El silencio es el gran sabio. Todo lo que debemos saber de nosotros mismos, de nuestro entorno, de la vida en el planeta, de la especie humana, de las relaciones interpersonales, del amor, del sol, y del cosmos, lo sabe ya quién está en silencio.

Un ciclo lunar es una cuarentena y lo podemos utilizar para hacer silencio. Es una estupenda ocasión la llegada de una luna nueva para manifestar una intención como el silencio y permitirnos descubrir, a lo largo de ese período de poco menos de un mes de duración, qué hay para nosotros al otro lado del ruido. Podemos bajarle el volumen a la música, a la conversación, a las noticias, a los “opinólogos” digitales, a la urgencia de tener una opinión a la mano sobre cualquier asunto que entre en nuestro rango de conocimiento.

Hay escritores que escriben para limpiar, para crecer, para florecer. Para ello se exponen al sol. Esa es la escritura higiénica que tiene por propósito permitir que cada palabra se lleve una emoción, una intención, un eslabón, un gancho que nos aferra a ideas que deberían ser pasajeras. La impermanencia es eso: abrazar lo que viene a nuestra mente, aceptarlo y soltarlo para que pueda fluir y que algo nuevo tenga la posibilidad de emerger.

Las palabras son hechizos. Por eso debemos ser impecables con su uso: nunca sabemos quién nos está escuchando o qué efecto tienen nuestras palabras en otros. No sabemos el espejo que es nuestra conciencia para nuestros propios pensamientos. Sin entendiéramos que cada célula de nuestro cuerpo vibra en la misma frecuencia energética de nuestros pensamientos, seríamos más pulcros escogiendo cada idea, cada intención y cada palabra que escogemos en nuestra mente antes de pronunciarla.

Escucharse a uno mismo exige mucho silencio. El silencio no exige un claustro donde encerrarnos en soledad a percibir el tiempo pasar. Escucharnos significa elegir la lentitud al observar, al analizar, al discernir, al escoger palabras, al reflexionar sobre ellas, ojalá con el rigor de escribir antes de hablar en caso de que aquello, una vez escrito, pudiera ser una enorme tontería.

En tiempos de campañas políticas abundan las enormes tonterías. Quizás tiene que ver con la urgencia y la falsa necesidad de llenar el espacio con palabras. Incluso puede ser por diseño, con el afán de manipular a aquellos que no dedican suficiente tiempo a escucharse en silencio y son hábiles repetidores de cualquier cosa que escuchen aunque sea falso. Es muy notoria la diferencia entre el saber técnico de unas personas que aspiran a un puesto de elección popular, y de otras que aspiran a ganar un concurso de popularidad porque hablan mucho, muy rápido o emocionan.

No se gobierna en exámenes orales. No tiene nada de malo que un jerarca ofrezca una respuesta técnica con sensibilidad política dentro de un plazo prudente en lugar de dar la primera respuesta que le viene a la mente con las luces y las cámaras y los micrófonos encima. La gobernanza pública exige rigor técnico. Eso la hace mucho más aburrida de lo que algunos políticos populistas la quieren hacen ver, haciéndole creer a la gente que aquello que emociona es buena gobernanza.

Serían hermosas unas elecciones silenciosas. Designarle a cada persona candidata un día a lo largo de la campaña para que toda la ciudadanía y todo el electorado le preste atención sólo a ella. Que escuche sus ideas, que conozca su historia, que sea capaz de desarrollar empatía con el ser humano detrás del personaje en esta obra teatral que es la política electoral. Que pudiéramos conocer a fondo el plan que le ofrece a la nación para los próximos cuatro años, el perfil de líder que busca para integrar su equipo a cargo de cada iniciativa, y que señale con claridad las tres prioridades a las que les dedicará alma, vida y corazón si solo pudiera lograr esas tres durante su gestión.

Escuche el episodio 295 de Diálogos con Álvaro Cedeño titulado “Silencio para escucharse”.

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Este artículo representa el criterio de quien lo firma. Los artículos de opinión publicados no reflejan necesariamente la posición editorial de este medio.