rica se encuentra en un proceso muy parecido al que han pasado recientemente otros países occidentales, y cuya respuesta también ha sido el aumento generalizado del apoyo a las opciones más radicales. Pero su aparición y auge es la consecuencia, y no la causa de los problemas. El sistema político costarricense da claras muestras de agotamiento, y sería un error quitarle importancia y pensar que es algo circunstancial que acabará pasando por sí solo o que se auto-equilibrará en el último momento.

Aunque los partidos moderados estén más cómodos en el status quo, cuando un sistema político está agotado el cambio acaba viniendo se quiera o no. Pero tal y como estamos viendo, este cambio también podría ser muy perjudicial para el país. Es necesario volver a hablar de los temas país, y dar respuestas realistas y firmes. Ha sido la falta de honestidad de los partidos moderados y tradicionales para tratar con seriedad estos temas, junto con el constante hábito hacer las mismas promesas que ya se incumplieron antaño la que ha creado una ausencia de debate real. Un debate que finalmente se ha llenado con temas que deberían haber sido secundarios y que han acabado beneficiando a los más fundamentalistas.

El país necesita una gestión política distinta, con actores políticos que cooperen y que no se bloqueen constantemente y frenen la acción del Estado. Está en la mano de los partidos moderados actuar con la responsabilidad necesaria, aceptando su parte de culpa, presentando propuestas para sacar a Costa Rica del atolladero en el que se encuentra y colaborar para no retrasar más sus soluciones. Si no dentro de cuatro años se encontrarán una Costa Rica mucho peor de la que dejaron y todos echaremos de menos los días en los que podíamos hablar de los problemas relacionados con la Trampa de la Renta Media.

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