A estas alturas del año, cuando muchas organizaciones hacen balance de lo que avanzaron —o creyeron avanzar— en transformación digital, surge una pregunta incómoda: ¿de qué sirve tener el software más avanzado si la empresa sigue pensando y operando con lógicas analógicas? En pleno cierre de 2025, el espejismo tecnológico se vuelve más evidente. Invertimos en plataformas, automatizaciones y promesas de IA, pero seguimos tropezando con la misma piedra: la cultura. La tecnología está lista; la organización, no siempre.

El problema no está en la nube, sino en el suelo cultural sobre el que la innovación intenta aterrizar. Mientras la modernización tecnológica avanza a gran velocidad, la modernización humana —la manera en que decidimos, coordinamos y aprendemos— avanza con más cautela. Esa brecha, y no la falta de herramientas, es la que termina frenando cualquier transformación digital. La tesis es clara: la tecnología habilita, pero la cultura define. La transformación digital no es un upgrade técnico; es, sobre todo, una actualización del sistema operativo humano que sostiene a la organización.

Los foros y estudios lo reiteran: más del 80% de profesionales coincide en que la cultura es el mayor obstáculo de la transformación digital. Y sin embargo, seguimos tratando la transformación como si fuera un proyecto tecnológico. La resistencia al cambio no es un fallo humano: es una reacción natural ante escenarios inciertos. Lo que sí es un problema es cuando el liderazgo no crea las condiciones para transitar ese cambio. Cuando no hay una narrativa que inspire, ni espacios donde experimentar sin miedo, la innovación se vuelve una carga. El resultado es conocido: herramientas sofisticadas operadas con dinámicas del siglo pasado. Al hacer balance de este 2025, la pregunta para muchas organizaciones no debería ser “¿qué tecnología compramos?”, sino “¿qué comportamientos reforzamos o seguimos ignorando?”.

Muchas empresas expresan ambiciones digitales, pero la forma en que trabajan les juega en contra. Se anuncian estrategias modernas, mientras las decisiones siguen atrapadas en cadenas jerárquicas extensas y procesos rígidos. La consecuencia es una transformación fragmentada, que se percibe más como un catálogo de iniciativas que como una dirección coherente. La transformación digital demanda un gobierno corporativo que orqueste cultura, operación y estrategia, no solo proyectos tecnológicos. Implica revisar prioridades, cuestionar inercias y asumir que adaptarse será un acto continuo, no un hito anual. El cierre de año invita a preguntarse: ¿tenemos una estrategia digital o simplemente un conjunto de implementaciones dispersas?

La conversación de 2025 estuvo marcada por la explosión de la IA generativa. Pero antes de hablar de algoritmos, la mayoría de las organizaciones deben resolver un desafío más básico: los silos. Durante años, los sistemas y estructuras heredadas crearon fronteras internas que hoy impiden la integración necesaria para que la IA genere valor. El potencial existe, pero se pierde entre datos dispersos, procesos que no dialogan y equipos que operan en paralelo. Por eso, la verdadera transformación no consiste en “meter IA en los procesos”, sino en rediseñar la organización alrededor de un núcleo digital integrado que permita que la IA tenga dónde actuar.

Nunca tuvimos tantos datos… y nunca se desaprovecharon tanto. La confusión entre reporting y analítica revela un problema estructural: faltan roles claros, gobernanza efectiva y capacidades internas que permitan transformar datos en decisiones. Las empresas que han avanzado este año lo hicieron no por recolectar más información, sino por darle sentido. El punto central es cultural: ¿qué hacemos con los datos una vez que los tenemos?

En 2025 quedó más expuesta que nunca la tensión entre quienes deben moverse rápido y quienes siguen atrapados en procesos lentos. Los equipos ágiles avanzan en semanas, mientras la organización aprueba en meses. El beneficio inicial se diluye cuando la burocracia termina imponiendo su cadencia. Si queremos que 2026 sea distinto, la agilidad debe dejar de ser una isla. La verdadera transformación ocurre cuando la velocidad del aprendizaje se incorpora a toda la estructura, no solo a ciertos equipos.

Las organizaciones que lograron avances más sólidos este año comparten tres movimientos: ponen la cultura en el centro, con comportamientos explícitos e incentivos alineados; redefinen el rol de los datos, creando gobernanza clara y procesos compartidos; y reconfiguran la arquitectura organizacional, reduciendo silos, simplificando procesos y sincronizando ritmos. Lo notable es que ninguna de estas mejoras dependió de más tecnología. Dependieron de más liderazgo.

Si algo nos deja este 2025 es la certeza de que la transformación digital no se acelera con más herramientas, sino con más conversaciones honestas sobre cómo queremos trabajar y quiénes queremos ser como organización. De cara al 2026, el reto es convertir la cultura en el motor —y no en el obstáculo— de la transformación. Si logramos alinear mentalidades, ritmos y estructuras, América Latina puede dar un salto histórico: organizaciones más ágiles, más integradas y capaces de competir en un mundo guiado por datos. La verdadera transformación no ocurre cuando instalamos nuevas tecnologías, sino cuando instalamos nuevas formas de pensar y aprender. Y esa es la mejor decisión para entrar al nuevo año: construir culturas que nos impulsen, no que nos retengan.

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