La veda electoral suele verse como un obstáculo, una incomodidad, un cierre repentino del ruido político. Sin embargo, pocas veces recordamos para qué existe: para proteger la voluntad ciudadana. Para impedir que las últimas horas antes de votar se conviertan en una tempestad de propaganda, manipulación, miedo o promesas improvisadas. La veda es ese momento en que la Patria nos pide silencio para poder escucharnos mejor.

La veda también aplica en fechas en que el recogimiento personal y familiar, también es importante para pausar y reflexionar…para pensar. Este 15 de diciembre, mientras el país entra en su habitual clima navideño, la veda adquiere un significado profundo. En una temporada que invita a la reflexión, al amor, al cuidado, también debería invitarnos a pensar en aquello que queremos proteger: nuestras familias… pero también, el país que esas familias habitan. En medio del cansancio, la crisis económica, la inseguridad y el desencanto político, la veda se vuelve un respiro. Una pausa necesaria para que antes de hablar y actuar, podamos pensar qué queremos decidir y manifestar con nuestro próximo voto.

No es coincidencia que la veda concuerde con un periodo simbólico de recogimiento. La Navidad nos recuerda que lo esencial no hace ruido, que es invisible a los ojos (Saint-Exupéry). Que las decisiones importantes no se toman en el bullicio, sino en el silencio de los hogares, frente a un pesebre, en una oración familiar, en una reflexión comunitaria. Que proteger lo valioso implica detenernos, mirar hacia adentro y preguntarnos qué país queremos para nosotros y para quienes amamos.

La veda electoral también desnuda nuestras contradicciones como sociedad. Queremos paz, pero consumimos confrontación. Queremos seguridad, pero toleramos discursos que nos fracturan como familias. Queremos democracia, pero a veces la tratamos como un trámite y no como un pacto social duradero. Por eso, este tiempo de silencio no debería incomodarnos: debería interpelarnos de forma personal y comunitaria. Recordarnos que la política no es fútbol ni espectáculo; es la manera en que decidimos cómo vivir juntos el presente y el futuro de nuestra Patria.

En un país golpeado por la violencia, la desigualdad y la pérdida de confianza, la veda es un acto de cuidado personal y colectivo. Es la oportunidad para detener la maquinaria del ruido y permitir que cada persona piense sin presiones, sin campañas disfrazadas, sin sobresaltos artificiales.

Así como en Navidad protegemos a nuestra familia, la veda nos invita a proteger a la Patria. A cuidar el voto como cuidamos una casa. A entrar al año nuevo con un propósito distinto: decidir con conciencia, no con impulso; con serenidad, no con miedo; con esperanza, no con resignación.

El silencio electoral no es un vacío. Es un mensaje. Es el recordatorio de que, para que la democracia funcione, debemos saber callar a tiempo. Y callamos para poder escuchar a nuestras convicciones, para honrar nuestra historia y para decidir el futuro con la serenidad que este país merece.

Porque en la política —como en la vida— solo en el silencio se escucha con claridad lo verdaderamente importante. Y a veces, lo más patriótico que podemos hacer es detenernos, reflexionar y proteger lo que amamos. La veda es una oportunidad, ¡hagamos que cuente!

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