La trigésima Conferencia de las Partes COP30, celebrada en Belém, en el corazón de la Amazonía, se anunció como un evento histórico, gestado bajo la primicia de "escuchar al bosque" y a quienes lo han cuidado y habitado por siglos. Sin embargo, semanas después de su clausura, el análisis de sus resultados nos arroja a una conclusión clara y dolorosa: la cumbre fue una paradoja histórica. Mientras los líderes globales definían la hoja de ruta climática, miles de voces amazónicas, aunque presentes en una cantidad nunca antes vista, continuaron relegadas a espacios simbólicos, convertidas en observadores que veían cómo otras personas decidían sobre su propio hogar, y este escenario inevitablemente genera una pregunta fundamental: ¿progreso para quién?
El saldo de la COP30 en Belém fue agridulce y profundamente contradictorio, pues por un lado, la cumbre se distinguió por la mayor participación indígena de la historiade las COP, además, se lograron avances concretos, entre los que destacan; la adopción del Paquete Belém, un conjunto de 29 acuerdos para impulsar la acción climática, enfocándose en una transición justa y el trabajo decente. También otros como el anuncio de monitoreo conjunto de la Amazonía por parte de los países de la región y el compromiso de Brasil de demarcar diez territorios indígenas.
Sin embargo, estos gestos no lograron ocultar la exclusión, pues la narrativa dominante insiste en tratar a la Amazonía como un "recurso a gestionar", una especie de "activo estratégico" dentro de un plan climático global bajo una visión tecnocrática. En esta visión, la voz de los habitantes se vuelve un estorbo, porque reconocerla implicaría cuestionar los modelos de crecimiento que alimentan la crisis climática y la participación real sigue siendo mínima, pues las comunidades nativas fueron mantenidas lejos de las comisiones donde se negocian compromisos vinculantes.
La prueba más contundente del fracaso de la cumbre reside en lo sustantivo, a pesar de los acuerdos del Paquete Belém, los resultados en la mesa de negociación oficial revelaron el gran fracaso: la ausencia de una hoja de ruta vinculante para el abandono de los combustibles fósiles. Este resultado confirma que el extractivismo sigue, solo que ahora se justifica bajo el discurso climático de supuesto cambio y la "transición energética" es utilizada como una especie de maquillaje verde que cambia el vocabulario pero no la lógica, pues las decisiones clave continúan favoreciendo proyectos de infraestructura, hidroeléctricas y extracción de minerales.
No podemos ignorar que la historia reciente del territorio demuestra el costo de esta contradicción, pues mientras el mundo se reunía, Brasil, Perú y Colombia aprobaron proyectos de expansión petrolera y minera que afectan directamente zonas habitadas por pueblos originarios, y para la Amazonía, el cambio climático no es un futuro hipotético que se puede planear con una visión a largo plazo, es una emergencia diaria.
Realizar la cumbre en Belem fue, sin duda, un gesto simbólico poderoso pero, el simbolismo no se tradujo en mecanismos vinculantes para garantizar participación comunitaria, protección de territorios y financiamiento directo para proyectos de conservación, por estas razones la COP30 se convirtió en una paradoja histórica, una cumbre sobre la Amazonía sin la Amazonía, sin su voz y sin peso alguno. La COP30 pudo ser un punto de inflexión, pero solo si se hubiese asumido un verdadero compromiso con quienes han protegido el bosque durante generaciones, esto implicaba garantizar participación efectiva no decorativa, con las comunidades amazónicas en las decisiones climáticas, reconocer sus conocimientos como parte legítima de la ciencia ambiental, y asegurar que los fondos climáticos lleguen directamente a los territorios, sin intermediaciones que los diluyan.
La COP30 en Belém fue una paradoja histórica que confirmó que, hasta ahora, el llamado "progreso" de las cumbres climáticas sigue beneficiando al mismo modelo que amenaza con destruir el bosque que jamás podremos reemplazar. Y el legado de la cumbre es una advertencia: la voz de la Amazonía fue ignorada en las decisiones cruciales, al no frenar el extractivismo y al permitir que el concepto de "transición justa" fuera cooptado por un maquillaje verde, el planeta perdió, una vez más, la oportunidad de un cambio real. La comunidad internacional debe comprender que no hay transición energética válida si se destruyen los territorios de las comunidades nativas y si su voz se relega.
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