Quien controla la narrativa define la realidad. Esta, no es una idea nueva: Maquiavelo la expuso cinco siglos atrás; la (des) información define lo que creemos conocer, y da forma o deforma, nuestra propia identidad.
Las redes sociales, se llenan diariamente de millones de interacciones que ocurren no solo entre personas, sino entre personas y entidades de inteligencia artificial; mediante ellas, proporcionamos información sobre nuestros intereses, hábitos y temores, que es empleada por múltiples empresas para crear mensajes o publicaciones personalizados que buscan influir en nuestras decisiones.
Así, no existe un solo Facebook o Tik Tok, sino billones de alternativas especialmente construidas y personalizadas, hechas a la medida de cada usuario; la información que hallamos buscado o los bienes sobre los que mostremos interés, permiten identificar patrones de consumo o posiciones políticas que ayudan a elaborar publicaciones especialmente dirigidas a nosotros con el fin de influir sobre nuestra voluntad, llevándonos a adoptar decisiones que asumimos como propias pero que han sido construidas en realidad por una inteligencia artificial a partir del análisis de los rasgos de nuestra personalidad.
Esto adquirió particular relevancia años atrás, con la empresa Cambridge-Analytica, que hizo minería de datos facilitados por Facebook para influir en el proceso político y provocar la salida de Gran Bretaña de la Unión Europea (BREXIT), lo que terminó ocurriendo efectivamente, gracias a mensajes personalizados dirigidos a los votantes, quienes fueron manipulados mediante una narrativa no contrastada, construida a la medida de los intereses de quienes apoyaban tal resultado; lo mismo ocurrió con el proceso electoral que llevó a Trump a la Casa Blanca y aparentemente, también con la elección de Mauricio Macri en Argentina.
Conociendo los pobres controles existentes en nuestro país y el gran flujo de dinero de origen sospechoso que mantiene artificialmente el dólar por debajo del mínimo histórico de hace dos décadas, sorprendería que este tipo de mecanismos de manipulación de la voluntad popular no hubiesen sido empleados en las últimas campañas electorales; particularmente, dado el pobre nivel educativo de buena parte de la población, que ha constituido precisamente la base electoral de los populistas que han llegado al poder.
Si esto es cierto, nuestro país seguirá en una espiral descendente al caos absoluto, que es incluso impulsado por los propios populistas que controlan la narrativa de lo que resulta "favorable" para Costa Rica, y que copian al efecto una maquinaria que se ha mostrado altamente eficiente a lo largo del mundo en los últimos años.
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